El
síndrome del mártir… es fácil decir martirio…
Hoy
se habla mucho del martirio y de los mártires, pero no siempre a propósito. El
martirio es una gran palabra, que no puede ni degradarse por defecto… ni
inflarse por exceso...
El
mártir es una de las figuras más elevadas y nobles del panorama universal de
civilizaciones y confesiones a que ha dado origen el hombre. Nadie puede tener
interés en privarlo de su pedestal. El mártir
cristiano, por poner un ejemplo, forma parte de ese Olimpo al que sólo son
admitidos Héroes y Semidioses.
Y
es precisamente esta grande nobleza y esta vertiginosa dignidad la que se nos
hace atribuir a los grandes campeones del martirio cristiano. Y
para que quienes me lean entiendan bien lo que pienso, he aquí un par de
ejemplos de verdadero martirio cristiano. Vale la pena conocerlos para saber de
qué están hechos los verdaderos mártires.
Ignacio,
obispo de Antioquía, (c.117 d.C.). Carta a los
cristianos de Esmirna, ciudad de la actual Turquía occidental: «Aún no soy
perfecto en Cristo... Ninguna de las cosas visibles o invisibles me impide
llegar a Jesucristo. Que venga sobre mí el fuego, la cruz, la lucha con las
fieras, las laceraciones, el desgarramiento de todo el cuerpo, los tormentos
más malignos del diablo, con tal de que llegue a Jesucristo. De nada me
aprovecharían el mundo entero y los reinos de este siglo. Cuánto más glorioso
es para mí morir por Jesucristo que reinar sobre toda la tierra! Busco al que
murió por nosotros; quiero al que resucitó por nosotros. ¡He aquí que se acerca
el tiempo en que he de nacer! ¡Tened compasión de mí, hermanos! ¡No me impidáis
nacer a la vida! ¡No deseéis mi muerte! El que quiere ser de Dios, ¡no lo
abandonéis al mundo, ni a las seducciones de la materia! ¡Dejadme alcanzar la
luz pura! Llegado allí, seré verdaderamente un hombre. ¿Por qué entonces me ofrecería
a la muerte por el fuego, por la espada, por las fieras? En cambio, estar cerca
de la espada es estar cerca de Dios, estar con las fieras es estar con Dios:
siempre que sea en nombre de Jesucristo. Para asociarme a su pasión lo soporto
todo, porque el que se hizo hombre perfecto (por mí) me da la fuerza» (4,
2).
Unas
décadas más tarde es el otro gran mártir Policarpo, obispo de
Esmirna, (cuya muerte se fecha en el 156 d.C.). Aunque con palabras
menos encendidas que las de Ignacio y más «compartibles» incluso por nosotros,
los que nos consideramos modernos, dice estar agradecido a Dios por su
inminente martirio. He aquí algunos extractos del relato de su martirio. Se
cree que el documento es prácticamente contemporáneo de la muerte del santo
obispo.
Cuando
el procónsul ordenó a Policarpo: «Haz un juramento y te liberaré, maldice a
Cristo», el obispo replicó: «Le he servido durante ochenta y seis años,
y nunca me ha hecho ningún daño. ¿Cómo podría blasfemar de mi rey y salvador?».
A los verdugos que querían inmovilizarlo en la hoguera con clavos, declaró: «Dejadme:
quien me da la fuerza para soportar el fuego me concederá también permanecer
inmóvil en la hoguera incluso sin asegurarme con vuestros clavos». El
relato de los Hechos continúa relatando las palabras del mártir mientras sufría
su martirio: palabras ciertamente no captadas por el magnetofón, pero que sin
duda nos devuelven lo que se sabía eran los sentimientos ante el suplicio. «Señor
Dios Todopoderoso... Te bendigo por haberme juzgado digno de este día y de esta
hora, digno de entrar en el número de tus mártires, en el cáliz de tu Cristo,
para resucitar a la vida eterna del alma y del cuerpo, en la incorruptibilidad
del Espíritu Santo... Y por eso, por esta gracia y por todas las demás te alabo,
te bendigo, te glorifico...». (De una carta de los cristianos de Esmirna a
los cristianos de la Gran Frigia).
Estos
dos textos pueden bastarnos para referirnos que hay martirios y mártires
cristianos. Porque quienes llaman «mártires» a los contrariados, disgustados,…
probablemente no saben de lo que hablan… Mártir cristiano es quien ofrece,
quien inmola su vida por amor, no quien es contrariado y disgustado por otros
aunque el contrariado y disgustado crea que su pensamiento es voluntad divina.
