lunes, 1 de septiembre de 2025

Bienaventuranzas: Dios da vida a quienes producen amor -Mateo 5, 1-12-.

Bienaventuranzas: Dios da vida a quienes producen amor -Mateo 5, 1-12-

 

Las Bienaventuranzas, que Gandhi llamaba «las palabras más elevadas que la humanidad ha escuchado», sirven de nexo entre las dos fiestas de los santos y los difuntos. La liturgia propone el Evangelio de las Bienaventuranzas como una luz que no solo alcanza a los mejores entre nosotros, los santos, sino que se posa sobre todos los hermanos que nos han precedido. 

Una luz en la que todos estamos incluidos: los pobres, los soñadores, los ingenuos, los que lloran y los heridos, los que vuelven a empezar. Cuando las escuchamos en la Iglesia nos parecen posibles e incluso hermosas, pero luego salimos y nos damos cuenta de que para habitar la tierra, este mundo agresivo y duro, hemos elegido el manifiesto más difícil, revolucionario y contrario a la corriente que se pueda imaginar. 

Pero si acoges las Bienaventuranzas, su lógica te cambia el corazón. Y pueden cambiar el mundo. Te cambian a la medida de Dios. Dios no es imparcial, tiene debilidad por los débiles, comienza por los últimos, por las periferias de la Historia, para cambiar el mundo, para que no avance por las victorias de los más fuertes, sino por la siembra de la justicia y la cosecha de la paz. 

¿Quién es el guardián de la esperanza para el camino de la tierra? ¿Los hombres más ricos, los personajes de éxito o, por el contrario, los hambrientos de justicia para sí mismos y para los demás? ¿Los luchadores que tienen pasión, pero sin violencia? 

¿Quién regala sueños al corazón? ¿Quién está más armado, es más fuerte y astuto? ¿O, por el contrario, el tejedor secreto de la paz, el no violento, el que tiene los ojos limpios y el corazón de niño y sin engaño? 

Las Bienaventuranzas son el corazón del Evangelio y en el corazón del Evangelio hay un Dios que se preocupa por la alegría del ser humano. No es una lista de órdenes o preceptos, sino la Buena Noticia de que Dios da vida a quienes producen amor, que si uno se hace cargo de la felicidad de alguien, el Padre se hace cargo de su felicidad. 

No solo eso, sino que también son bienaventurados los que no han realizado acciones especiales, los pobres, los pobres sin adjetivos, todos aquellos a los que la injusticia del mundo condena al sufrimiento. 

Bienaventurados vosotros, los pobres, porque vuestro es el Reino, ya ahora, ¡no en el otro mundo! Bienaventurados, porque hay más Dios en vosotros. Y, por lo tanto, más esperanza, y solo la esperanza crea historia. Bienaventurados los que lloran... y no significa: ¡felices cuando estáis mal! Sino: Levantaos, los que lloráis, ánimo, en camino, Dios está de vuestro lado y camina con vosotros, ¡fuerza de vuestra fuerza! 

Bienaventurados los misericordiosos... Ellos nos muestran que los días traspasan los límites de lo eterno, ellos que encontrarán para sí mismos lo que han regalado a la vida de los demás: encontrarán misericordia, equipaje terrenal para el viaje al cielo, equipamiento para el largo éxodo hacia el corazón de Dios. Para recordarnos que «nuestra muerte es la parte de la vida que da al más allá. Ese más allá que confina con Dios» (Rilke). 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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