jueves, 13 de febrero de 2025

Bienaventuranzas, la felicidad que propone Jesús.

Bienaventuranzas, la felicidad que propone Jesús 

Llevamos el dolor dentro y a veces incluso perdemos la secreta esperanza de encontrar a alguien con quien compartirlo. «¿Con quién voy a hablar hoy?», se preguntaba aquella alma, y tal vez, la infelicidad comienza justo alrededor de esos desiertos donde no hay respuesta a esta pregunta. 

A veces en la búsqueda de la felicidad nos alejamos, pensamos que la solución es irse, abandonar, cortar, como el protagonista de la película “Into the wild”, que al final se da cuenta, sin embargo, de que «la felicidad sólo es real si se comparte». 

Estamos desgarrados por dentro, en este conflicto entre la cabeza y el corazón. No podemos entender lo que sentimos o, muchas veces, no entendemos qué hacer con lo que sentimos. 

Podemos fingir todo lo que queramos, pero el verdadero problema de la vida sigue siendo éste: queremos ser felices. Estamos deprimidos y apagados porque hemos dejado de creer que podemos ser felices. 

Es extraño que la gente de hoy, y sobre todo los jóvenes, que viven de forma tan atormentada esta búsqueda de la felicidad, no se hayan dado cuenta de que las Bienaventuranzas ¡tratan precisamente de la felicidad! Y no hablan de ella con pesadas teorías filosóficas abstractas, sino que cantan a la felicidad de un modo muy pop, con una serie de repeticiones, como el estribillo de una canción, fácil de memorizar. 

Por supuesto, nosotros somos grandes estudiosos de Aristóteles y, por tanto, nos choca el lenguaje y la imaginería de Jesús. Al igual que Aristóteles, nosotros también tenemos una idea teleológica de la felicidad. No, no significa que la felicidad deba ser puesta en escena teleológicamente... significa que la felicidad, para Aristóteles y en general también para nosotros, es un fin a alcanzar, una meta a veces lejana, una meta que parece inalcanzable. Y por eso, nos frustramos a menudo y nos deprimimos, porque nos ponemos delante una felicidad que nunca podremos alcanzar mientras la buscamos toda la vida, condenándonos a la infelicidad. 

Jesús no utiliza la palabra con la que Aristóteles habla de la felicidad. Jesús no usa la palabra “eudaimonía”, pero sí el adjetivo “makarios”. Para Jesús, de hecho, ya somos felices ahora. Cuando te das cuenta de que eres amado, ya eres feliz: por supuesto que vendrán signos para confirmar ese amor, pero no los necesitas todo el tiempo. Bienaventurados los que... es el presente de la confianza. Luego vendrá el futuro de la historia que demostrará que tenías razón al confiar y ser feliz. 

Jesús habla de la felicidad con esta especie de canción que parece tener dos estrofas: en la primera hay situaciones en las que podemos reconocer que somos felices. 

Somos felices cuando no tenemos ninguna seguridad, como los pobres de Yahvé, los anawim, los que tenían a Dios como única riqueza. Somos felices cuando reconocemos que necesitamos consuelo y no pretendemos que siempre somos de una pieza, cuando no fabricamos nuestros propios consuelos, sino que tenemos la humildad de dejar que nos enjuguen la cara. Somos felices cuando deponemos las armas de la arrogancia y cuando no pretendemos tener siempre razón. Somos felices cuando tenemos hambre y sed de justicia, cuando no encubrimos la verdad por nuestro propio interés. 

Con todo, debemos reconocer que no lo tenemos todo para ser felices. Cuando estamos llenos, saturados, cuando nos creemos que hemos llegado y que somos superiores a los demás, ¡entonces hemos escrito el guion de nuestra infelicidad! 

Pero luego está la segunda estrofa, porque Jesús está convencido de que la felicidad nunca es un asunto personal, solitario. 

Somos felices cuando nos preocupamos por los demás, cuando los miramos con misericordia, pensando en todas las veces que Dios ha tenido misericordia de nosotros, cuando miramos a los demás con una mirada pura y honesta, cuando intentamos ver a los demás por lo que realmente son y no a través de la lente de nuestras propias expectativas o prejuicios. 

Somos felices cuando construimos justicia, cuando no nos limitamos a hacer teorías y discursos, sino que nos remangamos para poner las cosas en su sitio. Somos felices cuando aceptamos la humillación, cuando estamos dispuestos a no recibir el reconocimiento al que tenemos derecho. 

En las bienaventuranzas Jesús habla del Reino de los Cielos. Es una metonimia. El Reino de los Cielos está en lugar de Dios. Dios nos rodea: cuando estamos en estas situaciones, y en todas las situaciones similares, estamos en Dios, Él nos rodea. 

Ahora, una vez leídas las bienaventuranzas, podemos hacer un pequeño ejercicio. Es muy sencillo. Se trata de intentar ver cómo reaccionamos cuando nos encontramos en las situaciones que Jesús considera el lugar de la bienaventuranza, dicha,…, felicidad. Quizá nos demos cuenta de que en esas situaciones corremos para escapar o cerramos los ojos para no ver. Entonces entenderemos por qué la felicidad se nos escapa aunque esté tan cerca. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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