jueves, 30 de enero de 2025

Vida espiritual.

Vida espiritual 

«Bienaventurado el que encuentra en ti su fuerza y ​​emprende en su corazón el camino santo» (Sal 84,6). 

¿Cómo puedo encontrar mi camino a través de la maraña de emociones, sentimientos y pensamientos que surgen? ¿Qué dirección tiene mi vida? 

Estas o similares preguntas son expresión del deseo, a veces agudo, de vivir una vida espiritual y manifiestan simultáneamente la dificultad de comprender su significado y la falta de claridad respecto al método de realización. El camino a seguir no siempre está claro. Tenemos precursores, gigantes que antes que nosotros han entrado en los caminos del Espíritu y han abierto caminos, trazado rutas, allanado senderos... Hay personas que, como nosotros, conocen la vida de Cristo y desean intensamente que esta inteligencia descienda en lo más profundo del corazón. Adquirir esa nueva perspectiva que hace que todo sea precioso. 

Pero antes de que esto ocurra es necesario mirar con honestidad y valentía, con confianza y atención nuestra condición personal de personas a veces inclinadas a una cierta “resignación”, a sentirse de algún modo insatisfechas. Experimentamos una especie de incompletitud en la que la falta de conexión entre las cosas que afrontamos, o más bien que nos preocupan, a veces hasta el punto de atormentarnos, fragmentar nuestras existencias... Las cosas que hacer, las personas con las que hablar, nuestros recuerdos, las mismas situaciones de defender o denunciar,…, todo esto que en sí es bueno a veces nos hace perder el centro de nosotros mismos… Preocuparnos nos lleva a estar “en todas partes” en todo lugar pero con dificultad nos encuentran en nuestra casa, allí, en nuestro “hogar”… 

El Señor responde a esta situación interior… Nos encontramos ocupados pero insatisfechos, ocupados pero sin conexión, en todas partes menos en casa... Él quiere colocarnos donde pertenecemos. Pero se necesita mucha honestidad de nuestra parte para aceptar la invitación a llevar una vida según el Espíritu. Debemos estar dispuestos a desenmascarar nuestra existencia fragmentada y preocupada para hacer surgir dentro de nosotros el deseo de un verdadero hogar del que habla Jesús cuando nos invita a buscar primero el Reino de Dios. 

El Señor no nos dice que cambiemos nuestro estilo de vida sino que cambiemos el centro de nuestra atención, nos invita a un cambio de corazón que haga que el resto sea diferente. “Buscad primeramente el reino de Dios”… “Poned vuestros corazones en el Reino”… “y todas estas cosas os serán añadidas”. Cuando estamos preocupados, es el corazón el que está en un lugar diferente, en un lugar equivocado, y necesita ser reposicionado en el centro… pero ¿dónde está ese centro? Este centro es el Reino de Dios. Tener un corazón dispuesto hacia el Reino del Padre significa tener un corazón orientado hacia la vida del Espíritu. Un corazón dispuesto a asimilar los sentimientos que fueron los del mismo Cristo. 

Estamos llamados diariamente por Jesús a entrar con Él en esta vida espiritual de adhesión a la voluntad del Padre. La vida espiritual no nos aleja del mundo, sino que nos introduce profundamente en su verdadera realidad. Consiste en haber orientado el propio corazón hacia lo único necesario, no viviendo ya la vida como fuente de preocupaciones sin fin, sino como una profunda y viva variedad de caminos a través de los cuales el Señor se hace presente entre nosotros. Es en este proceso más o menos lento de transformación que el Señor actúa en quienes experimentamos la unificación interior a partir de un centro donde habita el misterio de la vida de Dios con nosotros. 

Hay que tener presente que la vida espiritual no elimina las luchas ni los dolores de la existencia. Si pensamos en la vida de los discípulos de Jesús, nos damos cuenta de que convertirse no basta para reducir el sufrimiento. La lucha, el dolor, la enfermedad, la persecución pueden persistir en la experiencia y convertirse en el lugar de purificación elegido por Dios por donde pasar diariamente en la conciencia de que lo que sucede es el camino preferencial hacia la casa del Padre donde habita el amor de Dios. Dios cura, sana, renueva continuamente. Entonces cesa toda desesperación, desaparece el aburrimiento,…, nos sentimos conducidos a la gran compañía de los buscadores. 

Buscar el Reino de Dios” no es un método sino una actitud del corazón. Y el Señor verdaderamente y activamente cuida de nosotros. Esto lo entendemos por las palabras: “Todas estas cosas os serán añadidas”. En este viaje nos descubrimos en las manos del Señor mientras nuestras preocupaciones pierden su dominio y el Espíritu de Cristo nos conduce hacia la libertad de los hijos. 

La vida del Espíritu es un don pero el Señor invita a “Buscar el Reino de Dios”. Esta profunda determinación del corazón de buscar el Reino no es una simple aspiración sino que requiere un cierto esfuerzo, una pasión por el Reino. Necesitamos hacer espacio a Dios en nuestra vida, en lo más profundo de nuestro ser a través de la soledad: un tiempo y un espacio dedicado a Dios. Entrar en nuestra habitación y cerrar la puerta exterior e interior. Si al principio necesitamos reservar momentos de tiempo y un espacio concreto para convertirnos en un hogar tranquilo, a medida que pasa el tiempo y los años, en soledad con Dios, nos damos cuenta de que el Señor está con nosotros en todo momento y en todo lugar. Nuestra mirada podrá reconocerlo porque la soledad que antes debía estar delimitada por un lugar y un tiempo, ahora se ha convertido en una soledad vigilante del corazón. 

Y además: “Quien no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios”. Pero para tal renacimiento es necesario permanecer a solas con Él… Este renacimiento se realiza en el más profundo secreto aunque los efectos sean perceptibles hasta los extremos de la tierra. Donde el corazón de Dios habla al corazón del hombre, todo se renueva. Al hacer esto aprendemos a estar con los demás de una manera nueva. A Dios se llega no por miedo a la soledad sino que aprendemos un modo diferente de hacer comunión que es dejar espacio a Dios en la propia existencia. 

A veces experimentamos cierta dificultad para percibir la presencia del Espíritu de Dios y esto hace el camino difícil, pero si permanecemos vigilantes y atentos, incluso cuando nuestro corazón no está habitado por un deseo ardiente, estamos seguros de ser conducidos a las profundidades de la Su Reino. 

De alguna manera hemos sufrido, trabajado, amado, tomado conciencia de nuestras sombras y a través de este prisma de experiencias el encuentro con Dios ya no es buscado… sino acogido y amado. La vida espiritual es una aventura porque se abre a un futuro complejo y polifacético, no determinado desde el principio, sino que depende del movimiento de nuestra libertad y de la gracia de Dios. 

En las encrucijadas y en los puntos de inflexión encontramos los mayores riesgos. Allí donde se cruza un umbral o hay que realizar un paso, normalmente se está en un punto decisivo en la continuación del viaje. El término “Krino” -de donde deriva el término ‘crisis’- evoca la encrucijada, la separación, la decisión… Es en el momento de crisis cuando y donde me sitúo en la encrucijada de caminos. 

El santo es un hombre consciente de que cada momento de nuestra vida humana es un momento de crisis; En efecto, estamos llamados en cada momento a tomar una decisión de gran importancia: ¡elegir entre el camino que lleva a la muerte y a la oscuridad espiritual y el que lleva a la luz y a la vida…!” (Aldous Huxley, La filosofía perenne). 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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