¿De qué bautismo estamos hablando? - San Mateo 3, 13-17 -
¿Queremos aprender a apreciar a quienes no gritan ni hacen gritar, a quienes no soportan la violencia y saben desenmascararla? ¿Queremos aprender a fijarnos en las personas al borde marginal de los caminos y seguir buscando a aquellas que transitan en los cruces de los caminos y en las periferias?
¿Nos atrevemos a esperar en las personas que con su delicadeza no rompen las inevitables y conmovedoras fragilidades que entretejen a cada ser humano, en las personas que se inclinan con paciencia para proteger una llama que superficialmente parecía apagada?
¿Queremos creer en el poder de la verdad, que no es algo que se sabe, se escribe o se cree, de la que nadie puede sentirse dueño sino encarnada en una persona y en su estilo de vivir humilde y manso?
¿Queremos abrazar a las personas que siempre tienen una mano extendida hacia el cielo, un poco de oración y un poco de vela, porque saben que sin un Amor más grande se corre el riesgo de tropezar porque es el Cielo el que nos mantiene en equilibrio?
¿Queremos volver a confiar en quienes creen que tiene sentido abrir los ojos a los ciegos a pesar de la realidad, derribar los muros a pesar del miedo y liberar los sueños a pesar de las complejidades aprisionadas entre las paredes de los corazones?
¿Queremos dejarnos liberar para aprender a tener fe en el ser humano e intentar convertirnos en siervos creíbles de humanidad, sin caer en la tentación de secuestrar lo divino, de convertirlo en rehén de nuestras ideas y prácticas?
¿Queremos aprender el arte del Maestro de ser hijos y hermanos, de hacernos prójimos samaritanos y pasar «hacieno el bien y sanando a todos los que estén bajo el poder del mal»?
¿Queremos amar las trayectorias ligeras y luminosas porque creemos que tener fe es este paso continuo, como un soplo de viento, un paso beneficioso, que hace bien al corazón, que libera, que no pesa, que ayuda a vivir la vida cotidiana?
¿Queremos crecer siendo un viento beneficioso y bueno que pasa y sana porque cada día es el Año de Gracia del Señor, y en la posibilidad de una fe que, como un viento bueno, descienda para curar cada dolencia?
En las riberas del Jordán, con Juan el Bautista, ¿queremos aprender a reconocer el perfil de lo divino, el hombre que aún camina con paso seguro hasta los abismos más fríos de nuestras tinieblas, hasta el fondo de nuestra humanidad?
¿Queremos aprender a no detener a ese Mesías que se dirige hacia una dirección demasiado peligrosa, que no queremos que se sumerja bajo la superficie tranquila y que descienda hasta perder el aliento y tocar fondo en cada dolor, en toda miseria?
¿Queremos que el Cordero de Dios se manche con el pecado de los demás, queremos un Dios manchado por nosotros, o lo queremos inmaculado, bello y resplandeciente, perfumado y blanco, sagrado e inalcanzable?
¿Queremos dejarle hacer al Maestro o queremos detenerle porque puede acabar devorado por el mal que debería eliminar del mundo, y nos gustaría impedir su descenso hasta los bajos fondos de la humanidad?
Con el bautismo de Jesús fue como la apertura de un cielo, como si para escalar y subir arriba fuera necesario descender y bajar hasta abajo del todo, como para decir que quedarse en la superficie de lo humano es conformarse con un dios de fachada, como para decir que si Él no hubiera descendido entre el fango maloliente, nunca hubiéramos podido comprender la novedad de este Dios que había decidido encarnar el amor y hacerlo valiente amando de esta forma.
El Hijo de Dios, contaminado de amor, bañado de humanidad, lleno de gracia… Ahora solo nos queda ver su forma de amar, de devolver la vida, de pasar beneficiando y liberando. Dejémosle hacer a Él. Tenemos que aprender, y no será fácil. Pero sí fascinante. ¿Estaremos dispuestos a recibir el bautismo que Él recibió? (cf. Mc 10, 38).
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF



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