Mirar desde abajo hacia arriba
Me uno a quien postula que hay aprender a mirar la realidad, el mundo que nos rodea, desde abajo. Y es que elegir cómo mirar la realidad es ya un acto político que implica una implicación personal y colectiva de cierto tipo. Mirar desde abajo significa para mí cambiar de perspectiva, aprender a leer la realidad no desde lo alto de un pedestal o desde una cátedra, sino a la altura de los ojos para encontrarnos con el otro y con los otros. También significa elegir partir de los últimos, los marginados, los excluidos.
Mirar desde abajo puede ser una experiencia de valor excepcional porque se aprende a mirar los grandes acontecimientos de la historia universal desde la perspectiva de los que sufren. Mirar desde abajo puede ser la cátedra de la vida y de una vida comprometida. La política también debería adoptar esta perspectiva ascendente para poder hacer análisis más lúcidos y así poder intervenir en la realidad de manera más incisiva.
La "visión desde abajo" de la historia no sólo tiene en cuenta las gestas épicas y los hechos gloriosos de un pueblo y de sus héroes, sino que también recupera la narración de acontecimientos menores, las historias de vida de las clases sociales más pobres, de las masas, de la inmensa mayoría de la gente anónima. Esta orientación trata de reconstruir el impacto de las decisiones de los poderosos en la vida de las poblaciones.
La "visión desde abajo" en una ciudad reconoce, por ejemplo, que el urbanismo tiene un fuerte significado político: el diseño de los espacios de una ciudad refleja opciones de valor y visiones políticas muy concretas. Por ejemplo, ver las calles y aceras desde la perspectiva de una persona que se desplaza en silla de ruedas nos recuerda que hay que derribar las barreras arquitectónicas para facilitar su movilidad. O pensar en una movilidad más suave, no sólo en los coches que circulan a toda velocidad por las carreteras, sino también en la seguridad de ciclistas y peatones. O, por poner otro ejemplo: garantizar un verde urbano bien gestionado, un aire más limpio, espacios públicos sustraídos al comercio, al tráfico y a la prisa y devueltos a la gratuidad de las relaciones, del encuentro, del "juego". En definitiva, lugares verdes con bancos donde personas de diferentes edades puedan encontrarse y disfrutar de momentos gratuitos de relación. La buena política es también la concreción de estas opciones. Mirar desde abajo en una ciudad significa no olvidar a las personas más frágiles y a los pobres. En muchas ciudades, los sin techo sólo son vistos como un problema de orden público o de decoro urbano. Corremos así el riesgo de tener una visión distorsionada o, al menos, sesgada, que conduzca a malas políticas. Ante todo, hay que respetar la dignidad de cada persona, sus derechos y sus necesidades.
La "mirada desde abajo" en la educación significaría, por ejemplo, tratar de observar el sistema educativo desde la retaguardia. Hablar de méritos en una sociedad desigual como la nuestra es profundamente injusto. La escuela podría ser un itinerario educativo capaz de comprender las necesidades de cada uno y de educar a cada uno, es decir, de ayudar a cada uno a "sacar" lo mejor de sí mismo. Cuando la escuela consigue ser un entorno abierto, acogedor e integrador, cada alumno se siente valorado y estimulado para sacar lo mejor de sí mismo. Desde esta perspectiva, pues, el mérito se traduce en dar a cada uno lo que realmente se merece, y a menudo son precisamente los más necesitados los que más se merecen.
Yo creo que es necesario bajar del peldaño de nuestros privilegios. Es decir, reconocer que hemos recibido tanto, que hemos tenido la oportunidad de estudiar, de viajar, de vivir experiencias formativas... Si guardáramos toda esta riqueza sólo para nosotros seguiríamos siendo unos privilegiados, pero si simplemente la ponemos en circulación, se convierte en un regalo para todos. Todos somos ricos porque tenemos algo que dar a los demás y, al mismo tiempo, todos somos pobres porque necesitamos recibir algo de los demás.
La "mirada desde abajo", en una palabra, nos pone en juego, nos hace entrar en una dinámica circular, en la que nada ni nadie se desperdicia, sino que todo es una oportunidad de crecimiento personal y comunitario. Si la política no adopta esta mirada, corre el riesgo de perder el contacto con la realidad, abandonar su papel y perpetuar sólo la injusticia y el privilegio de la meritocracia.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
No hay comentarios:
Publicar un comentario