Una lección de cada Global Sumud Flotilla
Las críticas o acusaciones lanzadas por la derecha, extrema o no, es decir, por los defensores de una Europa aplastada por esos esos Estados Unidos de América de los que Europa acaba de ser descartada con sublime indiferencia, han sido críticas o acusaciones ampliamente previsibles.
Cada uno hace su trabajo, no es de extrañar que aquellos que apoyan a Israel se sientan atacados por una iniciativa desarmada y desarmante que pide paz y justicia para el pueblo que Israel lleva meses, incluso décadas, masacrando. No, no son de extrañar las acusaciones que han tachado a la Global Sumud Flotilla de irresponsable, las burlas que los políticos de la derecha, extrema o no, han reservado a la Florilla acusándola de irrealismo e invitándola a darse un baño de realismo.
Se sabe que una enfermedad se denomina autoinmune cuando es provocada por el ataque que el sistema inmunitario lanza contra las células de su propio organismo en lugar de contra los patógenos procedentes del exterior. De hecho, son los anticuerpos de una parte de la democracia los que atacan y se burlan de los valientes y destartalados navegantes de la Flotilla Global Sumud, en lugar de concentrarse en un adversario bastante identificable en el resto del mundo.
¿Qué tienen estos barcos temerarios de tan inquietante como para convertirlos en adversarios en lugar de compañeros, ni siquiera adversarios, peor aún, enemigos?
Mientras pensaba en esto, se me ocurrió que precisamente esta escalada, que convierte a un compañero en adversario y a un adversario en enemigo, esconde una pista que podría servir para orientarse en el laberinto.
Durante estos días he pensado sobre la cuestión de la realidad, o mejor dicho, o ese baño de realidad realista que esa derecha a la que me refiero ha invitado a los flotilleros a tomar lo antes posible, sin duda para lavar la suciedad del irrealismo que opaca la mente y apaga el corazón.
El caso de la Flotilla, en particular, es esclarecedor porque configura lo que yo llamaría un acto político, en lugar de un mero ejercicio de administración de lo existente. Y si el correlato de la administración de lo existente es esa realidad de la política a la que apelan los críticos y los detractores de la Flotilla, el correlato del acto político es todo lo contrario. Para decirlo todo y de una vez, el acto político es el enemigo, el virus que hay que erradicar en su origen, a costa de matar a todo el organismo. Es la realidad de esa derecha: limitarse a la adminbistración y gestión de lo existente.
El de la Flotilla Global Sumud fue un acto político. Al ser un acto político, su valor no radica tanto en lo que ha logrado, sino en lo que ha hecho posible lograr en otro escenario y en otro momento. Disociar pequeños pedazos del mundo del mapa al que pertenecían y asociarlos según nuevas geometrías. Disociar pedazos de la sociedad de uno u otro país al que pertenecen los flotilleros y asociarlos según solidaridades imprevistas. Colombia retira a sus diplomáticos de Israel. Turquía realiza movimientos similares. España aprueba el embargo de armas a Israel…
Sí, son migajas, claro que sí. Son los márgenes del mundo, está claro. Se necesitarán años para que estas migajas tengan algún efecto, cómo no. La eficacia de un acto, cuando existe, está en el futuro, es el futuro.
Los intrépidos abanderados de la administración de lo existente lo tienen fácil. La administración de lo existente juega en el terreno de las herencias recibidas, se basa en la evidencia de las fuerzas que ya han vencido, asume tal cual las guerras en curso, las bendice llamándolas, precisamente, realidad.
Tal vez, y en lugar de realidad, debería llamarla más bien lo ya realizado, lo que llevamos haciendo desde hace generaciones, lo evidentemente agotado. Y debería saber que recorrer caminos ya recorridos significa precisamente eso mismo: recorrer caminos ya recorridos. La paz será una pausa entre dos guerras, la política no inventará nuevos campos ni nuevos objetos dentro de esos nuevos campos. Confirmará los objetos ya existentes y, con ellos, confirmará el odio que se derivó de ellos en el pasado, que no se ve por qué no debería renacer en el futuro, si precisamente ese futuro es una fotocopia del pasado.
¿Rayó en la locura el gesto de quienes se hicieron a la mar con la Flotilla, arriesgando la vida para llevar unas pocas cajas de víveres a un brazo de mar en el que estaba claro que Israel esperaba al paso para bloquear cualquier vía de acceso a la Franja? Sin duda sí, si miramos el mundo con los ojos del pasado y nos limitamos a administrar y gestionar lo existente. Sin duda no, si miramos el mundo con los ojos del futuro.
Este trabajo es propiamente el sueño del visionario, es una visión de la realidad que viene, no de la realidad que nos llega desde el año pasado o desde el siglo pasado, sino de imaginar otro futuro posible y necesario. Este trabajo parece una locura para la realidad pero es que la realidad sin sueño visionario es la que parece muerta y mortífera.
A algunos nos parece que la razón social de la política no consiste en la administración de lo existente, en la defensa de las relaciones de fuerza consolidadas, en el amor por el privilegio petrificado, sino en la creación de nuevas relaciones, en la liberación de recursos, en la invención de un mundo más habitable. Pero no es así para la derecha, extrema o no tan extrema, y no es de extrañar que esa derecha que lleva décadas olvidando la realidad de la política condene todo esto haciendo alarde de su elogio de realismo.
Por definición, el realismo es paternalista: es el defensor de su buen nombre y de los bienes de los antepasados, y su discurso siempre suena igual, siempre es íntimamente «realista». Es el paternalismo del que administra y gestiona la realidad tal y como es, pura y dura. No es el amante de sueños ni de visiones de otras realidades.
Quien acusa a la Global Sumud Flotilla de infantilismo ama la muerte y, de hecho, la produce. Como sin duda lo harán todos los ultimátums bautizados con el sobrenombre de planes realistas de paz.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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