Desplegar las alas al viento en Adviento
El viento siempre implica una llegada. La llegada de una dimensión ajena a nosotros que nos conecta con un mundo lejano, extraño. El viento transporta esporas y polen. ¿De dónde vienen? ¿De qué árbol? ¿De qué flor?
Al igual que la llegada repentina de un extraño a nuestro recinto vital, a nuestra comunidad, el viento siempre desestabiliza, cambia las energías en el campo, siempre nos obliga a reposicionarnos emocionalmente.
El viento nos es familiar y extraño al mismo tiempo.
Familiar porque todos somos productores de aliento, vivimos gracias al ritmo constante de un fuelle en el centro de nuestro pecho.
Y extraño porque se genera en un lugar indeterminado, porque nos envuelve, nos toca, lo sentimos en la piel, trae residuos, arena, agua, polvo... pero no podemos verlo, es una entidad invisible.
La llegada del viento es casi una tautología, ¡el viento y la llegada son lo mismo!
El roce del viento nos pone en movimiento, movimiento interior, parte de la fantasía.
La llegada del viento es como la seducción, poco a poco nos aleja de nuestra quietud, de las líneas habituales, nos lleva a otro lugar que no conocemos, nos rapta, como si estuviéramos bajo el hechizo de la magia.
Enamorarse significa ser catapultado a un mundo que nos es ajeno, que nos captura y seduce, en el que nuestro tiempo habitual queda suspendido, como durante una revolución.
Y entonces en el pecho se crea otro viento, diferente del soplo del fuelle, que instintivamente situamos en el corazón.
Un corazón con un latido alterado que genera viento, un viento frío o muy caliente, que nos agita y nos deleita, nos consume y nos llena de alegría.
El viento, su llegada, debe ser acogido.
Sin la acogida de la planta, sin la sabiduría del vegetal, que sabe flexionar y abandonarse al flujo del viento, el viento es solo amenaza y agresión, dolor.
Gracias al viento, partimos, nos aventuramos, con la ligereza de una pluma, a un horizonte lejano, más allá, donde las fuerzas en juego tienen otras reglas.
Pero al mismo tiempo, el viento es portador de opuestos, de caricias y destrucción, de calor y frescura.
El viento debe ser inhalado como precursor de posibilidades. No hay que resistirse a él.
Gracias al viento del corazón, se puede imaginar y soñar.
La imaginación creativa es un viento del corazón, por lo que siempre se crea a través de su torbellino y se avanza hacia nuevos horizontes, para explorar, tocar y encontrar lo que aún no se conoce.
Todo está gobernado por un viento.
Hay como un viento del corazón que es el motor oculto de la historia y de mundo, la mayoría de los acontecimientos parecen determinados por su influencia, que siempre genera mundos, oportunidades, preguntas y paradojas, relaciones y encuentros.
El viento nunca tiene la culpa, es cómo lo acogemos lo que marca la diferencia.
El viento del corazón es la inspiración que proyecta siempre hacia otro lugar, sin cesar, sin tregua, en un ir y venir entre mundos, hacia arriba y hacia abajo, lateralmente y en diagonal.
El viento parece sugerirnos que si no acogemos en nosotros su fuerza modeladora, su fluida capacidad transformadora, su invitación al viaje y al descubrimiento de lo que nos es más ajeno y lejano, siempre estaremos inmóviles, paralizados, encadenados, encerrados.
El viento, del que hablaba Jesús, que sopla donde quiere y que nunca se sabe de dónde viene ni a dónde va (cf. Juan 3, 8) … A lo mejor de eso se trata en Adviento de dejarnos abandonados en esa corriente de viento …
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF



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