miércoles, 26 de noviembre de 2025

Ésta es la señal: un niño se nos ha dado - contemplación meditativa -.

Ésta es la señal: un niño se nos ha dado 

En Navidad, la Palabra es un niño que no sabe hablar. 

El Eterno es un recién nacido, apenas en la mañana de una vida. 

El Dios que había moldeado a Adán con el polvo de la tierra ahora se convierte Él mismo en polvo de nuestra tierra. 

El alfarero se convierte en arcilla de una pequeña vasija, luz guardada en una cáscara de barro, áspera de tierra y vibrante de luz. 

Dios se ha hecho hombre, más aún, niño: y para comprenderlo mejor pienso en el niño que busca la leche de su madre y digo: el Verbo se ha hecho hambre. 

Luego pienso en los abrazos que Jesús reservó a los más pequeños y digo: el Verbo se ha hecho caricia; en su llanto ante la tumba de su amigo Lázaro: el Verbo se ha hecho lágrimas. 

Pienso en el velo de barro sobre los ojos del ciego: el verbo se ha hecho polvo y mano y saliva y ojos nuevos. 

En la cruz: el verbo se ha hecho cordero, carne en la que grita el dolor. 

En Navidad, Dios viene como un niño: un recién nacido no puede dar miedo, se entrega, vive solo si alguien lo ama y lo cuida. 

Como todo recién nacido, Jesús vivirá solo porque es amado. 

Dios viene como mendigo de amor. 

He aquí el mayor prodigio: Dios hecho carne, esta es la palabra revolucionaria, la palabra apasionada de la Navidad. 

Lo impensable de Dios, el vértigo de la historia, el eje que marca un antes y un después en el recuento de los años. 

La Navidad es el comienzo de un nuevo orden de todas las cosas. 

No es una fiesta sentimental, sino la conversión de la historia. 

La gran rueda del mundo siempre había girado en una sola dirección: de abajo hacia arriba, de lo pequeño hacia lo grande, de lo débil hacia lo fuerte. 

Cuando nace Jesús, o mejor dicho, cuando el Hijo de Dios es dado a luz por una mujer, el movimiento de la historia se detiene por un instante y luego comienza a fluir en sentido contrario: el fuerte se convierte en siervo del débil, el eterno camina entre las edades del hombre, el infinito está contenido en el fragmento. 

En Navidad termina el eterno viaje de Dios en busca del hombre, y comienza para el hombre la mayor aventura: convertirse en Verbo e hijo de Dios. 

«Aunque Cristo hubiera nacido mil veces en Belén, si no nace en ti, entonces ha nacido en vano» (Angelus Silesius). 

El destino de toda criatura es convertirse en sílaba de Dios, carne impregnada de cielo. 

Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios. 

No podríamos desear una aventura mayor. 

La Navidad es realmente el éxtasis de la historia. 

Dios mío, Dios mío, Niño pobre como el amor, pequeño como una semilla de mostaza, humilde como la paja donde naciste. Mi pequeño Dios que aprendes a vivir esta misma vida nuestra, que pides atención y protección, que ansías la luz, Dios mío incapaz de defenderte, de atacar y de hacer daño, Dios mío que solo vives si eres amado, que no sabes hacer otra cosa que amar y pedir amor, enséñame que no hay otro sentido, que no hay otro destino que convertirnos en como Tú, carne impregnada de cielo, sílaba de Dios, como tú, que abrazas para siempre la amargura de cada una de tus criaturas enfermas de soledad. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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