¿Parroquias en crisis? ¿O este modelo parroquial en crisis?
Tengo la impresión de que la mayoría de comentarios sobre la crisis de las parroquias se centran en diversos problemas específicos, poniendo en práctica una especie de obstinación terapéutica que, sin embargo, elude, en mayor o menor medida, el mal profundo y real. Me explico.
Me parece que la situación es similar a la de las pequeñas empresas familiares, fundadas y desarrolladas por el propietario-titular, que con el tiempo entran en crisis por muchas razones. El producto que ofrecen no se ha renovado, la estructura empresarial no es capaz de desempeñar las múltiples funciones que se le exigen, no han diversificado el mercado, no saben promocionarse en Internet, no pueden competir con las grandes empresas, etc.
Pero el propietario no quiere aceptar la realidad, no se rinde y sigue adelante de la misma manera, reduciendo cada vez más los resultados, recortando recursos, perdiendo empleados, invirtiendo dinero de su propio bolsillo hasta que las cuentas están en números rojos y acaba en la ruina.
La lógica del mercado es despiadada, pero también tiene algo de verdad. Te dicen: «Lo siento, pero si corres el riesgo de ir a la quiebra, debes cerrar y llevar los libros a la cámara de cuentas, por el bien de todos, el tuyo y el de los empleados». Pero las parroquias no llevan los libros a la cámara de cuentas…
Pido que no se trivialice esta analogía diciendo que la parroquia (y la Iglesia en general) no es una empresa. Las cifras nos ayudan a leer la realidad tal y como es y nos dicen que no se trata de una cuestión de saneamiento, de reestructuración, de un nuevo plan industrial (pastoral). Simplemente, las cuentas ya no cuadran. Iglesias medio vacías y frecuentadas por mayores de 60 años, catequesis infantiles y adolescentes en fase de desertización, … Game over!
Cuanto antes empecemos a pensar en algo radicalmente diferente, mejor, quizá mirando más allá de nuestro pequeño mundo inmediato porque también están las experiencias de otros cristianos en el mundo.
Como espectador (porque no trabajo en el mundo parroquial) me gustaría detenerme en tres aspectos:
1.- Suscitar, escuchar e interpretar el malestar: en una realidad parroquial de uno de los muchos pueblos de la resignación, donde el malestar existe pero se elimina con la repetición de comportamientos y rituales, y la costumbre garantiza la protección de la seguridad, la comunidad no pide que se la escuche porque no se consigue decir ni captar nada.
Sin embargo, no nos falta ir tirando en el quehacer cotidiano, pero no se consigue, o tal vez no se quiere, leernos en profundidad. Por lo tanto, en estas realidades donde el malestar no tiene voz, y ni siquiera es exiliado, podría ser prioritario encontrar instrumentos que hagan cuestionar y muevan las conciencias, la escucha vendría en un segundo momento... y la interpretación en un tercer momento…
2.- Ser evangelizados desde fuera de los recintos eclesiásticos: me llama la atención porque creo que ahí reside precisamente el reto de nuestro tiempo, pero nos cuesta mucho aceptar que Dios hable desde «fuera de los recintos eclesiásticos», que son muchos y están en continuo cambio, como si no tuviéramos instrumentos de discernimiento y reconocimiento...
Sin hacer un análisis del contexto histórico, puedo decir que cuando nosotros, los mayores de sesenta años, fuimos catequizados, aprendimos que Dios estaba dentro y, al mismo tiempo, excedía el lenguaje, las formas y las estructuras eclesiásticas.
Hoy me parece que Dios está precisamente fuera de ese lenguaje y de esas formas y que hay que buscarlo ahí fuera y, una vez encontrado, hay que expresarlo con un lenguaje nuevo, con formas nuevas con respecto a las cuales seguirá siendo excesivo, pero también será reconocible ahí.
Hablando del lenguaje: ¿cuánta conciencia hay al recitar durante cada misa festiva un credo expresado con la conceptualidad y el lenguaje filosófico de naturalezas y substancias? No pretendo criticar en absoluto la “racionalización” de un símbolo de fe, sino simplemente ayudar a ser conscientes de la distancia ¿infinita? de esa racionalización con respecto a la experiencia vivida de la vida y de la fe.
3.- Centralidad de la relación: desde hace algunas décadas, ya no consideramos constante la entidad humana en su esencia y, en la sociedad tecnológica actual, nos sentimos sujetos a cambios continuos, a menudo contradictorios entre sí.
En estas condiciones, la clásica relación ser/deber ser ya no funciona, hay que darle la vuelta: se necesita una nueva ética en la que la obligación nazca de la relación y, por tanto, de la respuesta al otro. Otro que es el vecino, el marginado, el emigrante, el…
De esta relación surge nuestro ser hombres y mujeres, y hoy en día ninguna parroquia puede dejar de tenerlo en cuenta. Por lo tanto, aprecio mucho que algunos quieran apostar por la recuperación de la relacionalidad y el cuidado del otro, personalmente lo considero una vía prioritaria para devolver el alma a la comunidad cristiana.
