domingo, 21 de diciembre de 2025

La santidad de los inocentes.

La santidad de los inocentes 

Misterio del mal. La historia del mundo eleva el grito del dolor inocente, un dolor que nos hace reflexionar. 

También en la Navidad. El Hijo de Dios recorre hasta el final el destino del hombre. 

Es el camino de la humanidad. 

La vida: misterio de fiesta y dolor. 

Dios entra en un río de lágrimas... 

Una grande estela de sangre y dolor acompaña desde siempre a la encarnación: días después de Navidad, al Gloria de los ángeles responde el llanto de las madres. 

El Niño quiere respirar vida y a su alrededor los poderosos dictan muerte. 

El Verbo no solo se ha hecho frágil carne de niño, sino carne amenazada, agredida, expuesta a todas las fuerzas ciegas que angustian la vida de los seres humanos: Dios recorre hasta el final el destino del hombre, en la carne de la inseguridad, en la oscuridad de la angustia, en el rojo de la sangre. 

La Navidad no es sentimental, es dramática: aflora el misterio de la iniquidad. 

¿De dónde proviene el “Misterium iniquitatis”? 

No lo sabemos. Pero también existe el misterio subterráneo de la bondad. 

La matanza de los inocentes sigue ocurriendo hoy en día. Se alimenta continuamente de guerras, tragedias, dolor inocente, naufragios… 

Herodes quiere eliminar a todos los pretendientes al trono, mata a sus hijos por sospecha y miedo, en un intento de escapar de la muerte que le persigue en cada una de sus acciones. 

«Raquel llora a sus hijos» (Jer 31,15): es el mundo, es Dios mismo quien llora a sus hijos destrozados. 

Y no hay consuelo para las madres del mundo, solo la comunión en el llanto. 

En Belén. En el Mediterráneo, cementerio insaciable, cuántos pequeños mártires de la esperanza ahogados en las frías aguas del mar y de la indiferencia. O en… 

Cuántos Herodes entre nosotros, con las manos manchadas de sangre... 

El dolor no quiere explicaciones, sino participación, no pide motivos (por qué, por qué a mí, por qué a mi hijo...), pide compasión y piedad. 

Sentir como nuestras las heridas de cada herida. 

Sí, más sangre, siempre sangre, también en Navidad, la de los niños asesinados por la locura de Herodes, a quienes la Iglesia, con valentía, venera como mártires. Aún no sabían hablar y ya, de alguna manera, proclamaban la fe. 

Es la loca resolución que toma Herodes después de comprender que los famosos visitantes de Oriente han tomado otro camino para no informarle sobre el fantasmal rey de Israel, a quien Herodes ve como un adversario, como un competidor (¡y cuántos ven a Dios como un competidor!). 

Son ellos, los niños, las primeras víctimas de la absurda ferocidad de los adultos. 

Los niños, inconscientes, indefensos, impotentes, ayer como hoy, se ven arrastrados por las locuras de los adultos. 

Los niños, imagen misma de la naturaleza humana íntegra, de la felicidad incorrupta, son las primeras víctimas de las guerras, las enfermedades, las luchas. Son ellos los primeros brotes verdes frágiles cortados por la guadaña del poder y la arrogancia. 

Conviene siempre hacer memoria y recordar a estos pequeños, a los demasiados inocentes de todas y de cada una de las barbaries. La historia del mal va más allá de lo imaginable. El tormento de los inocentes permanece. 

La vida (y, por ende, la liturgia) nos arranca de nuestra visión infantil e idílica de la Navidad para devolverla a su naturaleza profunda. 

Es una batalla entre la luz y las tinieblas, entre quienes acogen y quienes rechazan. Es la luz que viene y las tinieblas que no acogen. 

Pero no acoger a Jesús significa también no acoger la justicia y la paz y dar rienda suelta a lo peor de nosotros. 

Cada día hemos de hacer memoria y recordar a los demasiados inocentes, dos mil años después del nacimiento de Jesús, que sufren violencia, son asesinados, no llegan a nacer, ... Los muchos pequeños mártires víctimas de nosotros, los adultos, y que, sin embargo, tienen un defensor: el Dios hecho niño. 

La Navidad que hemos endulzado y azucarado está llena de violencia: violencia gratuita, ciega, inaudita, feroz, desencadenada por la provocación de un Dios humilde y manso que se entrega, Él también Cordero Inocente. 

Es la violencia, el lado oscuro, que empuja a Herodes a buscar, acosar y matar al niño que, según su pensamiento distorsionado y falso, quiere robarle el trono. Y, sin escrúpulos, mata a todos los recién nacidos de Belén, víctimas indefensas e inconscientes del poder sin alma, sin corazón, sin escrúpulos. 

La Historia sigue gimiendo por los dolores del parto, se retuerce en la lucha entre la luz y las tinieblas, mastica víctimas inocentes arrolladas por nuestras violencias inútiles y por la arrogancia egoísta de un mundo encerrado en sí mismo. 

Hoy es también el día de la memoria para, con valentía, celebrar a estos niños como mártires inconscientes del odio del mundo, patronos de los muchos niños asesinados en la indiferencia de los pueblos. Los poderosos no miran a nadie a la cara, obviamente. Nuestro nivel de vida tiene un precio y tantas veces, ¿siempre?, estamos dispuestos a pagarlo. 

Una vez más, en su crudo (y beneficioso) realismo, la memoria, y ojalá también la liturgia, nos arranque del sofá y de los preparativos para el nuevo año, y nos llame a la lucha aún no apaciguada entre la luz y las tinieblas, entre la inocencia y la maldad. 

¿Cómo no pensar en los niños muertos bajo las bombas? ¿O vendidos y explotados? ¿O abusados? ¿Cómo no pensar en los muchos Herodes que aún devoran y matan sin límites? 

Dios no detiene la mano asesina que deberíamos detener nosotros, y se pone del lado de los perseguidos, dejándose perseguir. 

He aquí quién es el verdadero Dios, que inmediatamente nos desestabiliza. El nuestro no es el Dios que detiene a los verdugos, sino el que se une a las víctimas. Incluso la muerte absurda del Inocente se convierte en camino de salvación. 

Y yo, ¿de qué lado quiero estar? 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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