jueves, 11 de diciembre de 2025

Tenéis que nacer de nuevo - San Juan 3, 3 -.

Tenéis que nacer de nuevo - San Juan 3, 3 - 

Comenzar no es… 

repetir lo obvio fingiendo un asombro poco natural, no es buscar la magia, ni siquiera la pureza de la infancia, 

repetir la enésima ronda de caminos de felicidad y de plenitud, 

ceder a la locura de los eventos que no nos dejan respirar, de los retiros espirituales que nos llenan de palabras, 

seguir cierta retórica de los tiempos fuertes sin permanecer nunca débilmente en un silencio callado, 

encerrar en la jaula de nuestras mínimas fantasías la inquieta fuerza del Espíritu que imagina y crea, 

saber ya cuál es el bien de la Iglesia y luego fingir debatirlo sinodalmente, 

tranquilizarnos con nuestras visiones moralistas del mundo y luego fingir obediencias divinas, 

apagar el pábilo que humea vacilante ni romper la caña cascada, 

vestirse con ropas de ermitaño y mimar sabidurías antiguas, 

repetir el ritual con la esperanza de suscitar nostalgias infantiles, 

adornarse como un hombre nuevo para convencerse de ser más santo. 

El comienzo, el principio de todo es Él, el Evangelio vivo, Él, la Buena Noticia que irrumpe, asedia y asusta, que pide corazones dispuestos a dejarse desmontar. 

Él es el Espíritu que nada deja intacto, Él es el beso de un Viento que no deja nada como lo encuentra. 

Comenzar, comenzar de verdad es… 

no saber, día tras día, qué quedará de nosotros, de nuestra identidad a la que tanto nos hemos aferrado, 

dejar explotar en nosotros la Vida abundante y plena, como un niño en el vientre que dilata el útero y transforma en madre una joven tímida, o que engendra sueños en hombres justos, 

conocerle y confiar en Él y perdernos en Él, por amor, solo por amor, 

ponerse en camino y salir, perpetuando un éxodo eterno hasta el día en que renaceremos eternamente en Él, 

dejarnos llamar y llevar para que nunca seamos plenamente felices, nunca lleguemos plenamente, nunca estemos plenamente ni conformes ni en paz… sino deseosos e inquietos, 

ser arrastrados al desierto, y en el desierto no hay patrones que se repitan, no hay paradigmas tranquilizadores, en el desierto nuestros moralismos temerosos son barridos, en el desierto no hay nada y en la nada se arriesga a ponerle a Él en la cima de nuestros intereses, 

dejarnos llevar de la mano por Él para escuchar a los profetas que desde el desierto quieren llevarnos a casa, a nuestro verdadero hogar, 

ser fieles a nuestra identidad más profunda, cueste lo que cueste, dejar de fingir, 

salir de los espacios cómodos y manidos de las costumbres, destruir andamios sociales, religiosos, derrumbarlo todo para mirarnos finalmente a los ojos de Él, 

dar las gracias a Juan Bautista y a todos los precursores, a todas las personas que nos han hablado de Él, a todos los testigos que nos han iniciado y acompañado en la escuela del seguimiento, 

detenerse a sus pies y gemir, balbucear tal vez, tartamudear como niños balbucientes y novatos, y ver lo que nunca el ojo vio, y escuchar palabras inefables de dichosa bienaventuranza, 

dejar que el Espíritu hable en nosotros, y luego escucharlo, y luego confiar, y luego dejarse llevar, sabiendo que ya no seremos como antes, 

perderse, asustarse, reencontrarse, sorprenderse, dejándose fecundar por Él, olvidar nuestras pretensiones y dejarnos moldear por Él que nace en cada instante y sucede en todas las cosas. 

En una palabra, nacer de nuevo, una nueva Génesis, para renombrar todo en nosotros, un nuevo Éxodo de libertad y gracia. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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