martes, 7 de enero de 2025

El sentimiento religioso en una sociedad en el que Dios ha dejado de ser cierto.

El sentimiento religioso en una sociedad en el que Dios ha dejado de ser cierto 

A partir de la lectura de las declaraciones del Presidente de la Conferencia Episcopal Española, Monseñor Luis Argüello (https://www.religiondigital.org/espana/Arguello-sentimientos-religiosos-juridico-protegido_0_2707829217.html) me he propuesto hacer una reflexión. 

¿Qué ha cambiado en la religiosidad y, sobre todo, en la espiritualidad de los españoles en este nuevo milenio en curso? ¿Qué importancia tienen hoy los valores de la fe y la ética? ¿El multiculturalismo ha afectado también a los aspectos más íntimos de la espiritualidad? 

Vivimos en una época que cultiva una idea débil y plural de la verdad: la religión no es una excepción. 

Desde hace algunos años, la España religiosa está en gran movimiento: por el crecimiento del ateísmo y del agnosticismo entre los jóvenes, por el aumento de creencias diferentes a las tradicionales, por la demanda recurrente de alternativas nuevas o espirituales. 

Quien paga el precio parece ser ese catolicismo que durante mucho tiempo representó la cultura común de la nación, pero que parece tener dificultades para conectarse con la conciencia moderna, (incluso a pesar de la presencia del Papa Francisco -lo digo entre paréntesis-). 

Lo que algunos definen como una ruptura silenciosa de la tradición religiosa quizá no está sucediendo en toda España de manera uniforme, como aparentemente puede estar sucediendo en otros países del centro y norte de Europa, pero sobre todo este asunto sí creo que hay una advertencia generacional que arroja una determinada luz sobre el destino del cristianismo, pero quizás también sobre el futuro de la religión. Por decirlo brevemente, y quizá de una manera demasiado simple, los índices de religiosidad y de fe cristiana muestran una tendencia decreciente directamente proporcional a la disminución de la edad. 

Además, hoy todos, creyentes y no creyentes, interpretan y viven su condición de manera más libre y abierta que en el pasado. Es el lado subjetivo de la vida humana el que se apodera incluso de los asuntos religiosos e informa cómo las personas se definen y perciben a sí mismas en esta esfera de la vida. 

Además de ser más inseguro, el creyente de hoy también parece más solitario. Se enfrenta a los acontecimientos de la vida en soledad, pero también a los desafíos que la época actual plantea a la fe religiosa. 

Desafíos que se derivan, por ejemplo, del contacto con quienes profesan otras religiones o creen de manera laica. O por la dificultad de orientarse en un ámbito ético y bioético en constante evolución. O también de vivir en un mundo global, lleno de ansiedades y miedos, de desigualdades y desequilibrios, de espectáculos de dolor. 

Desde los años de la protesta - 68 y alrededores -, algunos estudiosos evocan la idea de que está en marcha un cisma sumergido en la Iglesia católica, debido al distanciamiento de muchos católicos de la doctrina oficial en algunos ámbitos como, por ejemplo, el del comportamiento sexual y el de la familia. Seguramente hasta pueden estar surgiendo o han surgido otros cismas similares con respecto a otros ámbitos. 

Más allá del diferente juicio sobre el pluralismo religioso, que se desarrolla entre quienes casi esperan un alineamiento con el "mundo global" y quienes, en cambio, se declaran preocupados por el aumento de "símbolos religiosos que modifican el panorama habitual y desafían certezas consolidadas", sí se observa una preocupación generalizada: una cierta dificultad de hacer convivir en una misma sociedad grupos que expresan creencias y culturas diferentes, portadores de cuestiones -religiosas y sociales- que no pueden combinarse fácilmente en un marco unitario. 

Las mayores reservas que yo observo se dirigen al Islam. La relación con los musulmanes sigue siendo una relación incómoda, porque a menudo está relacionada con el discutido fenómeno de la inmigración, así como con las tensiones que acompañan a la presencia del Islam en todo Occidente. 

Sin embargo, yo observo un enfoque diferente hacia las religiones orientales, hacia las que se cree que se desarrolla un interés cultural y espiritual que tiende a enriquecer la sociedad. 

Sin cuestionar la idea de una “verdad religiosa”, la creencia de que existe una verdad absoluta, custodiada por una única confesión religiosa, mientras que todas las demás serían portadoras de medias verdades o verdades parciales o falsas verdades, es menor en comparación con el pasado, en un contexto en el que muchos creen que todas las religiones expresan verdades importantes para la condición humana, y que cada una de ellas ofrece un camino hacia esa verdad última que está por encima de todos nosotros. 

