domingo, 19 de enero de 2025

Desarmar las palabras.

Desarmar las palabras 

He leído con interés la noticia de Religión Digital (https://www.religiondigital.org/el_papa_de_la_primavera/Francisco-desarmar-comunicacion-violenta_0_2709629023.html) sobre la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales 2025 y la llamada del Papa Francisco a los profesionales de la comunicación sobre la necesidad de 'desarmar' la comunicación, cada vez más violenta. Las palabras son un puente. De ahí que no nos venga nada mal recordarnos que hemos de elegir las palabras para comprender, para hacernos comprender, para acercarnos a los demás. Porque toda palabra tiene consecuencias, pequeñas o grandes. 

¿Hasta qué punto pueden justificarse las palabras vulgares en la confrontación o el enfrentamiento entre partidos? ¿Es aceptable que los representantes del pueblo e incluso de las instituciones ignoren que su acción política o de gobierno tiene un valor educativo? ¿Cómo pensar que el cuidado de la palabra no forma parte del cuidado de la democracia y de la participación? ¿Cómo no reducir a folclore o a sainete el deprimente espectáculo de un debate político lleno de exabruptos e improperios, argumentos y falacias ad hominem, etc.? 

Las preguntas no ignoran el contenido de un programa electoral o de un debate político razonado y razonable entre adultos, sino que cuestionan la estatura cultural y las responsabilidades de quienes utilizan la palabra para ofender. La palabra es el icono del alma, la sede del pensamiento, el signo distintivo del hombre. Reducida a charlatanería, trocada como cualquier otra mercancía, presa de la ignorancia y la hipocresía, nos pide que bajemos el volumen, tomemos el camino del rigor, nos reincorporemos a la realidad de las cosas. Hoy asistimos a un espectáculo tan amargo como preocupante. A muchos les parece imposible poner fin a unas declaraciones que, al violar las palabras y vaciarlas de su significado, hacen a un pueblo culturalmente más pobre, más intolerante. ¿No queda más remedio que resignarse a la deriva? Si el poder de las palabras es tan grande, ¿por qué no van a poder evitar también los conflictos? 

Quizá cabe proponer un camino cuesta arriba, complejo, difícil pero posible. Frente al lenguaje arrogante, grosero e inculto, se puede y se debe responder con un lenguaje respetuoso, con una comunicación amable y al mismo tiempo profética. La amabilidad es la respuesta adulta a la arrogancia de los inmaduros, la profecía es testimoniar que para desarmar el lenguaje hay que desarmar los corazones y las mentes. Es necesario crear espacios de comunicación e intercambio en los que las palabras sean sensibles y respetuosas con la diversidad, saliendo de la niebla de las palabras vacías, vulgares, armadas.

Si de verdad estamos viviendo una de las páginas más difíciles y trágicas de la historia de la aldea global que es nuestro mundo, lo único que deberíamos evitar es «armar» las palabras, reduciendo a quienes expresan un análisis diferente y distante (a veces radicalmente distante) a un reducto mediático del «enemigo». Quizás si queremos desarmar el conflicto, deberíamos primero desarmar el lenguaje y hacernos cargo, si somos capaces de hacerlo, de una fuerza de persuasión... Olvidémonos de edictos, anatemas y prohibiciones. Y adoptemos buenas ideas que proponer. 

Solemos decir que si uno es lo que comunica, las palabras que elegimos cuentan la historia de la persona que somos, nos representan. Y las palabras dan forma al pensamiento. Por eso es necesario tomarse el tiempo necesario para expresar lo que pensamos. Siempre es necesario escuchar antes de hablar porque nadie tiene siempre la razón. De ahí que sea imprescindible escuchar con honestidad y franqueza. Y si las ideas se pueden debatir hasta discutir, el respeto a las personas nos lleva a no convertir a quien tiene opiniones que no comparto en un enemigo al que hay que aniquilar. Nunca el insulto ni la palabra agresiva es argumento en favor de ninguna tesis. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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