La parroquia va llegando, si es que no ha llegado ya, al final de su recorrido, pero ¿se trata de un final o de un nuevo comienzo? Esta pregunta toca un tema delicado para la Iglesia de nuestro tiempo y cualquier ocasión es buena para mantener viva la atención y la reflexión al respecto.
Es imposible negar el cambio del que somos protagonistas: podemos decir que la secularización también ha llegado entre nosotros, quizás a un ritmo más lento que en otros lugares, o quizá más rápido que en otras latitudes. Pero ha llegado. Y lo ha hecho, además, para quedarse.
Ahora podemos tocarla con la mano: miramos a nuestro alrededor y nuestros amigos, nuestros familiares, …, no son creyentes, no saben nada de la parroquia, y no la echan de menos, y no les interesa saberlo. La vida transcurre en otra parte.
Por lo tanto, la «casa entre las casas» ya no es el corazón palpitante de la vida de un territorio, aunque en nuestra realidad todavía se pueden observar diferencias sensibles entre ciudades y pueblos. Sin embargo, ¿qué tendría que ser la parroquia sino la òikos, que abre sus puertas a quienes llaman para meditar la Palabra, partir el pan y llevar el Evangelio al mundo?
¿Nos podemos decir que estamos llamados a afrontar nuevos retos? ¿Cuáles? ¿La renovación de los lenguajes, un renovado impulso misionero, la valorización de los ministerios laicales, el ecumenismo, la revisión del camino de iniciación cristiana, etc.?
Uno quisiera pensar que más que un momento para tirar la toalla es hora de arremangarse y mantener los ojos abiertos. De alguna manera, la Iglesia lo estaría intentando por ejemplo a través de la experiencia del camino sinodal... allí donde de hecho se esté haciendo ese camino sinodal…
Ciertamente, la parroquia tiene no pocos problemas, porque la Iglesia tiene muchos, siempre lenta y temerosa de los cambios, a menudo termina atrincherándose en posiciones defensivas y retrógradas…
La pregunta sobre el futuro de la parroquia es inevitable. Porque la crisis es evidente para quien quiera verla: las Iglesias se vacían; no solo han disminuido drásticamente los presbíteros, sino también los fieles; cada vez es más complejo gestionar las estructuras parroquiales; el lenguaje de la comunicación de la fe tiene dificultades para llegar a las personas, especialmente a los jóvenes.
Llama la atención que buena parte de las decisiones para afrontar la crisis, y tratar de resolverlas, vayan en la línea de la reforma estructural… unidades pastorales… ‘parroquias in solidum’… Digo que es curioso porque a unas crisis que son sistémicas se les responde sobre todo, cuando no exlussivamente, con paliativos y soluciones estructurales…
Un teólogo francés - Christoph Theobald - escribe que estamos llamados a tomar nota del «fin de la civilización parroquial», es decir, de la identificación de un territorio con el campanario y de este con el párroco.
¿El fin de la «civilización parroquial» es también el fin del modelo parroquial? Muchos lo piensan. Yo no lo sé a ciencia cierta pero sí sospecho que ciertos modelos parroquiales o han acabado ya o lo van a hacer en un plazo relativamente breve de tiempo. Y seguramente hasta la Iglesia tiene que hacer todo lo que esté en su mano por finiquitar esos ciertos modelos parroquiales moribundos.
El Papa Francisco sostenía que «la parroquia no es una estructura caduca» y que puede seguir «siendo la Iglesia misma que vive en medio de las casas de sus hijos e hijas» (Evangelii Gaudium 28).
El motivo no es solo y tanto práctico, es decir, referido al hecho de que para muchas personas en la parroquia sigue siendo un punto de referencia. Hay una razón teológica que fundamenta la «necesidad de la parroquia». Tiene que ver con un aspecto ineludible del Evangelio. La parroquia es la «casa de todos» que garantiza el acceso al Evangelio sin condiciones, el derecho de pertenencia sin elitismos y sin exclusiones sectarias. Es «el privilegio de los pobres».
Sin embargo, el propio Papa Francisco ponía una condición: que llevara a cabo una valiente «conversión misionera». «Sueño con una opción misionera capaz de transformar todo...» (EG 27).
En esta conversión hay al menos algunas coordenadas ineludibles: poner a disposición de todos la gracia del Evangelio sin poner impedimentos (la Iglesia no es una aduana) y manifestar la cercanía de Dios hacia todos, especialmente hacia los más afectados por la vida. Podemos preguntarnos si la parroquia es capaz de pasar de ser una agencia de servicios religiosos a una comunidad misionera.
Quizás baste con que vuelva a ser lo que era al principio: una «ecclesia paroikusa». El camino a recorrer, gracias también al despojo en marcha, es que vuelva a ser una minoría evangélica en un contexto cultural y territorial determinado.
Pero no creo que lo consigamos en poco tiempo. El clericalismo ha echado raíces profundas en siglos de historia. Erradicarlo es una operación larga y complicada que quizá la comiencen a ver en unas dos o tres generaciones - teniendo en cuenta que la duración de una generación humana es generalmente entre 20 y 30 años, aunque esta cifra puede variar según factores como la sociedad y el género, siendo 16 años otro rango promedio considerado por algunos -.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF






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