viernes, 19 de diciembre de 2025

Y José le dijo: “No temas, María, yo estoy contigo” - San Mateo 1, 18-24 -.

Y José le dijo: “No temas, María, yo estoy contigo” - San Mateo 1, 18-24 -

José es el hombre justo. Aunque la suya no es la justicia según la visión limitada que a menudo tenemos los seres humanos en nuestro intento de vida en común. Su justicia es divina, por eso es plenamente humana. 

José podía repudiar a María, desde lo alto de su bondad podía hacerlo incluso en secreto, y a nuestros ojos eso habría sido suficiente. Pero no habría sido justicia según Dios. 

La verdadera justicia, la divina, no hace espectáculo público, no utiliza el sufrimiento de los demás para sus propios proyectos, la verdadera justicia no hace espectáculo público de nada, ni siquiera de lo que tenemos más sagrado, como el amor, y esto bastaría para hacernos reflexionar, a nosotros que transformamos todo en un acontecimiento, a nosotros que hacemos un espectáculo público patético de todo, incluso del dolor. ¡Incluso de la fe! 

La justicia y la verdad necesitan silencio y soledad. De hecho, José, sin hacer espectáculo, calla, se detiene, se inclina sobre su corazón y desde allí «considera estas cosas»: José es alguien que piensa, que reza, que entra en los pliegues de la vida y se hace cargo de ella. 

José es un hombre justo, y un hombre justo no se limita a aplicar las normas, las leyes, los mandamientos; el hombre justo tiene el valor de sumergirse en la historia, en la suya, en la de María, porque cada historia es única y no se comprende si no se entra en ella. 

Tantas veces pensamos que basta con multiplicar las reglas y asegurar las penas para construir un mundo mejor… Y no nos damos cuenta de que hoy estamos llamados a comprender que la verdadera justicia es «considerar las cosas», ampliar la reflexión, la escucha humilde, la oración. 

Cuánto daño seguimos haciendo, incluso como Iglesia, proyectando sobre los demás reglas abstractamente perfectas que, sin embargo, no tienen en cuenta la historia de quienes tenemos delante. Y lo hacemos porque faltan hombres y mujeres que, como José, sepan detenerse a considerar la vida de los hermanos. Detenerse y escuchar. Detenerse y arriesgarse. Detenerse y comprometerse. Faltan hombres de fe, por eso falta justicia. 

Un corazón que medita siempre será visitado por Dios, un ángel del Señor se aparece en sueños a José y le dice que no tema. He aquí la justicia de Dios, el acercarse, Dios se hace cargo del tormento interior de José y le asegura su cercanía: «no temas». Sin este paso nunca habrá justicia. Pero tampoco habrá caminos seriamente educativos, ni siquiera amistad, sin este paso de encarnación del amor no hay verdad, no hay vida. 

A ninguno de nosotros nos sirven las personas que se limitan a decirnos lo que debemos hacer, aunque sus palabras sean impecables. Los que nos salvan son siempre y únicamente las personas que, como Dios, se acercan a nuestros dramas y nos dicen que no temamos, y están ahí. El hombre justo es aquel que comparte nuestros dolores. 

Lo que vive en el seno de María es engendrado por el Espíritu Santo. Dios, el justo, no se limita a dar instrucciones para que la humanidad pueda salvarse, el justo se hace criatura, para interceder, asume nuestra humanidad. La fe cristiana o asume esta actitud o es una religión estéril hecha de preceptos. 

«Cuando despertó del sueño, José hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y tomó consigo a su esposa». 

He aquí la fe, dar cuerpo a la íntima relación con Dios. He aquí la fe «tomar consigo», hacerse cargo. José se convierte para María en un ángel anunciador: «No temas, María, yo estoy contigo». 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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