domingo, 19 de octubre de 2025

Una reflexión sobre el feminicidio.

Una reflexión sobre el feminicidio 

Los hombres que matan a sus (ex) parejas tienen un problema. No es un problema de salud mental, porque no creo que técnicamente estén «locos». Tampoco creo que sean «enfermos», o «débiles», o estén «confusos», o sean «apasionados celosos». No, en mi opinión tienen un problema grande, un enorme problema. 

Y que se resumen en que no son mujeres. 

Me explico mejor, porque corro el riesgo de ser malinterpretado. ¿Por qué matan a sus (ex) parejas? 

Porque cuando ellas les dejan (y viendo lo que pasa después, con excelentes y muy fundadas razones), no son capaces de aceptarlo. Piensan que su mundo se hace añicos, porque sin su mujer a su lado, ya no son considerados hombres de verdad y su vida ya no tiene sentido. 

Ella les deja y ya no tienen a nadie que les cuide, les aguante, les mime, les honre y les tema. Ella les deja y ellos se quedan solos con su vida, pero su vida solos no tiene sentido, no vale nada. Y entonces la matan, por venganza, porque así ella tampoco tendrá vida propia. 

Algunos piensan y dicen que no se puede llamar feminicidio, porque no es un tipo específico de delito. Puede que no sea un tipo específico de delito, pero sí es un tipo específico de asesino quien lo comete: un hombre convencido de que su vida ha sido completamente devastada por la mujer que lo ha abandonado. 

Pues bien, queridos hombres que matáis a las mujeres, vuestro problema es precisamente que sois hombres y no mujeres. 

Si fuerais mujeres, tendríais a vuestras espaldas al menos un siglo de reflexión feminista y no feminista. Porque, veréis, hace décadas, y en algunos casos aún hoy, muchas mujeres pensaban lo que vosotros pensáis hoy, es decir, que la vida de una mujer solo podía tener sentido si había un hombre a su lado. 

La mujer por sí misma no valía nada. Solo se la podía considerar viva si conseguía emparejarse, casarse, y solo mientras el hombre permaneciera a su lado. Cuando él se marchaba, la dejaba, se enamoraba de otra, su vida había terminado, estaba destruida. Se sentía muerta y perdida, sin apoyo, sin perspectivas. Muertas en vida. Rara vez mataban, pero no por problemas morales: es que les enseñaron que las mujeres no son violentas. 

Entonces sucedió algo que les cambió la vida. 

Las mujeres comenzaron a afrontar el problema y a reflexionar sobre él. Pensaron que sentirse muertas y acabadas porque un hombre, aunque sea aquel del que estaban desesperadamente enamoradas, las dejaba es una tontería. 

Comprendieron que son mujeres, pero sobre todo son seres humanos. Si uno te deja, hay otros, y aunque los demás no te interesen, la vida es bella y variada y es agradable vivirla sola. 

Salieron al mundo, aprendieron a caminar. Sobre todo, aceptaron que un ser humano, sea cual sea su sexo, no necesita absolutamente a ningún otro ser humano para tener sentido, porque el sentido de la vida de cada uno existe, independientemente de los demás. 

No ha sido un camino fácil, y aún no ha terminado. Pero han trabajado mucho en ello, lo han reflexionado y se han cuestionado, solas, en compañía, en largas conversaciones y en larguísimos libros. 

A veces ha sido emocionante y otras veces muy doloroso, y a menudo todavía lo es. Pero es un camino que han recorrido, y siguen tratando de recorrerlo, porque han afrontado el problema y admitido que existía. 

Nosotros, los hombres, no. Y con ese “nosotros” me refiero a los hombres que matan a las mujeres, o las odian de una manera menos violenta pero igualmente devastadora después de que ellas nos hayan dejado. 

En mi opinión, todavía no hemos afrontado el problema. No hemos hablado de ello, a menudo ni siquiera admitimos que existe. 

Nosotros, o al menos la mayoría de nosotros, pensamos que el hombre es el que se casa con la mujer o, en cualquier caso, el que se empareja con ella y se une a ella, y que su vida tiene sentido si la mujer es y sigue siendo suya, para siempre. Si la mujer ya no es suya, entra en crisis patológica. Por lo tanto, cuando la mujer le deja, se encuentra sin sentido, sin saber qué hacer. 

Podría ser, por hipótesis, que, como dicen muchos, el feminicidio no existiera, pero esta mentalidad sí existe. Y tal vez ni siquiera sea machismo: es más bien un problema más profundo y de otro orden, el de personas que no entienden que hay que tener sentido por uno mismo, y no porque se esté emparejado con otra persona. 

Sin embargo, las mujeres han afrontado esta fea lacra que llevan encima, y ahora son pocas, muy pocas las mujeres que siguen convencidas de que su vida solo puede tener sentido si encuentran un hombre o consiguen retenerlo. Y esas pocas ni siquiera lo dicen en voz alta, porque todas sus amigas las mirarían como si fueran unas pobres deficientes. 

Creo que nosotros, los hombres, no hemos recorrido este camino. 

Muchos de nosotros seguimos convencidos en el fondo de que nuestra vida solo estará completa cuando tengamos a nuestro lado a una mujer que nos atienda y nos cuide. Y que si ella se va, esto destruirá para siempre nuestra capacidad de ser considerados hombres de verdad. 

Reflexionemos sobre ello. Enfrentémonos a la bestia. Ellas, las mujeres, lo han hecho, y lo siguen haciendo, así que nosotros también podemos hacerlo. 

Quizás el feminicidio dejará de existir cuando tanto hombres como mujeres seamos considerados finalmente solo personas, y cuando nos consideremos como tales. 

Y las personas no necesitan a nadie para sentirse legitimadas para ser felices y realizarse. Se legitiman y se hacen felices por sí mismas, creando una vida, siguiendo sus sueños y sus intereses. 

Intentemos hacer lo que han hecho las mujeres: razonar para encontrar la manera de convertirnos en seres humanos. 

Porque, de lo contrario, no seremos ni locos, ni enfermos, ni débiles. Solo seremos bestias. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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