Allegro - Antonio Vivaldi -
La infelicidad es la falta de sorpresas. La vida está llena de ellas, pero somos nosotros los que aletargamos dormidos. La vida, en el fondo, es un entrenamiento para estar despiertos y preparados para recibirlas.
Por
eso es necesario inventar siempre un llamamiento diferente para «despertar» el
cuerpo y el alma.
Te
propongo que escuches el primer
movimiento del concierto para violín n.º 1 de Vivaldi: La primavera.
En concreto, el famosísimo Allegro, quizás una de las piezas más conocidas de la música clásica en el mundo. Dura algo más de 3 minutos.
Te
pongo a continuación el link: https://www.youtube.com/watch?v=s2lbGix2wtE
Seguramente
la reconocerás inmediatamente, aunque quizá no recuerdes el nombre y el autor. Verás
que es una música que sorprende. La sorpresa es, de hecho, el primer peldaño de
la felicidad.
Las verdaderas sorpresas (del latín super prendere: agarrar desde
arriba, estar «elevado», «levantado») aportan una ligereza que no es huida, sino
plena posesión de la vida, liberan
porque «sorprenderse» es experimentar la gratuidad, es decir, sentir que la
vida es un regalo, gratis, incluso en su repetición de cada día.
Un
arco iris siempre es sorprendente, al igual que el Allegro de La primavera de Antonio Vivaldi.
¿Cómo
podemos entonces estar abiertos de forma habitual al efecto sorpresa de la
realidad, sin el cual es imposible ser felices?
En este año 2025 ese concierto de Antonio Vivaldi
cumple 300 años.
Era
1725 cuando se publicaron en Ámsterdam las partituras de «La prueba de la armonía y de la
invención», 12 conciertos (originalmente una forma musical en tres
tiempos en la que el solista dialoga con los demás instrumentos) para violín
solista y cuerdas, de los cuales los cuatro primeros son las famosísimas Estaciones.
En
aquella época, al no existir soportes de grabación, la música solo permanecía
cuando se publicaba, y eso solo ocurría con los más grandes. Sin embargo, la
primera interpretación tuvo lugar unos años antes en Venecia, en un orfanato,
«sorprendiendo» a todos.
De
hecho, Antonio Vivaldi, presbítero católico, enseñaba violín a las jóvenes
acogidas en una de las instituciones benéficas para huérfanos y pobres de la
ciudad: el Ospedale della Pietà, específico para niñas, que de otro modo
estarían destinadas a la calle...
En
este contexto, se les enseñaba canto e instrumentos (¿por qué en nuestras
escuelas este arte indispensable para la educación se reduce a lo que se reduce?),
logrando resultados que han pasado a la historia. Puedes escuchar, por ejemplo,
el ‘Stabat
Mater’ o el ‘Gloria’ de Antonio Vivaldi.
Y
Antonio Vivaldi dirigía a las niñas ocultas tras rejas de madera ante un
público procedente de toda Europa para escuchar su encanto.
En Las
estaciones, en particular, el músico se divirtió imitando los sonidos
de la naturaleza: pájaros, truenos, hojas, vientos helados... hasta el punto de
sorprender a todos por su genialidad compositiva, interpretativa y social, un
fenómeno único en una época en la que a las mujeres se les prohibía tocar en Iglesias
y teatros.
Si esta música te «sorprende» quiere decir que hasta te eleva a un nivel de vida alegre y liberada de las cargas del siglo XXI para experimentar lo «gratuito».
Lo contrario de esta experiencia es, de hecho, «dar por sentado», expresión nacida para indicar algo adquirido (en el sentido de comprado).
Solo
la experiencia de la vida dada «gratis» y no «por sentado» (que, de hecho, se
ha convertido en sinónimo de «ya no me sorprende») provoca el despertar y la
unión, los dos elementos de la gratitud, sin los cuales no es posible ser feliz.
El
día en que se da algo o alguien por sentado, se acaba la alegría, porque la
felicidad es tan grande como el asombro: la sorpresa de un rostro o un objeto
se apaga.
No es la felicidad lo que nos hace
agradecidos, sino la gratitud lo que nos hace felices.
Hay
personas que, a pesar de tenerlo todo, no son felices, y personas que, teniendo
poco, lo son. ¿Por qué?
La
diferencia está en la práctica (es una acción) de la gratitud, que nos hace
capaces de recibir el instante como un regalo, algo que, por desgracia, a
menudo solo conseguimos cuando perdemos algo o a alguien (quienes han y hemos sufrido
por amor o por una pérdida lo saben y sabemos).
Esto
significa que la capacidad de
sorprendernos está en nosotros: es interior y hay que entrenarla.
De
hecho, tradiciones espirituales y filosóficas milenarias y muy diferentes entre
sí nos invitan a despertar y velar, y no porque nos quieran insomnes y
ansiosos, como ocurre hoy en día, sino porque nos quieren agradecidos, es
decir, felices.
El
cristianismo debería producir una ética de la alegría porque todo es gracia
para quien tiene confianza (fe) en la vida, que es, de hecho, «eucaristía» (en
griego, «acción de gracias»), rito en el que la vida misma de Dios se da
gratuitamente, a menudo resuelto en una práctica que hay que realizar.
Es
verdad, a veces las sorpresas también pueden referirse a cosas negativas… Pero lo
que importa es que nos están sucediendo a nosotros, que somos libres, es decir,
capaces de decidir qué hacer con ellas. El problema no es lo que sucede, sino
lo que hago con ello.
Por
ejemplo: ¿qué hace un músico genial como Antonio Vivaldi con unas chicas
abandonadas? Las convierte en una Primavera inmortal. Para aquellas chicas sin
apellido, salvo el apelativo «della Pietà», la música fue salvación
y redención. Una verdadera «sorpresa».
La
tumba de la felicidad es lo «dado por sentado» o «dado por descartado». Quien
da por «sentado» o «descartado» no recibe, quien no recibe no está agradecido,
quien no está agradecido no es feliz.
Y la escuela de la vida es precisamente todo lugar o momento donde se aprende a estar siempre abierto a la vida, donde se entrena para ser despierto, sorprendido, agradecido, feliz, vivo.
Empezando por un poco de buena música. Quizás un Allegro de Antonio
Vivaldi.
Aquí
tienes otra versión... de una belleza sin igual: https://www.youtube.com/watch?v=bQujhuIst5E
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

No hay comentarios:
Publicar un comentario