domingo, 23 de febrero de 2025

El gusto de la sabiduría.

El gusto de la sabiduría

El éxito siempre se logra logrando un objetivo. La palabra “alegría” tiene otro significado: feliz, próspera. También tiene que ver con el término “leve”. Algo alegre y feliz sabe a ligereza. Las personas exitosas no siempre son felices. A menudo detrás de los éxitos externos se esconde un vacío interno. 

La sabiduría y la serenidad, por el contrario, caracterizan una vida feliz, plena y realizada, que tiene valor precisamente gracias a estos dos factores. La palabra latina para sabiduría es “sapientia”, que viene de “sapio”, que significa gustar, saborear y, por tanto, conocer. Sabio es el que se saborea a sí mismo, el que se acepta a sí mismo. El sabio emana una luz que percibimos con agrado. 

El conocimiento permanece en la superficie, la sabiduría llega a lo profundo. Va al corazón de las cosas. Inteligencia significa que una persona puede aprender bien y rápidamente. El ingenio es la capacidad de reaccionar rápidamente. 

La sabiduría, por el contrario, se caracteriza por la calma y la serenidad. El conocimiento es algo objetivo, sobre lo que nos rodea. La sabiduría siempre tiene una conexión conmigo mismo. Esto significa que me conozco y acepto todo sobre mí. También se refiere a la vida en su conjunto. 

Vivir también significa afrontar las crisis. Las crisis pueden llevarnos por mal camino: es una experiencia real ante la cual no debemos reaccionar inmediatamente buscando la serenidad. 

Para mí, los problemas son siempre, ante todo, un desafío, una oportunidad para poner a prueba la esperanza y la confianza. Por eso tratamos de encontrar, a veces lo hacemos junto a otras personas, un sentido que pueda darle a la vida, a pesar de todo. 

Cuando he acompañado a quienes están de duelo, obviamente también he tratado de no inducir simplemente serenidad. He intentado comprender, acoger a la persona con su dolor, tolerarla y dejarla que narre su propia historia. No debo decir que la muerte o la desgracia que sobreviene pronto tendrán sentido. De esa manera sólo haría daño. Sólo puedo preguntarme, junto con él o ella, qué sentido se puede dar a esta experiencia, cómo se puede reaccionar activamente, durante y después del duelo. Puede ser de ayuda tomar conciencia de que, con la tragedia vivida, muchas cosas superfluas pierden su sentido, llevándonos a enfrentarnos a preguntas profundas. Puede ser un camino viable, pero lleva tiempo. 

La serenidad, no hace falta decirlo, es un arte que no le resulta natural a nadie. Una crisis nos obliga a abandonar la idea de que todo estará bien y que siempre tendremos éxito. Si estamos dispuestos a dejar de lado nuestras ideas de vida y nuestro propio ego, que cree que todo gira en torno a él, entonces, con el tiempo, surgirá en nosotros una nueva perspectiva y una actitud diferente. Para la filosofía estoica la sabiduría consiste en desprenderse de lo que no está en mi poder y querer dar forma sólo a lo que sí está en mi poder. 

La sabiduría es también la capacidad de preguntarse qué es realmente importante en la vida, en lugar de preguntarme siempre qué obtendré… La sabiduría está libre de la ansiedad de querer obtener algo y se ocupa de preguntas existenciales sobre lo humano: ¿de dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Quién soy yo? ¿Qué me espera? 

Sabemos que en todas las épocas la gente se ha planteado preguntas similares sobre el misterio de la vida, ya sean los filósofos griegos, los sabios chinos o incluso los pueblos indígenas. Cuando hablamos de “sabiduría de los pueblos” nos referimos a caminos y enfoques diferentes, pero con aspectos esenciales sorprendentemente similares y cercanos. 

Quizá, ¿o seguramente?, de eso de lo que se trata: de aceptarse a uno mismo, pero sin darle demasiada importancia. Parte de la sabiduría que viene con los años es liberarse de la tiranía del ego, de la presión de nuestra autoimagen, de tener que demostrar algo y justificarnos. Así es como entramos en contacto con nuestro verdadero yo, lo que relativiza el ego. Por eso un anciano sabio no se preocupa por no ser el centro de atención cuando ya no es necesario. Él es completamente él mismo. 

Esto significa estar exactamente en tu centro y no dejarte mover de él tan fácilmente. Aquellos que son verdaderamente ellos mismos ya no dan importancia a su ego ni a la opinión que los demás tienen de ellos. Sin embargo, una de las virtudes de envejecer bien es saber compartir la propia vida con los demás y permanecer abierto a ellos. 

Y no quiero decir que la sabiduría tiene que ver principalmente con la vejez. La experiencia de mis años viviendo, acompañando, cuidando ancianos, no me permiten hacerlo. Estamos acostumbrados a asociar la sabiduría con la vejez, es decir, con una mayor experiencia vital. Y no hay que dar por automática e ineludible esa asociación. Mi experiencia ciertamente lo desmiente. 

Y, aunque no sea casualidad que los “ancianos sabios”, hombres y mujeres, gocen de gran estima en algunas culturas, también está la sabiduría del niño. A menudo intuye lo que es importante y dice cosas que a los adultos nos llenan de asombro. 

Y es que la sabiduría no se mide por los años del Documento Nacional de Identidad, ni por las canas, ni por las responsabilidades habidas,…, se mide por cómo afrontamos las experiencias, especialmente las crisis y el dolor. A veces la sabiduría aumenta precisamente al afrontar y superar las crisis, pero el proceso no es automático. Las crisis pueden cambiar nuestras vidas para mejor o empeorarlas. La sabiduría consiste en salir mejorado de las crisis. 

Algunas situaciones de la vida pueden ofrecer una perspectiva que fomenta la sabiduría: hay que aprender a transigir, a no poder controlarlo todo. 

Hay una sabiduría está asociada con ser internamente libre y no depender más del reconocimiento de los demás. Ya no tienes que doblegarte más y puedes ser simplemente tú mismo. Esta actitud está siempre conectada con la confianza y la esperanza y está libre del deseo de control. La sabiduría también significa aceptar la vida en sus altibajos, en sus buenos y malos momentos, y mantener la calma interior en todas las tormentas. 

Hoy en día lo importante para mí es vivir el presente con gratitud. Disfrutando el momento y al mismo tiempo sabiendo que mi vida –por mucho que dure- es limitada. Cada vez veo más cercano el umbral del final. Si creo que la muerte significa una transformación hacia una vida plena, más allá del tiempo, entonces eso ya me da mucha paz interior incluso ahora, en el tiempo. 

La serenidad y la esperanza son los acordes clave del espíritu. Con la esperanza de que mis días estén en las manos del Señor, ruego a nuestro Padre: que el Reino de Dios venga a mí, que Él reine cada vez más en mí y aleje de mí todos los demás poderes, como la envidia, el miedo y el deseo de reconocimiento. 

Cuando pido “hágase tu voluntad”, no tengo miedo de que la voluntad de Dios entre en conflicto con la mía. Tengo fe en que pase lo que pase, todo estará bien. Entonces puedo estar tranquilo y abierto, diciendo sí al cambio que siempre conlleva morir y resucitar. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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