Añado,
como inciso, que tampoco se debería llamar “mártir” a los suicidas de nobles y
sagradas causas… Se le podrá llamar soldados, combatientes, o quizá mejor,
asesinos en masa, sicarios, fanáticos, kamikazes,…, pero no precisamente
“mártires”; al menos no en el sentido en que el mundo cristiano acostumbra a
utilizar este nobilísimo término. Porque llamar mártir a alguien que mata así a
mujeres, niños y ancianos, en un mercado, en una escuela, en una iglesia, en
una mezquita o en un templo indio, huele a blasfemia: no, eso no es martirio:
es carnicería, pura carnicería.
También
porque el verdadero Islam no enseña el odio asesino hacia el creyente de otra
religión. El Corán prescribe una coexistencia respetuosa de la diversidad
religiosa, al tiempo que atribuye al Islam una supremacía ética y religiosa
absoluta. Como en el caso del cristianismo, los vicios de la historia no son
imputables al Libro Sagrado, sino a los seres humanos que se remiten a
él.
El
Islam también ha conocido épocas de feliz convivencia tolerante con otras
religiones, aunque alternadas con otras de expansionismo avasallador y otras de
aterradora piratería en mar y tierra, y la vergonzosa y cruel práctica del
comercio de esclavos negros e indios en beneficio de los conquistadores de las
dos Américas. Las sombras no faltan en ningún pueblo ni religión.
El
demonio del terrorismo, por otra parte, es un hecho reciente, y las vicisitudes
de la política internacional y las culpas del Occidente rico no le son
ciertamente ajenas. El deseo de responder golpe tras golpe puede ser
comprensible, pero ¡ay del mundo si prevalece ese deseo! Cierro el
inciso.
De
una manera o de otra parece que ciertos sectores de la Iglesia de Europa
comienzan a hacer de uso bastante habitual el término “cristianofobia”
referidos a una presunta o real (todo susceptible de lectura e interpretación)
aversión prejuiciosa al cristianismo en este mencionado continente.
Si no me equivoco fue el Papa Juan Pablo II, en diciembre de 2004, quien dio la
voz de alarma sobre un peligroso olvido de la ONU -que sólo mencionaba el
«antisemitismo y la islamofobia»- para añadir también la «cristianofobia». Él
mismo denunció incesantemente el trágico error del «choque de civilizaciones»
llamando la atención de que nunca se debiera permitir ninguna forma de
intolerancia y de persecución de una religión.
Con
todo, y dicho lo anterior, también puede ocurrir, al menos como hipótesis, que
el exceso de susceptibilidad de ciertos grupos cristianos sea una nueva forma
de intolerancia en Europa y en nombre de una «tolerancia» que no admite la
crítica contraria, la contrariedad, el contraste, la disparidad, la
oposición… Como, por ejemplo, convertir cualquier valoración
negativa en «fobia» -por ejemplo, en cristianofobia-, es decir, en una especie
de enfermedad. Establecer que quienes son contrarios o distantes son una
especie de enfermos culturales, políticos, sociales,…, es una de las prácticas
más antiguas de totalitarismo.
En
nuestro país, España, el cristianismo católico ya no puede pretender tener la
palabra decisiva, total y vinculante -sobre cuestiones morales relacionadas con
la protección de la vida, las relaciones sexuales, el matrimonio o la familia-
para la sociedad española.
La
palabra eclesial entra en el lenguaje de la ‘polis’ y de la ‘societas’
conviviendo, de igual a igual, con otras palabras no menos legítimas a priori,
y lo debe hacer con la sola fuerza de la autoridad de sus gestos y la
fiabilidad de su razonamiento… a no ser que los cristianos católicos creamos
que la religión cristiana necesariamente crea individuos moralmente mejores
(cf. “Romper el hechizo. La religión como un fenómeno natural”, 2007, Daniel C.
Dennet).
Por
eso, muestro una prudente cautela y mi distancia a considerar que el gobierno
español esté, presunta o declaradamente, ejerciendo contra la Iglesia católica
un martirio (sufrimiento, suplicio, tormento…) de baja intensidad, de guante
blanco, silencioso… No cualquier prueba… es una prueba de la fe… Como tampoco
el hecho de no tener la última y decisiva palabra en la sociedad es sinónimo de
una frontal intolerancia ni de una radical discriminación hacia la Iglesia
católica española.
P.
Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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