Otra aportación colateral sobre el tema del celibato de los presbíteros
Mi amigo me dice que cree en el presbítero célibe pero no en el soltero. En el sentido de que no vive solo sino en comunidad de otros presbíteros, o de familias, o en comunidad con otras personas. Se evitaría tanto la autorreferencialidad como la adopción de estilos de vida poco saludables o desviados y una mayor capacidad de relacionarse. Un presbítero me compartió que el momento en que mejor sirvió a la comunidad, con más dedicación, empatía, creatividad y cercanía fue cuando vivió una historia de amor.
He tratado de hacer referencia ello en mi artículo anterior. Es cierto que hay presbíteros que tienen dificultades para vivir el celibato (y la castidad) de forma sana, serena y fructífera. También nos encontramos con otros con problemas de carácter y compensaciones poco saludables. Pero son muchos, así lo creo, los que lo viven con alegría, plenitud y gran fecundidad.
Con todo, sí quiero dejar sobre el tapete estas tres cuestiones:
1.- La complejidad de la cuestión de las estructuras eclesiales, diocesanas,…, que hay que gestionar es real. Los recursos son los que son, y el riesgo de que un presbítero se pase el tiempo corriendo detrás de las urgencias es alto, sin estar plenamente preparado y ser competente para ello. Aquí existe el riesgo de perder el sentido del propio ser, el deseo de transmitir y encarnar el Evangelio que exige ocuparse de las cosas de la humanidad, pero teniendo siempre un horizonte de sentido que estimule. ¿Es imposible delegar en parte la gestión de las estructuras si es demasiado pesada y mantener sólo lo que es más propio de su razón de ser y, por lo tanto, de su servicio -lo que requiere confianza en aquellos con los cuales comparte la misión y colabora-?
2.- La cuestión de la soledad es real, decisiva y, quizá, urgente. ¿Es posible hoy vivir una vida tranquila en soledad? No lo sé. Creo que esto tiene que ver con la personalidad de cada uno. Ciertamente, esto exige también una tematización muy profunda: ¿soy capaz de aceptar la propuesta que la Iglesia hace a cada presbítero de conservar el celibato? Una pregunta que exige años de excavación interior, de experiencia en el mundo y de confrontación. Dicho esto, la fraternidad presbiteral puede ser una excelente oportunidad: sin embargo, exige constancia, compromiso, trabajo duro. Es ciertamente menos cómoda que una soledad en la que cada uno decide por sí solo. El riesgo de una soledad no cultivada es la inmadurez relacional y el encerrarse en uno mismo, lo que abre espacios de resentimiento difíciles de gestionar.
3.- La cuestión del cuidado interior es decisiva. Creo, sin embargo, que la lucha por cultivar espacios de silencio y oración es una cuestión transversal de todo creyente. Todo cristiano (presbítero, laico o laica, religioso o religiosa) está llamado a vivir un espacio en el que asirse, leer la Palabra, habitar el silencio, dialogar con el Señor. Hay que tener el valor de hacerlo. Puede ser impopular, con el riesgo de ser tachado de pasárselo bien. Sin embargo, es precisamente este detenerse lo que da a la vida una densidad cualitativamente diferente y de valor.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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