viernes, 7 de febrero de 2025

El estilo paranoico de la política norteamericana (Richard Hofstadter).

El estilo paranoico de la política norteamericana (Richard Hofstadter) 

Vivimos en un exceso de caos producido por la crisis simultánea del Número Uno y sus retadores. Estados Unidos, China y Rusia temen por su existencia. En esos niveles de autoconciencia te consideras vivo sólo si eres un gran poder. Si te reducen a un rango inferior, tienes la tentación de suicidarte. O de dejarte llevar. De ahí la Gran Guerra en varios teatros, de diferentes intensidades desde caliente a tibia, y viceversa, que si no se suspende se convertirá en Guerra Total (más que mundial). 

El desorden abre vacíos que invitan a los ambiciosos. Antiguos imperios ya diagnosticados de desarme irreversible (Turquía, Japón), antiguas colonias que se redescubren como Estados-civilización (India/Bharath), naciones humilladas y ofendidas en ascenso debido al debilitamiento de sus vecinos (Polonia). Mientras los protagonistas de anteayer se debaten, desde la penúltima hegemonía de Inglaterra hasta la falsa dupla Francia-Alemania, estancados en el simul staunt simul cadent. Las olas del caos devoran tierras neutrales o descuidadas, reducen las distancias entre los Tres Grandes, codo con codo en los mares de China, en Ucrania, en…, pronto también hasta en el Ártico. 

La transición hegemónica fluye de Estados Unidos de América al caos. Se quedará con nosotros por mucho tiempo. Un coloso sin igual no se derrite de la noche a la mañana, especialmente si es capaz de arrastrar al resto del mundo al desastre. Cuando considere que ha llegado su momento, su último deseo será impedir que nadie más ocupe su trono. Estados Unidos de América está en guerra consigo mismo. Hablaré más delante de ello con una hipótesis. 

En su lucha por sobrevivir, los Estados Unidos de América saben que su mal interior puede curarse relacionándose con el mundo, pero sólo después de restablecer el orden natural (¿?) de las cosas. Nosotros delante, los demás detrás o en contra. De ello está convencida la nueva combinación ganadora de élites postliberales y tecno-estrellas desinhibidas, híbridos anarco-autoritarios, apoyada por el entusiasmo vengativo de las clases medias-bajas frustradas por la globalización, por la “invasión” de extraterrestres no asimilables al canon WASP, por el declive de su propio estilo de vida. 

Esta extraña alianza ha encontrado su exuberante defensor en Donald Trump. Profeta del “sentido común”. Brutal en la lógica y en los gestos. Encarnación del “terrible simplificador”, el tipo ideal del demagogo intolerante a las reglas. Inspirado en Trasímaco de la República de Platón: “La justicia no es otra cosa que el beneficio del más fuerte” (I, 339c). Donald Trump see define a sí mismo como un “genio muy estable”. Elegido por Dios que desvió la bala con la que el estado demoniaco y satánico (el lado oscuro o el reverso negativo) esperaba liquidarlo. La historia lo dirá. Mientras tanto, se observa que hay estupidez en sus acciones, gestos, ocurrencias… terriblemente simplistas, dolorosamente simplones. 

El primer acto del segundo Donald Trump, subversivo y hombre de orden, es muy teatral. Frenético. La enfermedad de Estados Unidos de América requiere curas peligrosas. Tomará tiempo curar al paciente, si es posible. Un presidente de casi ochenta años, al que sólo le quedan cuatro años de mandato –suponiendo que no termine de reinterpretar la Constitución e inventar una tercera–, tiene prisa. Empecemos de nuevo desde donde podemos cosechar beneficios inmediatamente: el mito americano. 

Su narración exalta la voluntad y por tanto la certeza de volver a ser grande. Para Donald Trump, donde hay voluntad hay un camino. Querer significa soñar y hacer soñar. Revelando el destino manifiesto 2.0 a los compatriotas. Necesitamos una nueva frontera. Metaverso Operacional. Ergo: Dominación espacial para controlar la Tierra y emocionar al público con la leyenda marciana contada por Elon Musk; una primacía fortalecida de la inteligencia artificial para gobernar el ciberespacio, liderar la revolución tecnológica, reinventar la industria sobre principios nuevos, tal vez fantásticos (evitando descubrirlos demasiado pronto para no alienar a los trabajadores manuales). Apagar los incendios en Ucrania y Oriente Medio y prepararnos para las guerras del futuro cuyo amanecer apenas podemos vislumbrar. Posiblemente sin combatirlas gracias al restablecimiento de la disuasión perdida. El alfa y el omega de esta narrativa son los anuncios rápidos a través de las redes sociales. 

