¡Bendita tú entre las mujeres!
En el Evangelio profetizan por primera vez las madres, dos mujeres con el vientre lleno de cielo y de futuro, habitadas por hijos inexplicables; dos santuarios del gran sacramento que es la vida.
Dios viene como vida.
María e Isabel, la virgen y la estéril, ambas embarazadas de manera «imposible», anuncian que viene al mundo uno más, que la humanidad por sí sola no puede darse.
Dios viene como alegría.
Dos veces se recuerda que el niño exulta de alegría en el seno.
En ese niño, toda la humanidad experimenta que Dios da alegría, la tierra tiembla por las energías divinas que hay en ella.
Dios viene como abrazo.
El Magníficat de María no nace en la soledad, sino en un espacio donde se da y se recibe afecto.
Dios viene mediado por encuentros, diálogos, abrazos.
«¡Bendita tú entre las mujeres!».
Bendita eres tú entre las mujeres que son, todas, benditas.
La primera palabra de Isabel es una bendición que desciende de María sobre todas las mujeres, que florece sobre toda la humanidad femenina.
Es una bendición a cada fragmento, a cada átomo de María, esparcido por el mundo y que se llama mujer.
Y nosotros quisiéramos repetir la profecía de Isabel: que seas bendita, que tu fruto sea beneficioso para los humanos.
Que cada primera palabra entre los hombres tenga la «primacía de la bendición», que sea una profecía recíproca, porque si no aprende a bendecir, el hombre nunca podrá ser feliz.
Que cada primera palabra con Dios tenga la primacía del agradecimiento.
Como hace María con su Magníficat, que es su evangelio: no una nueva moral, sino la alegre noticia del enamoramiento de Dios, que ha puesto sus manos en lo más profundo de la vida, que ha hecho de mí un lugar de prodigios, de mis días un tiempo de asombro.
María usa verbos en pasado, pero para decir que la esperanza se realizará con absoluta certeza, que el futuro es tan cierto como el pasado.
Que todos los pobres tendrán su nido en sus manos.
Yo también habitaré la tierra con toda mi complejidad, con mi parte de Zacarías que fatiga en creer, con la parte de Isabel que sabe bendecir, con la parte de María que sabe alabar, con la parte de Juan que sabe danzar, llevando de muchas maneras al Señor al mundo, ayudándole a encarnarse de nuevo.
Y tal vez también sea cierta para mí la palabra: Bendito seas porque traes al Señor al mundo, como María.



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