En poco margen de tiempo, las encuestas indican que el grupo de los no creyentes ha aumentado frente a una reducción de los creyentes. Los más afectados por el fenómeno del ateísmo son los jóvenes. Además, la no creencia también aumenta de forma inversamente proporcional al nivel de acceso a estudios superiores. 

Los mayores obstáculos para creer suelen surgir, para ateos y agnósticos, de la presencia del mal en el mundo y del desacuerdo entre ciencia y fe, razón y religión. 

Una parte de los “sin religión” parece asumir una misión particular: contrarrestar la pretensión de la Iglesia de representar los sentimientos más auténticos de la población, es decir, salir del equívoco de identificar España tout court con la España católica y reivindicar la misma consideración para las ideas de creyentes y no creyentes. 

Y esto, concretamente, sobre los temas candentes que centran el debate público actual: las cuestiones de la vida, la familia, la bioética, el género, los derechos de los homosexuales, la laicidad del Estado... 

En situaciones de fuerte desamparo, ya sea generacional o personal, parece desarrollarse una mayor desconfianza y marginación institucional, que conduce a una desafección de las normas y a menores expectativas y esperanzas de futuro, así como a un enrarecimiento de la voluntad de comprometerse con proyectos y la consecución de metas. 

En las últimas décadas, el estigma nacional contra la práctica de la homosexualidad se ha reducido considerablemente, y también ha disminuido la visión negativa del consumo de drogas blandas. Otros temas, por ejemplo la legalidad del aborto, ya ha sido como asumida y está instalada en una grande parte de la población. 

Existe un amplio consenso sobre las prácticas de reproducción asistida, tanto homóloga como heteróloga, mientras que el útero de alquiler, la maternidad más allá de la edad fértil, los experimentos con embriones humanos con fines terapéuticos y las intervenciones sobre células humanas para determinar determinadas características (estatura, color de ojos...) siguen dividiendo la opinión, con una población en desacuerdo. 

Seguramente no todos los fieles de las principales confesiones se comportan y piensan de la misma manera, pero esto es aún más cierto dentro de la feligresía católica, ya que las diferencias de “estilo religioso” delinean formas diferentes y múltiples de interpretar la identidad cristiana o católica. 

Además, hay que tener en cuenta que, de ser una sociedad de monopolio católico, España se ha ido y se está transformando en una sociedad impregnada por una variedad de confesiones. 

El pluralismo cultural y religioso, no sólo debido al fenómeno de las migraciones, parece plantear a los creyentes de todas las confesiones un desafío más sutil y desestabilizador que la secularización. Se trata de un desafío que introduce en la mente de los individuos la idea de que existen diferentes formas de creer -y de responder a las cuestiones de la existencia-, que cada sociedad y cultura tiene sus propias formas de lo sagrado, que es difícil creer que exista una única fe depositaria de la “verdad”. 

La confrontación con la diversidad religiosa, por tanto, hace más incierta y precaria la creencia de muchos, desafía la fe habitual, erosiona el supuesto (común a muchas religiones) de que existe una forma superior de conocimiento, de que hay una “verdad cognitiva y normativa absoluta”. 

Seguramente una parte de la población española suscribe la idea -muy enfatizada en el clima político actual- de que la presencia de confesiones y culturas distintas de las tradicionales constituye una amenaza para la identidad cultural del país, ciertamente ya algo incierta. Otra parte, en cambio, cree que es o puede ser una fuente de enriquecimiento cultural. 

Casi universal es la condena del extremismo religioso, que muchos atribuyen directamente a la radicalización y al terrorismo islámico. Otros, en cambio, se detienen a pensar que existe o es posible para cualquier confesión religiosa, llamando la atención, por ejemplo, sobre los fracasos provocados por las cruzadas. 

Ésta es una época que, incluso en el ámbito religioso, está más marcada por los flujos que por los bloqueos, caracterizada por una búsqueda errante de sentido, que a menudo va más allá de las fronteras y lucha por reconocerse en las definiciones convencionales. 

Incierto y solitario, el creyente de hoy parece confiar en un Dios más esperado que creído. 

La poca fe, la fe débil puede representar también un rasgo común a los creyentes de todas las confesiones religiosas, que expresa la perenne dificultad de la condición humana para relacionarse con un gran mensaje religioso. Un rasgo común que, tal vez, podría incluso llegar a convertirse en un rasgo característico y distintivo de las nuevas formas, ahora embrionarias, de sociedades multiétnicas, multiculturales y multirreligiosas. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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