lunes, 20 de enero de 2025

El síndrome del mártir… es fácil decir martirio…

El síndrome del mártir… es fácil decir martirio… 

Hoy se habla mucho del martirio y de los mártires, pero no siempre a propósito. El martirio es una gran palabra, que no puede ni degradarse por defecto… ni inflarse por exceso... 

El mártir es una de las figuras más elevadas y nobles del panorama universal de civilizaciones y confesiones a que ha dado origen el hombre. Nadie puede tener interés en privarlo de su pedestal. El mártir cristiano, por poner un ejemplo, forma parte de ese Olimpo al que sólo son admitidos Héroes y Semidioses. 

Y es precisamente esta grande nobleza y esta vertiginosa dignidad la que se nos hace atribuir a los grandes campeones del martirio cristiano. Y para que quienes me lean entiendan bien lo que pienso, he aquí un par de ejemplos de verdadero martirio cristiano. Vale la pena conocerlos para saber de qué están hechos los verdaderos mártires. 

Ignacio, obispo de Antioquía, (c.117 d.C.). Carta a los cristianos de Esmirna, ciudad de la actual Turquía occidental: «Aún no soy perfecto en Cristo... Ninguna de las cosas visibles o invisibles me impide llegar a Jesucristo. Que venga sobre mí el fuego, la cruz, la lucha con las fieras, las laceraciones, el desgarramiento de todo el cuerpo, los tormentos más malignos del diablo, con tal de que llegue a Jesucristo. De nada me aprovecharían el mundo entero y los reinos de este siglo. Cuánto más glorioso es para mí morir por Jesucristo que reinar sobre toda la tierra! Busco al que murió por nosotros; quiero al que resucitó por nosotros. ¡He aquí que se acerca el tiempo en que he de nacer! ¡Tened compasión de mí, hermanos! ¡No me impidáis nacer a la vida! ¡No deseéis mi muerte! El que quiere ser de Dios, ¡no lo abandonéis al mundo, ni a las seducciones de la materia! ¡Dejadme alcanzar la luz pura! Llegado allí, seré verdaderamente un hombre. ¿Por qué entonces me ofrecería a la muerte por el fuego, por la espada, por las fieras? En cambio, estar cerca de la espada es estar cerca de Dios, estar con las fieras es estar con Dios: siempre que sea en nombre de Jesucristo. Para asociarme a su pasión lo soporto todo, porque el que se hizo hombre perfecto (por mí) me da la fuerza» (4, 2). 

Unas décadas más tarde es el otro gran mártir Policarpo, obispo de Esmirna, (cuya muerte se fecha en el 156 d.C.). Aunque con palabras menos encendidas que las de Ignacio y más «compartibles» incluso por nosotros, los que nos consideramos modernos, dice estar agradecido a Dios por su inminente martirio. He aquí algunos extractos del relato de su martirio. Se cree que el documento es prácticamente contemporáneo de la muerte del santo obispo. 

Cuando el procónsul ordenó a Policarpo: «Haz un juramento y te liberaré, maldice a Cristo», el obispo replicó: «Le he servido durante ochenta y seis años, y nunca me ha hecho ningún daño. ¿Cómo podría blasfemar de mi rey y salvador?». A los verdugos que querían inmovilizarlo en la hoguera con clavos, declaró: «Dejadme: quien me da la fuerza para soportar el fuego me concederá también permanecer inmóvil en la hoguera incluso sin asegurarme con vuestros clavos». El relato de los Hechos continúa relatando las palabras del mártir mientras sufría su martirio: palabras ciertamente no captadas por el magnetofón, pero que sin duda nos devuelven lo que se sabía eran los sentimientos ante el suplicio. «Señor Dios Todopoderoso... Te bendigo por haberme juzgado digno de este día y de esta hora, digno de entrar en el número de tus mártires, en el cáliz de tu Cristo, para resucitar a la vida eterna del alma y del cuerpo, en la incorruptibilidad del Espíritu Santo... Y por eso, por esta gracia y por todas las demás te alabo, te bendigo, te glorifico...». (De una carta de los cristianos de Esmirna a los cristianos de la Gran Frigia). 

