lunes, 12 de mayo de 2025

Una «fuerza de gravedad» que empuja hacia arriba.

Una «fuerza de gravedad» que empuja hacia arriba

La ascensión es la navegación del corazón, que te lleva del encerramiento en ti mismo al amor que abraza el universo -Benedicto XVI-. A esta navegación del corazón llama Jesús a los once, un grupito de hombres asustados y confundidos, un núcleo de mujeres valientes y fieles. Los empuja a pensar en grande, a mirar lejos, a ser el relato de Dios «a todos los pueblos». 

Luego los llevó fuera, hacia Betania, y alzando las manos, los bendijo. En el momento de la despedida, Jesús extiende los brazos sobre los discípulos, los reúne y los abraza, antes de enviarlos. 

La Ascensión es un acto de enorme confianza de Jesús en aquellos hombres y mujeres que lo han seguido durante tres años, que no han entendido mucho, pero que lo han amado mucho: confía a su fragilidad el mundo y el Evangelio y los bendice. 

Es su gesto definitivo, la última imagen que nos queda de Jesús, una bendición sin palabras que desde Betania llega a todos los discípulos, para velar por el mundo, suspendida para siempre entre el cielo y la tierra. 

Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. 

Jesús no se fue lejos ni arriba, a algún rincón remoto del cosmos. Ascendió a lo más profundo de las cosas, al íntimo de la creación y de las criaturas, y desde dentro presiona como bendición, fuerza ascendente hacia una vida más luminosa. 

No existe en el mundo solo la fuerza de la gravedad hacia abajo, sino también una fuerza de gravedad hacia arriba, que nos mantiene erguidos, que hace verticales los árboles, las flores, la llama, que eleva el agua de las mareas y la lava de los volcanes. Como una nostalgia del cielo. 

Con la ascensión, Jesús ascendió a lo más profundo de las criaturas, comienza una navegación en el corazón del universo, el mundo es bautizado, es decir, sumergido en Dios. 

Si tan solo fuera capaz de sentir esto y disfrutarlo, descubriría su presencia en todas partes, caminaría sobre la tierra como dentro de un único tabernáculo, en un bautismo infinito. 

Lucas concluye, de forma sorprendente, su evangelio diciendo: los discípulos regresaron a Jerusalén con gran alegría. 

Deberían estar tristes, se acababa una presencia, se iba su amor, su amigo, su maestro. Pero desde ese momento si sienten llenos de un amor que abraza el universo, capaces de dar y recibir amor, y son felices. 

Ven en Jesús que el hombre no termina con su cuerpo, que nuestra vida es más fuerte que sus heridas. 

Ven que otro mundo es posible, que la realidad no es solo lo que se ve, sino que se abre a un «más allá»; que en cada sufrimiento Dios ha puesto chispas de resurrección, destellos de luz en la oscuridad, grietas en los muros de las prisiones. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF


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