sábado, 25 de enero de 2025

Caminante, no hay camino.

Caminante, no hay camino 

El verso de Antonio Machado abandonó la poesía a la que pertenecía para salir al mundo, en definitiva, para caminar, a su vez, por esos caminos donde un conocimiento, o una sabiduría, de la vida toma forma y ritmo: la experiencia del caminar, no como movimiento progresivo hacia una meta, ni como una relación visible entre la partida y la llegada, ni siquiera como placer por el tramo ya recorrido y ansiedad por lo que queda por recorrer, sino sólo como una experiencia completamente interna de una condición, que es a la vez un estado de suspensión y de conocimiento, y por tanto una figura de la existencia humana misma. El verso pertenece a un poemario de la colección “Campos de Castilla”, de 1912, concretamente a la sección Proverbios y Cantares (el poema está indicado con el número XXIX). 

Caminante, son tus huellas

el camino, y nada mas;

caminante, no hay camino,

se hace camino al andar.

Al andar se hace camino,

y al volver la vista atrás

se ve la senda que nunca

se ha de volver a pisar.

Caminante, no hay camino,

sino estelas en la mar. 

Liberar el camino, como hace Antonio Machado, de su dimensión física y visual, para convertirlo en figura primaria de interioridad, es posible precisamente en una cultura que tiene en su mitología dos grandes representaciones, fuentes a su vez de muchas interpretaciones y variaciones filosóficas y narrativas: el hidalgo Don Quijote de la Mancha y la peregrinación a Santiago de Compostela. 

El itinerario de Alonso Quijano, convertido en el Caballero de la Triste Figura, es, de estación en estación, de aventura en aventura, la afirmación de una alteridad fantástica, ideal, irreductible a la convención, que provoca siempre e inquieta. En esa grande novela de la literatura universal, no es la dirección hacia una meta lo que genera fantasmagoría, sino el camino mismo, entendido como el tiempo y el espacio de los acontecimientos. En cuanto al otro camino, el de Santiago, era, antes de que la costumbre y el llamado turismo cultural hasta quizá haya dilatado y dispersado su significado, un ejercicio que unía el recorrido en el camino y en el paisaje con el itinerario espiritual que conducía hacia la Purificación: una representación corporal de la ‘peregrinatio’ cristiana medieval. Un paradigma que preside la Divina Comedia de Dante, cuyo verso inicial nombra con precisión el camino: “En medio del camino de nuestra vida”. 

Una filigrana de ascetismo, un ejercicio de desapego de las preocupaciones del mundo para poder dirigir la mirada al teatro de la propia interioridad, acompaña desde hace mucho tiempo la figura del itinerario: pensemos en la carta en la que Petrarca relata la ascensión del monte Ventoux en compañía del joven hermano, lo que es a la vez una descripción del camino y un interrogante sobre uno mismo (el poeta lleva consigo, de hecho, las Confesiones de San Agustín, que abre cuando llega a la cima). Hay muchas conexiones entre caminar y el cuidado de sí o con la activación de un pensamiento acorde con el ritmo del paso -lo que Paul Valéry llamaba "reciprocidad entre mi andar y mis pensamientos". 

En el verso “Caminante no hay camino” Antonio Machado distancia el relato, y los relatos, que florecen en el tiempo y los lugares de la peregrinación – la narración fabulosa de lo picaresco a lo devocional que nace precisamente en las paradas del camino y se alimenta la narrativa occidental – para dar relieve a un movimiento que es la percepción de estar en movimiento, siempre y para siempre en movimiento, es decir, en una condición que puede ser bien representada por el exilio: un estado de distancia, ante todo interna, de desorientación y desarraigo, de suspensión y deseo abierto e insatisfecho. Esta persona eliminará el vagabundeo tanto del arrepentimiento del origen como de la esperanza de la meta, para convertirlo en el umbral de un cuestionamiento incesante: una apertura constante de la pregunta, más que una respuesta del sentido, o la quietud de una aterrizaje. 

Hay una profunda y sentida conexión entre el camino y el exilio. Joan Manuel Serrat, en 1969 cantó, entre varios poemas del poeta, los versos de Caminante son tus huellas, y los unió a otros versos sobre el exilio, en una canción que comienza: 

Todo pasa y todo queda,

pero lo nuestro es pasar,

pasar haciendo caminos,

caminos sobre la mar. 

Para Joan Manuel Serrat, hablar de Antonio Machado y del “caminante” es pensar en el exilio, en el propio Antonio Machado en el exilio (el poeta, activo partidario de la República española, tras la caída de Barcelona el 26 de enero de 1939 y el fin de la experiencia republicana, tuvo que cruzar la frontera e ir al país del exilio, donde murió después de menos de un mes). 

Podríamos ahora detenernos un momento en las huellas, las marcas del verso inicial, y en las estelas, los rastros del verso final. Huellas, nada más que huellas: éste es el camino. Cuentan el paso, nos recuerdan que somos paso, es decir, un signo que al mismo tiempo cuenta lo que ha sucedido y anuncia la desaparición de lo sucedido. Si las huellas dan testimonio de algo…, dan testimonio del tránsito: expuestas al viento del borrado, su forma es un frágil juego de apariencias, pertenecen al mostrar y ocultar de la tierra. Pero esas huellas son tus huellas. Incluso cuando el viento las borra inmediatamente sobre la arena del desierto, te pertenecen porque ya han estado allí. El camino es esta manera de ofrecer una señal a la desaparición. Caminar es estar en la belleza y en el destello fugaz de su aparición. La poesía de Antonio Machado se nutre de las imágenes que surgen de esta conciencia. 

Sobre las estelas. No hay camino, sólo estelas en el mar. Incluso el mar, como el desierto, más aún que el desierto, toma el paso, lo quita de la vista, lo borra. Pero las estelas son el signo de una presencia: esta presencia es la vida misma, una estela, una secuencia de estelas, que pronto se aleja, fundiéndose con una ola más grande. Y este mar que cierra el poema y se abre ante la visión interior, nos invita a mover nuestra mirada hacia la distancia extrema, en la frontera entre lo visible y lo invisible, en el horizonte que está más allá de nuestra vista, más allá de nuestro camino. 

Desde el umbral del verso “Caminante, no hay camino”, podemos recorrer toda la poesía de Antonio Machado, comenzando por Soledades, seguir el maravilloso acuerdo entre ver y sentir, escuchar las modulaciones reflexivamente musicales de los versos, y sentir cómo el dolor intenta elevarse hacia la palabra, convertirse en palabra. 

Después de leer a Antonio Machado, cada persona llevará consigo unos versos que, como sucedía con los memorables dichos de la sabiduría antigua, le harán compañía en el camino. Entre los versos del poeta que han resonado en mi mente durante muchos años hay tres versos pronunciados por un "caminante" en la noche: “Está en la luna /el alma de la tierra /y en los luceros claros”. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Sois uno en Cristo Jesús - Gálatas 3,28 -.

Sois uno en Cristo Jesús - Gálatas 3,28 - El fenómeno de los extranjeros, los migrantes, aquellos que por diversas razones, ambientales, mil...