domingo, 19 de enero de 2025

Ternura y valentía: un magisterio comprensible y, por lo tanto, evangélico.

 Ternura y valentía: un magisterio comprensible y, por lo tanto, evangélico 

Sean tiernos, sean valientes” es un libro que recoge las conversaciones del Papa Francisco con los jesuitas que ha encontrado en el mundo durante sus viajes apostólicos. El libro está editado por el padre Antonio Spadaro, subsecretario del Dicasterio vaticano para la Cultura y la Educación. El primer valor del libro es que recoge estas entrevistas que tuvieron lugar lejos de los micrófonos pero que tras los viajes fueron publicadas, individualmente, en La Civiltà cattolica, revista dirigida hasta el año pasado por el padre Spadaro, testigo de todas las entrevistas recogidas. Lo que surge es una conversación por etapas, que ilustra las expectativas de los jesuitas en los distintos países del mundo, sus necesidades y las respuestas del Papa. Se podrían citar muchos ejemplos; he aquí algunos. 

En Irlanda, donde la Iglesia sufre abusos sexuales de menores, la primera pregunta es sobre esto, sobre qué hacer. He aquí la respuesta: «Tenemos que denunciar los casos de los que tengamos conocimiento. Y los abusos sexuales son consecuencia del abuso de poder y de conciencia, como he dicho antes. El abuso de poder existe: ¿quién de nosotros no conoce a un obispo autoritario? Siempre ha habido superiores religiosos u obispos autoritarios en la Iglesia. Y el autoritarismo es clericalismo. A veces se confunde el envío misionero autoritario y decidido con el autoritarismo. En cambio, son dos cosas distintas. Hay que superar el autoritarismo y redescubrir la obediencia del envío misionero». 

Se habla mucho, quizá nunca lo suficiente, de esta emergencia, pero no se habla mucho, por desgracia, de una lectura tan profunda y a la vez tan empírica, basada en la experiencia concreta de cada sacerdote de una distorsión y, por tanto, del dedo índice que señala al autoritarismo. 

El discurso vuelve a Perú, el tema es abordado extensamente por el Papa, que habla de hipocresía, retornos al poder, abuso de autoridad, abusos sexuales, y añade el desbarajuste económico. Pero impresiona al contar sobre sí mismo: «El 24 de marzo en Argentina es la memoria del golpe militar, de la dictadura, de los desaparecidos... Tomé el metro y no me bajé en la Plaza de Mayo, sino a seis cuadras. La plaza estaba llena, y caminé esas cuadras para entrar por el costado. Cuando iba a cruzar la calle, había una pareja con un niño de dos o tres años, más o menos, y el niño iba corriendo adelante. El padre le dijo: «ven, ven, ven aquí... ¡Cuidado con los pedófilos!». Qué vergüenza sentí. ¡Qué vergüenza! No se daban cuenta de que era el arzobispo, era un cura y... ¡qué vergüenza! A veces sacan los premios de consolación y alguien llega a decir: «Muy bien, mirad las estadísticas... el... no sé... 70% de los pederastas se encuentran en el ámbito familiar, en conocidos. Luego en gimnasios, piscinas [...] Pero es terrible aunque sólo sea uno de estos hermanos nuestros [...] Hay que escuchar lo que siente una niña abusada o maltratada. Los viernes -a veces se sabe y a veces no- suelo reunirme con algunas de ellas. En Chile también tuve una reunión. Como su juicio es tan duro, ¡están aniquilados! Aniquilados!». 

Otro ejemplo: estamos en la República Democrática del Congo, donde hay un rito congoleño específico. Un jesuita le pregunta por qué parece gustarle el rito congoleño y que explique su imagen de la Iglesia como hospital. He aquí su respuesta: «Me gusta el rito congoleño porque es una obra de arte, una obra maestra litúrgica y poética. Se ha hecho con sentido eclesiástico y sentido estético. No es una adaptación, sino una realidad poética, creativa, para que tenga sentido y se adapte a la realidad congoleña. Así que sí, me gusta y me da alegría. La Iglesia como hospital de campaña. Para mí, la Iglesia tiene vocación de hospital, de servicio para el cuidado, la curación y la vida. Una de las cosas más feas de la Iglesia es el autoritarismo, que luego es un espejo de la sociedad herida por la mundanidad y la corrupción. Y la vocación de la Iglesia es al pueblo herido. Hoy, esta imagen es aún más válida, teniendo en cuenta el escenario de guerra que estamos viviendo. La Iglesia debe ser un hospital que va allí donde la gente está herida. La Iglesia no es una multinacional de la espiritualidad. ¡Busca en los santos! ¡Cura, cuida las heridas que el mundo está experimentando! ¡Sirviendo a la gente! La palabra «servir» es muy ignaciana. «En todo amar y servir» es el lema ignaciano. Quiero una Iglesia de servicio». 

