Bieldo, hacha y fuego - San Mateo 3, 1-12 -
En aquellos días, vino Juan el Bautista y predicaba en el desierto de Judea.
Te doy gracias,
Señor, por los desiertos, por los abismos de vacío que acallan mi caminar,
gracias porque siempre los habitas, y siembras palabras en mis miserias, y
transformas mis pecados en posibilidades de conversión.
«¡Convertíos, porque el reino de los cielos está cerca!».
Gracias por tu paciencia, que cada día me acerca al Cielo, por el asombro que me produce sentir tu caricia sobre las heridas de mi insuficiencia.
Gracias porque tu gracia sorprende mi miseria y me permite, a mí, pecador, continuar itinerarios de conversión, caminos en el desierto, éxodos de libertad.
Él es, en efecto, aquel de quien habló el profeta Isaías cuando dijo: «Voz de uno que clama en el desierto: ¡Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas!».
Gracias por Juan el Bautista, por Isaías y por todos los profetas que no se cansan de venir a buscarme al exilio que elijo por miedo, por cansancio, por comodidad.
Gracias porque no te
cansas de indicarme caminos de retorno a mí mismo, que es en realidad un
derrumbarme en Ti.
Y él, Juan, vestía un manto de pelo de camello y un cinturón de cuero alrededor de la cintura; su comida eran langostas y miel silvestre. Entonces Jerusalén, toda Judea y toda la zona a lo largo del Jordán acudían a él y se bautizaban en el río Jordán, confesando sus pecados.
Gracias por Juan el Bautista, por Elías, a quien él mismo evoca, gracias por quien me recuerda que en el desierto no me dejarás morir de hambre, sino que precisamente allí podré descubrir finalmente lo esencial.
Gracias porque en los profetas me aseguras que también mis desiertos están hechos para ser atravesados, que incluso el desierto de la muerte no es definitivo.
Ayúdame, Señor, a
comprender que aún es necesario perder, aligerar, volver a lo esencial.
Al ver que muchos fariseos y saduceos acudían a su bautismo, les dijo: «¡Generación de víboras! ¿Quién os ha enseñado a escapar de la ira que se avecina? Dad, pues, frutos dignos de la conversión, y no penséis decir dentro de vosotros: «Tenemos a Abraham por padre».
Gracias por las palabras duras, por todas las veces que me ha atacado la verdad, gracias por quienes me han empujado con fuerza contra mis límites, perdóname por no haberte reconocido inmediatamente allí, perdóname por el orgullo que me ha hecho levantar muros, perdóname por las veces que me he alimentado solo de confirmaciones.
Perdóname por haberte
dado por sentado, por haberme sentido bien, hijo de Abraham, juzgando más que
justificado.
Porque os digo que de estas piedras Dios puede suscitar hijos a Abraham. Ya está puesta el hacha a la raíz de los árboles; por lo tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y arrojado al fuego.
Gracias porque Tú, y
solo Tú, puedes transfigurar mi corazón de piedra en corazón de hijo, gracias
por el hacha puesta a la raíz, brilla el destino infligido a todo lo que no da
fruto, porque no todo da igual, no todo es lo mismo, porque solo quedará lo que
huele a gratitud, a eucaristía, a Ti.
Yo os bautizo con agua para la conversión; pero el que viene después de mí es más fuerte que yo y yo no soy digno de llevarle las sandalias; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. Tiene en la mano el bieldo y limpiará su era y recogerá su trigo en el granero, pero quemará la paja con un fuego inextinguible».
Gracias por la vida cuando me sumergiste en la humildad de mis límites, gracias por cuando elegí volver a ti, gracias por cuando los acontecimientos me bautizaron dolorosamente en la verdad, te pido perdón por las personas que tuvieron que pagar el precio.
Gracias por el bautismo en el Espíritu Santo y en fuego, quema en mí, te lo ruego, todo lo que no da fruto, todo lo que es viejo, estéril, todo lo que no eres Tú.
Limpia la era, y si alguna medida de trigo ha brotado, consérvala y, finalmente, hazme sentar a tu lado, nos iluminaremos ante la llama que devora la paja del pecado, fuego inextinguible que finalmente me entregará a la libertad eterna.
Que en el fuego de tu juicio se complete el éxodo.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF



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