El Jubileo civil de la sociedad: un modelo alternativo y esperanzado de humanidad
Esta reflexión es una concreción de aquella otra que publiqué en mi blog y que se titulaba “Un elogio de la protesta pacífica y de la desobediencia civil”: https://kristaualternatiba.blogspot.com/2025/09/un-elogio-de-la-protesta-pacifica-y-de.html
«El capitalismo es la celebración de un culto «sin tregua y sin piedad». No hay «días laborables»; no hay día que no sea festivo, en el sentido aterrador del despliegue de toda pompa sacra, del esfuerzo extremo del venerador» (Walter Benjamin, El capitalismo como religión, 1921). Con su habitual lucidez y profecía, Walter Benjamin escribió estas palabras al comienzo de unos años tristemente cruciales.
Además de ser palabras que parecen escritas hoy, contienen una profunda profecía: el sistema económico, social y cultural en el que estamos completamente inmersos no conoce el descanso.
Y es que el trabajo nunca quita su yugo: ninguna hora, ningún día, ningún momento es diferente de los demás.
El silencioso virus del neoliberalismo que nos ha convertido en consumidores perpetuos y devoradores voraces parece no tener antídoto. Engullidos por un torbellino, nos sentimos siempre tremendamente impotentes e indefensos.
Sin embargo, la Biblia, en concreto en el capítulo 25 del Levítico, nos propone un modelo alternativo y contracultural: el Jubileo. Sí, porque, ante todo, el Jubileo es una cuestión social y económica.
Los tres pilares de esta institución eran: la tierra, las deudas y los esclavos. En el Jubileo debían realizarse, con mayor radicalidad, los gestos de fraternidad humana (deudas y esclavos) y cósmica (tierra y plantas) que se celebran cada siete años en el año sabático.
Se trata de un extraordinario dispositivo bíblico que altera el transcurso habitual del tiempo: el descanso desencadena una revolución social hacia los más pobres y hacia la propia tierra.
Las últimas semanas han estado marcadas por manifestaciones en las calles y por una iniciativa no violenta, como la de la Flotilla Global Sumud, que tenían un objetivo: volver a centrar la atención en la tragedia de Gaza.
Más allá de las narrativas y de las perspectivas, todos los medios de comunicación han hablado de ello. Miles de personas han salido a la calle para protestar por la detención de los activistas de la Flotilla.
Pero ¿qué tiene que ver esto con el Jubileo? Bueno, podríamos decir que tanto la misión de la Flotilla como la decisión de miles de personas de salir a la calle son, al igual que el Jubileo, una resistencia a la idolatría del individualismo y al dogma de la producción.
Durante años hemos oído hablar de indiferencia y resignación. Subir a un barco para forzar un bloqueo naval ilegal, al igual que salir a la calle, son acciones que rompen con el paso del tiempo y las costumbres: subir a un barco para llevar ayuda significa renunciar a uno mismo, a su tiempo, incluso a sus seres queridos, por un bien colectivo, el de poner el foco sobre un pueblo víctima de genocidio.
Hacer huelga por Gaza significa renunciar a un día de salario y de trabajo para decir con el propio cuerpo no a la guerra y a la destrucción de un pueblo.
Y todo eso ¿para qué sirve? han preguntado muchos, guiñando el ojo al virus del utilitarismo pragmático.
Me gustaría responder con un liberador: ¡para nada! Y esa es precisamente la revolución: al igual que en el Jubileo, también en las plazas y en la Flotilla ocurre lo inédito, lo imprevisible: la fraternidad se encarna en los rostros y precede a todo, en primer lugar a la superestructura económica del individuo y del beneficio propio.
Como un gusano silencioso y poderoso, estar en un barco y en una plaza erosionan, por un día, ese paradigma enfermo según el cual «todo debe ser útil». Salir a la calle y subir a un barco son actos inútiles, vacíos, que desmontan nuestras obsesiones de performatividad.
Por una vez, ancianos, adultos, jóvenes, niños han dicho no al trabajo, a la escuela, …, en general a la rutina frenética para descansar, como diría la Biblia.
En otras palabras para respirar y sentirse parte de algo más grande. Para gritar la indignación. Para reafirmar el deseo de justicia. Para decir: No, nadie es dueño de la tierra, de las plantas, de los seres vivos, de los pueblos.
Liberados de la utilidad y del individualismo, en la plaza y en la Flotilla había hombres y mujeres que se habían reencontrado a sí mismos. Y había una extraña sensación de plenitud: quizá la de haber dado espacio, por primera vez en mucho tiempo, a la humanidad.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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