El autoritarismo también surge aquí, en un contexto completamente diferente. ¿Y el servicio a los heridos con respecto a cuestiones o ideas más debatidas? Menos. Son sólo dos ejemplos de un discurso que articula, evoluciona, pero quizá explica un poco el título. Se cita al Papa así: «Cercanía, compasión y ternura. Este es el estilo de Dios». Una expresión, una frase nada trivial, que se aclara a medida que se lee. De hecho es muy relevante lo que dice el papa al reunirse poco después con los jesuitas en Sudán del Sur, cuando le preguntan qué espera ante el hecho de que la fe se va al sur pero el dinero no. Una pregunta muy profunda a la que el papa da una respuesta compleja, de la que sólo quiero citar un pasaje que pone de relieve el estilo del papa Francisco, sin embargo, que vuelve a la comprensión partiendo de su propia experiencia y elección: «La elección de la pobreza de san Ignacio -hasta el punto de hacer a los porfiristas un voto especial- es una elección contra el paganismo, contra el dios dinero. Hoy en día, la nuestra es una cultura pagana de guerra, donde cuenta cuántas armas tienes. Todas son formas de paganismo». Creo que debe tocar una fibra sensible, sobre todo teniendo en cuenta cómo presentamos los conflictos de los que habla aquí y lo concreto que es para los jesuitas la respuesta. 

Se podría continuar largamente porque el libro es muy rico en estos ‘ejemplos’ y lo que aquí se apunta, según mi sensibilidad o mis prioridades, ciertamente no agota el significado y el valor de un libro precioso. Esto explica en gran medida la convicción del editor, quien, escuchando personalmente estas conversaciones, comprendió inmediatamente que este material no podía permanecer confidencial. Y decidió grabarlas de forma independiente, con su teléfono portátil. No fueron palabras privadas dichas en público, sino palabras públicas dichas en privado. Era importante que el papa Francisco aceptara la publicación de los textos y que ahora estén recogidos en un volumen, porque sólo así, por ejemplo, se puede intentar la conexión, por ejemplo, y una entre mil posibles, entre Irlanda, República Democrática del Congo, Sudán del Sur, Perú, la constancia de la crítica al autoritarismo y, por tanto, al clericalismo. 

Y así, por ejemplo, al trasladarnos a Kazajstán, el discurso cambia pero permanece y se vuelve fulminante, esclarecedor, porque introduce en su "discurso" la enormidad obvia, narrada y presenciada: «Los gobernantes dictatoriales son crueles. En una dictadura siempre hay crueldad». Si el Papa se hubiera detenido aquí, tal vez hubiera hecho algún tipo de declaración… pero otro tipo de declaración y agregó: «En Argentina cogían a la gente, la subían a un avión y luego la tiraban al mar. ¿Cuántos políticos he conocido que han estado en prisión y torturados? En estas situaciones se pierden derechos, pero también sensibilidad humana. Lo sentí en ese momento. Muchas veces incluso he oído decir a buenos católicos: ‘¡Estos comunistas se lo merecen! ¡Ellos lo pidieron!’ Es terrible cuando la idea política supera los valores religiosos. En Argentina fueron las madres las que hicieron un movimiento contra la dictadura y buscaron a sus hijos. Son las madres las que han sido valientes en Argentina». 

Leyendo, entendiendo, profundizando, da la impresión de que para presentar este libro nunca bastan los ejemplos, hay que encontrar el sentido de todo, partiendo de lo que no se menciona expresamente. ¿Pero cómo hacerlo en pocas palabras? Probablemente tenga razón el padre Antonio Spadaro, que busca en el método el hilo explicativo. Francisco ha elegido muchos sistemas de comunicación, uno de ellos es el del discurso público en privado, que toma forma en estas conversaciones privadas publicadas luego y en las homilías en Santa Marta, que siguieron un proceso similar. ¿Y qué es? Para el padre Spadaro lo que se desprende aquí es que «hay una tensión vital que no se puede domar, con una lima de trabajo, con un trabajo de cincel de laboratorio. Debemos tomar sus palabras tal como son pronunciadas. Estamos ante una verdadera doctrina oral [...]. Francisco entendió que comprensibilidad no es lo mismo que claridad. Puedes ser muy claro, pero no ser entendido. Los discursos abstractos pueden ser simples y claros, pero el oyente no los entiende realmente, porque sólo son capaces de rozar la superficie de la conciencia. A veces la claridad (en algunos casos incluso la doctrina) puede ser inversamente proporcional a la credibilidad. El hombre de hoy, más que simples discursos claros que no marcan la diferencia, necesita discursos creíbles, portadores de la complejidad de las situaciones, de las experiencias, de la vida que a veces no es ni puede ser tan “clara”. El lenguaje claro es el de la norma. Si el pastor lo adopta como método de comunicación acaba confundiéndose y asumiendo el papel de legislador y juez». 

Este es el punto subyacente y profundo que puede expresar una manera incluso mejor el magisterio del papa Francisco. Un magisterio del encuentro, de la conversación, por etapas. Una doctrina oral que acompaña a aquel magisterio gestual sobre el que reflexioné hace algunos días. Un magisterio evangélico porque comprensible. El lenguaje teológico corre el riesgo de convertirse en un producto de la debilidad del logos occidental, por lo que la búsqueda de un lenguaje que dé razones para la racionalidad de la fe corre el riesgo, al final, de alejarse de la cuestión del futuro real de la fe. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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