Donald Trump el revolucionario se acerca a la encrucijada donde su figura se revelará como el Mesías de los nuevos cielos y la nueva tierra. Raro pero cierto: el éxito o el fracaso de un solo individuo afectará el destino de la nación y del mundo. Prueba de lo profundo y estructural que es el colapso emocional de los estadounidenses. La rebelión de una cohorte de asquerosamente ricos, aburridos del dinero y entusiasmados por el poder, ha derribado al exhausto establishment centrista en caída libre hasta por apatía. 

Todo el mundo habla y queda impresionado por el frenesí de decisiones políticas de Donald Trump. Como si fuera un accidente, un fenómeno, un tsunami repentino. Así como hace no mucho tiempo te ponían en la picota si te atrevías a hablar del imperialismo norteamericano (añadiendo que el de Vladimir Putin es diferente en la forma, ciertamente más burdo y no revestido de democracia, pero conquistador en la sustancia), nadie se atreve a decir que Donald Trump no es un fenómeno sino que es un epifenómeno. Epifenómeno, entendido como un derivado (pero lejos de ser secundario) de un marco histórico-político-sociocultural que se ha vuelto patológico. 

Aventuro ahora la hipótesis a la que me refería anteriormente. Hay un libro, no muy extenso (unas cien páginas), pero lleno de análisis y significado, aparecido por primera vez en 1964, que ha quedado olvidado en el ángulo salón del salón de los olvidos, y que hasta conviene retomar hoy para comprender muchas cosas. No he encontrado traducción al español. Y sería hasta de desear que la hubiera. Su título original es: “El estilo paranoico en la política estadounidense”. El autor es Richard Hofstadter (1916-1970), uno de los más grandes historiadores estadounidenses del siglo XX, dos veces ganador del prestigioso Premio Pulitzer. 

El autor lo llama el estilo paranoico por la sencilla razón de que ninguna otra palabra puede evocar adecuadamente las cualidades de exageración acalorada, suspicacia y fantasía conspirativa a las que se refiere… Cuando se habla del estilo paranoico se usa el término un poco como un historiador del arte podría hablar del estilo barroco o manierista… Pero ¿qué es la paranoia? La en términos clínicos es el “trastorno mental crónico caracterizado por delirios sistemáticos de persecución y grandeza”. 

Hay, sin embargo, una diferencia fundamental entre el representante del estilo paranoico en política y el paranoico clínico: aunque ambos tienden a ser extremadamente sobreexcitados, suspicaces, agresivos, megalómanos y apocalípticos en sus expresiones, el paranoico clínico ve el mundo hostil y conspirativo en el que siente que vive como dirigido específicamente contra él. El representante del estilo paranoico en política, por ejemplo referido a los Estados Unidos de América, descubre, en cambio, que éste está dirigido contra una nación, una cultura, un modo de vida cuyo destino no sólo le afecta a él sino a millones de personas. Puede ser interesante notar cómo el mismo miedo o estilo paranoico ha sido revivido actualmente debido a demasiadas críticas explícitas al “dios del mercado” o al capitalismo del Papa Francisco. 

Existe un “enfoque apocalíptico” en el estilo paranoico. Lo cual se acerca peligrosamente al pesimismo más desesperado, pero por lo general se detiene justo antes de caer en él. Pero es ese tono apocalíptico el que desata la pasión y la militancia y excita las almas susceptibles de una manera no muy diferente a algunos temas típicos de un cierto tipo de experiencia cristiana… Cuando se expresan adecuadamente, estos acontecimientos cumplen la misma función que la descripción de las horribles consecuencias del pecado en el sermón de un pastor evangelista... Describe lo que se avecina pero que aún se puede evitar… porque Dios estará con nosotros (como también dijeron los nazis y como lleva tatuado en el brazo uno de los multimillonarios junto a Donald Trump). 

Donald Trump moviliza una retórica poderosamente religiosa, utilizando numerosos temas bíblicos y escatológicos (relacionados con el fin de los tiempos), hasta el punto de que algunas de sus intenciones y proposiciones hasta se parecen a las profecías del fin de la Edad Media. La catástrofe o el miedo a la catástrofe es el elemento básico para el desencadenamiento del síndrome de la retórica paranoide. Con el añadido obvio pero categórico: sin mí, sin el yo salvador, sucederá la catástrofe. 

Dado que lo que está en juego es siempre un conflicto entre un bien absoluto y un mal absoluto, la cualidad requerida no es la voluntad de comprometerse, sino la voluntad de luchar hasta el final. Sólo nos conformaremos con una victoria absoluta. Dado que el enemigo es considerado totalmente malvado e implacable, debe ser eliminado por completo, si no del mundo, al menos del teatro de operaciones al que el paranoico dirige su atención. Que sigue siendo un teatro mundial. Con el grave peligro de que cualquier fracaso aumente constantemente la frustración del paranoico. También porque todos sufrimos la historia, pero el paranoico la sufre doblemente, porque le aflige no sólo el mundo real, como a todos nosotros, sino también sus fantasías. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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