El compartir que nace de la encarnación nos hace ricos
El lema de la Campaña de Manos Unidas para este año 2025 -“Compartir es nuestra mayor riqueza”- me ha traído a la memoria el principio cristiano, porque cristológico, de la encarnación. De mis años de estudio de la Teología Dogmática recuerdo aquel punto fijo que determina la fe cristiana y que es el principio de encarnación. Un principio evangélico que no es un acontecimiento accidental, anecdótico… Su singularidad es la singularidad misma de la acción de Dios en la historia para la salvación.
Y es que la manifestación de Dios a través de gestos y palabras humanos establece una estructura constitutiva del hecho cristiano y, por extensión, una condición esencial para ser pensado, sentido, vivido,…, tanto desde una perspectiva especulativa como práctica. En este sentido, la encarnación sigue siendo el punto de partida, el punto central de toda fe cristiana. El principio de la encarnación nos dice el método de Dios en la historia porque la encarnación, además de ser el acontecimiento de nuestra salvación “se encarnó en el seno de María Virgen y se hizo hombre” dice cómo Dios ha querido llevar adelante el programa de la salvación.
La encarnación es la acción de Dios en el tiempo y el espacio de la humanidad. El Dios al que se adora y se ora no se distancia en lo más mínimo del hombre, sino que se hace hombre para que el hombre se haga Dios. Sólo un corazón tan grande como el de Dios podría pensar en la encarnación del Hijo como lo más grande y decisivo para la salvación.
En el prólogo de San Juan, inicio de su Evangelio, se recogen la voluntad y la acción de Dios. Cuando se dice que el Verbo se hizo carne y construyó una tienda entre los hombres, se pretende confirmar la acción de Dios y afirmamos solemnemente que el Hijo de Dios por medio de la carne, la vida de los hombres nos salva.
San Agustín de Hipona comentó y predicó sobre el prólogo de Juan en muchas y diferentes ocasiones, incluso diciendo que ese prólogo debía escribirse con letras de oro y colocarse en todas las iglesias en lugares claramente visibles. Y es que los Padres de la Iglesia se detienen, incluso reverencialmente, reflexionando sobre el prólogo de Juan y en particular sobre el versículo en el que se confirma la encarnación (Jn 1,14).
El Papa Benedicto XVI, en una de sus catequesis, destacó el hecho de la encarnación: “muestra el realismo sin precedentes del amor divino”. De este modo la encarnación nos ayuda a cuestionar el realismo de nuestra fe, que no puede relegarse al sentimentalismo, sino que debe entrar en lo concreto de nuestra existencia, es decir, debe tocar nuestra vida y orientarla hacia opciones concretas.
Tal vez, y después de dos mil años de cristianismo, la encarnación de Dios ha perdido toda su carga escandalosa. Pero al principio los cristianos tenían claro que su fe era revolucionaria: “un escándalo para los judíos, una necedad para los paganos”. Hubo muchos creyentes que sufrieron la muerte y el ridículo por la herejía y el ateísmo. De hecho, esto es el cristianismo: negarse a mirar el mundo con los ojos de Dios, como había sido hasta entonces, y mirarlo a través de la encarnación de Dios en el hombre, del Logos hecho carne. El cristianismo sostiene que el Logos que brilla en el mundo es sólo el encarnado en el hombre. Por eso, para el cristianismo no puede haber ninguna reflexión sobre la divinidad que sea independiente del bien del ser humano.
La encarnación exige, pues, mirar el mundo no sólo desde el punto de vista de Dios, sino también desde el del ser humano, porque la encarnación constituye un vínculo ontológico entre el hombre y Dios. El teocentrismo cristiano es igual a su antropocentrismo. El punto de vista cristiano es necesariamente el del bien, el del bien del hombre concreto. Después de Cristo, el Dios cristiano ya no es absoluto, sino relativo a la humanidad. La categoría metafísica ya no es la sustancia sino la relación. Por eso el Nuevo Testamento, poniendo en el centro la encarnación del Verbo, pone todo el énfasis en bien del ser humano. La solidaridad del Hijo de Dios con el ser humano, haciéndose carne humana, funda aquella otra solidaridad de todos los seres humanos entre sí. El Dios que comparte nuestra naturaleza humana nos invita a los seres humanos a compartir con el hermano y el prójimo.
Si la encarnación es el corazón del Evangelio, porque es corazón del envío del Hijo de Dios y de su misión salvadora, la humanidad samaritana de Jesucristo inspira el actuar cristiano samaritano que comparte solidariamente. Y es que la solidaridad humana que comparte, siendo un valor humano, encuentra un significado más profundo y ulterior en la perspectiva cristiana. En esta perspectiva la solidaridad, antes incluso de ser una instancia ética, es un valor teologal: el cristiano está llamado a vivir la solidaridad de Dios. Él se ha revelado como un Dios solidario.
Es la solidaridad de Dios en Cristo que se ha manifestado ante todo en la plena participación de la condición humana. La solidaridad es “estar con” compartiendo incluso o precisamente en sus aspectos más precarios de la humanidad. La solidaridad se ha convertido a partir de la encarnación en caminar juntos, vivir la misma experiencia, hacer propia la misma condición precaria del ser humano.
El amor cristiano es concreto, es la “Encarnación del Verbo” que no debe ser intelectualizado, despojado de esa carne humana real. El criterio del amor cristiano es esa Encarnación del Verbo. Amar como Jesús amó; amar como nos enseñó Jesús; amar siguiendo el ejemplo de Jesús; amar, caminar por el camino de Jesús. Y el camino de Jesús es dar la vida.
El lema de la Campaña de Manos Unidas en este año -“Compartir es nuestra mayor riqueza- nos saca de la tentación de un amor abstracto y nos sumerge en un amor concreto, con obras de compasión, misericordia, de samaritana solidaridad, que tocan la Carne de Cristo, del Cristo Encarnado, del “Ecce Homo”, del Crucificado… Por eso el diácono Lorenzo podría decir aquello de: «Los pobres son el tesoro de la Iglesia». ¿Por qué? ¡Porque el pobre es la carne sufriente de Cristo, su sacramento transparente! Y es necesario recordarlo porque hay tanta voz seductora que ideologiza la solidaridad despojándola de la carne humana tantas veces herida y sufriente.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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