Estos dos textos pueden bastarnos para referirnos que hay martirios y mártires cristianos. Porque quienes llaman «mártires» a los contrariados, disgustados,… probablemente no saben de lo que hablan… Mártir cristiano es quien ofrece, quien inmola su vida por amor, no quien es contrariado y disgustado por otros aunque el contrariado y disgustado crea que su pensamiento es voluntad divina

Añado, como inciso, que tampoco se debería llamar “mártir” a los suicidas de nobles y sagradas causas… Se le podrá llamar soldados, combatientes, o quizá mejor, asesinos en masa, sicarios, fanáticos, kamikazes,…, pero no precisamente “mártires”; al menos no en el sentido en que el mundo cristiano acostumbra a utilizar este nobilísimo término. Porque llamar mártir a alguien que mata así a mujeres, niños y ancianos, en un mercado, en una escuela, en una iglesia, en una mezquita o en un templo indio, huele a blasfemia: no, eso no es martirio: es carnicería, pura carnicería. 

También porque el verdadero Islam no enseña el odio asesino hacia el creyente de otra religión. El Corán prescribe una coexistencia respetuosa de la diversidad religiosa, al tiempo que atribuye al Islam una supremacía ética y religiosa absoluta. Como en el caso del cristianismo, los vicios de la historia no son imputables al Libro Sagrado, sino a los seres humanos que se remiten a él. 

El Islam también ha conocido épocas de feliz convivencia tolerante con otras religiones, aunque alternadas con otras de expansionismo avasallador y otras de aterradora piratería en mar y tierra, y la vergonzosa y cruel práctica del comercio de esclavos negros e indios en beneficio de los conquistadores de las dos Américas. Las sombras no faltan en ningún pueblo ni religión. 

El demonio del terrorismo, por otra parte, es un hecho reciente, y las vicisitudes de la política internacional y las culpas del Occidente rico no le son ciertamente ajenas. El deseo de responder golpe tras golpe puede ser comprensible, pero ¡ay del mundo si prevalece ese deseo! Cierro el inciso. 

De una manera o de otra parece que ciertos sectores de la Iglesia de Europa comienzan a hacer de uso bastante habitual el término “cristianofobia” referidos a una presunta o real (todo susceptible de lectura e interpretación) aversión prejuiciosa al cristianismo en este mencionado continente. Si no me equivoco fue el Papa Juan Pablo II, en diciembre de 2004, quien dio la voz de alarma sobre un peligroso olvido de la ONU -que sólo mencionaba el «antisemitismo y la islamofobia»- para añadir también la «cristianofobia». Él mismo denunció incesantemente el trágico error del «choque de civilizaciones» llamando la atención de que nunca se debiera permitir ninguna forma de intolerancia y de persecución de una religión. 

Con todo, y dicho lo anterior, también puede ocurrir, al menos como hipótesis, que el exceso de susceptibilidad de ciertos grupos cristianos sea una nueva forma de intolerancia en Europa y en nombre de una «tolerancia» que no admite la crítica contraria, la contrariedad, el contraste, la disparidad, la oposición…  Como, por ejemplo, convertir cualquier valoración negativa en «fobia» -por ejemplo, en cristianofobia-, es decir, en una especie de enfermedad. Establecer que quienes son contrarios o distantes son una especie de enfermos culturales, políticos, sociales,…, es una de las prácticas más antiguas de totalitarismo. 

En nuestro país, España, el cristianismo católico ya no puede pretender tener la palabra decisiva, total y vinculante -sobre cuestiones morales relacionadas con la protección de la vida, las relaciones sexuales, el matrimonio o la familia- para la sociedad española. 

La palabra eclesial entra en el lenguaje de la ‘polis’ y de la ‘societas’ conviviendo, de igual a igual, con otras palabras no menos legítimas a priori, y lo debe hacer con la sola fuerza de la autoridad de sus gestos y la fiabilidad de su razonamiento… a no ser que los cristianos católicos creamos que la religión cristiana necesariamente crea individuos moralmente mejores (cf. “Romper el hechizo. La religión como un fenómeno natural”, 2007, Daniel C. Dennet). 

Por eso, muestro una prudente cautela y mi distancia a considerar que el gobierno español esté, presunta o declaradamente, ejerciendo contra la Iglesia católica un martirio (sufrimiento, suplicio, tormento…) de baja intensidad, de guante blanco, silencioso… No cualquier prueba… es una prueba de la fe… Como tampoco el hecho de no tener la última y decisiva palabra en la sociedad es sinónimo de una frontal intolerancia ni de una radical discriminación hacia la Iglesia católica española. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF


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