El Dios que se ríe de los poderosos - San Mateo 11, 2-11 -
Hubo un día en el que el desierto quedó encerrado en una celda. La libertad gritada al mundo quedó atascada en la garganta y las certezas fueron barridas por un montón de preguntas…
¿Qué quedaba de Juan el Bautista?
La vida le preparó un final cínico y burlón, le golpeó con precisión, le robó todo lo que había construido en su vida, se burló de él, le despojó de su identidad hasta hacerle una caricatura… El hombre que aterrorizaba a las multitudes se convirtió en prisionero del caprichoso poder…
Así ha sucedido y seguirá sucediendo. Y que Juan el Bautista es un muerto que respira… lo saben casi todos. Morirá en medio de una fiesta, morirá por intrigas palaciegas: en el poder, ciertas cosas siempre salen bien. Así se mueven las cosas, así las movemos nosotros. La vida es un ejercicio de poder. Enmascarado, tal vez, pero siempre poder.
Convencer a otros de que confíen en nosotros y castigar a quienes se oponen, el mundo se sustenta en esto. Si tienes agallas y carisma, eres poderoso; si no los tienes, pero quieres sobrevivir, puedes ser astuto y convertirte en súbdito del poderoso adecuado. Así se mueve el mundo, así se moverá. Siempre y para siempre.
Pero entonces sucede que el juego se atasca, que se encuentra un poderoso más poderoso, que se encuentra a alguien que pone fin a la dinámica, y que uno se ve obligado a rendirse. Se llama fracaso, y puede ser algo grandioso.
Si hay algo que es sabio aprender, creo que es estar preparados en el momento exacto de la derrota, cuando el poder nos abandona, cuando nos volvemos dependientes de los demás, cuando nos encarcelan, cuando nos hacen pagar o, más simplemente, cuando enfermamos y dependemos de todos, en definitiva, cuando perdemos el poder.
El Evangelio es una escuela para perder poder y recuperar la humanidad. En definitiva, hacerse pequeño.
Es necesario permanecer atentos y abiertos a la vida. Para criticar el poder hay que seguir llamando a la puerta del sueño. Como Juan el Bautista, que sigue pidiendo noticias de Jesús.
Y por sueño me refiero a nuestra propia obsesión, el corazón de nuestra verdadera identidad, lo que nos ha cautivado la mente y el corazón, el vínculo sin el cual estaríamos muertos. Realmente muertos. Aquello que queda cuando todo falla y llega a faltar.
Juan el Bautista es un hombre milagroso, y parece claro que para él el vínculo vital fue el Mesías: en lugar de encerrarse en sí mismo y tratar de encontrar buenas estrategias para salir de la cárcel, Juan no se rinde, sigue preguntando por Él.
Se puede encarcelar al profeta, pero si es un verdadero profeta, seguirá viviendo por lo que siempre ha vivido.
El Bautista comprende, en el momento exacto en que ya no puede ejercer funciones de profeta, que no es el poder lo que nos hace grandes, sino nuestra capacidad de fidelidad a lo que nos ha cautivado el corazón hasta robárnoslo.
En la cárcel, Juan el Bautista lo ha perdido casi todo, le queda algo pequeño pero invencible, le queda la espera del Mesías, le queda también allí, incluso lejos de la escena, sobre todo allí, eso es realmente el corazón de su vida.
¿Qué queda cuando todo falla hasta faltar? Es importante descubrirlo porque el poder no puede llegar hasta allí, no lo consigue, y nosotros podemos hacernos pequeños, refugiarnos en nuestro amor y salvarnos.
El poder, como mucho, puede matarnos, pero no puede arrancarnos de nuestra obsesión, de nuestro sueño. Descubrir cuál es nuestro sueño es un bonito ejercicio, y nunca termina, hasta un instante antes de morir.
El poder se abalanza sobre Juan el Bautista. Se le puede privar de las insignias del profeta poderoso, arrebatarle la libertad del desierto, pero nada, ni siquiera muerto puedes arrebatarle lo que se ha convertido en su carne y su Espíritu. La espera del Mesías. Se puede resistir la arrogancia del poder aprendiendo a convertirse en la Palabra que escuchamos. Se necesita terquedad.
Y Jesús responde a la pregunta.
Y es su forma de responder lo que tranquiliza al Bautista, porque lo que Jesús hace es reírse del poder, cantar una lista de cosas que los poderosos no pueden hacer, no logran, no quieren hacer. Un canto que es una burla al poderoso.
Y Juan el Bautista entiende, ahora puede entender, que lo que vendrá después de él no es el poderoso que corta de raíz la vida, sino el antídoto definitivo contra todo poder, contra todo abuso de poder… de aquel Dios que desde su trono se burla y se ríe de los poderosos (cf. Salmo 2, 4-8).
Así se ríe en la cara de los poderosos Jesús:
Regalando ojos nuevos mientras el poder solo prevé la obediencia ciega.
Regalando caminos inéditos, mientras que los poderosos exigen marchas ordenadas.
Regalando espacio para todos, cuando los poderes inventan nuevos males cada día (para permitir que los pobres culpen a otros pobres).
Regalando palabras y sonidos para escuchar, mientras que los poderosos hacen ruido.
Regalando segundas, terceras e infinitas posibilidades de renacimiento, mientras que el poderoso ordena la muerte de sus oponentes.
Hablando con los pobres y anunciándoles la Buena Nueva, mientras que los poderosos los engañan y los utilizan.
Convirtiéndose en un escándalo para los poderosos porque no puede haber Evangelio sin libertad.
Juan el Bautista entiende, reconoce el sonido, comprende muy bien que el Mesías no vendrá a sacarlo de la cárcel, a devolverle la libertad, porque él ya es libre. Lo aprendió día a día, antes, en el desierto, cuando logró mantenerse fiel a sí mismo y a Dios, y cuando no se dejó engañar por los vientos del poder. Lo aprendió estando fuera, lejos de los palacios, lejos de las vestimentas del cargo y de los ropajes del poder.
Pero lo comprendió de verdad solo allí, en la cárcel. Comprendió que no necesitaba ser liberado porque el encarcelado Juan el Bautista ya era libre para siempre… mientras Dios se burla y se ríe de los poderosos…
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF



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