La oración por el Papa Francisco
La habitual imagen del Papa en su silla de ruedas o, durante estos últimos días, su convalecencia actual tienen un gusto de dolor pero sobretodo de humanidad.
Recuerdo que al regresar de Canadá, a finales de julio de 2022, parece que fue inevitable preguntarle si creía que había llegado el momento de dimitir. Apoyándose en su bastón durante el vuelo de regreso a Roma, el Papa Francisco dijo con calma: “La puerta está abierta, es una opción normal, pero hasta hoy no he tocado esta puerta, no me ha dado ganas de pensar en esta posibilidad. Pero eso no significa que no empezará pasado mañana, ¿verdad? Puedo pensar en la posibilidad de dar un paso al costado, honestamente no es una catástrofe, se puede cambiar al Papa, no hay ningún problema".
El Papa Francisco ha hablado de ello innumerables veces desde el inicio de su pontificado. Con su renuncia en 2013, el Papa Benedicto XVI abrió una “puerta” y concretó una posibilidad. El Papa Francisco también explicó en su momento que, si dimitiera, seguiría criterios diferentes a los del Papa Benedicto XVI: se llamaría "obispo de Roma emérito" y no Papa emérito, no vestiría la sotana blanca y no viviría en el Vaticano ni volvería a Argentina, sino que permanecería en Roma para retirarse "quizás" a San Juan de Letrán, "si sobrevivo, me gustaría confesar e ir a ver a los enfermos".
El padre Adolfo Nicolás sj, fallecido en 2020, dijo que en 2016, cuando ya había anunciado su renuncia como Superior General de los jesuitas, el Papa Francisco le había manifestado que tenía la intención de "tomar en seria consideración el desafío de Benedicto".
Justo al final del viaje canadiense, el Papa Francisco recordó a San Ignacio de Loyola y la vocación del jesuita como hombre de “discernimiento” en la propia conciencia, para llegar a hacer la voluntad de Dios y no la propia: “Será el Señor el que lo dirá: el jesuita intenta hacer la voluntad del Señor, el Papa jesuita debe hacer lo mismo. Si el Señor dice: adelante, adelante; si dice: al rincón, al rincón. El Señor puede decir: dimite. Es el Señor quien ordena”.
Al principio, hablaba de ello a los periodistas con distanciamiento: “Hace setenta años ni siquiera existían los obispos eméritos, hoy son una institución. Creo que el Papa emérito es ya una institución. Porque nuestra vida se alarga y a cierta edad no hay capacidad para gobernar bien, el cuerpo se cansa, la salud quizá es buena pero no hay capacidad para llevar adelante todos los problemas de un gobierno como el de la Iglesia”, dijo en 2014.
Los rumores recurrentes sobre su renuncia se intensifican tras sus sucesivos ingresos en el Hospital Gemelli. Recuerdo que al final del verano de 2021, cuando terminó aquella convalecencia, el Papa Francisco comentó irónicamente: «Cada vez que un Papa está enfermo, siempre hay una brisa o un huracán de Cónclave. La verdad es que no sé de dónde han sacado que iba a presentar mi dimisión. Ni siquiera se me pasó por la cabeza». Al año siguiente, durante una reunión a puerta cerrada con la asamblea general de la Conferencia Episcopal Italiana, dijo aquello de «antes que operarme de la rodilla, ¡renuncio!». Una broma evidente, seguida de una carcajada. Porque no es una cuestión de forma física, sino de lucidez: «Para gobernar se necesita la cabeza, no las piernas», aclaró a los obispos italianos.
A finales de 2022 fue el propio Francisco quien explicó que desde el principio de su pontificado había firmado una carta de renuncia en caso de «impedimento médico» y la había entregado al Secretario de Estado. Pero de lo que hablaba era de una eventualidad distinta a la dimisión del Papa Benedicto XVI y que recordaba bastante a una carta similar firmada por Pablo VI el 2 de mayo de 1965.
El Papa Francisco respondía a una pregunta concreta: ¿qué ocurre si un pontífice se ve repentinamente impedido por problemas de salud o por un accidente? Y recordó los nombres de Pío XII y Pablo VI, dos precedentes de cartas de renuncia escritas con antelación. En el caso del Papa Pío XII, no se trataba de problemas de salud: Pío XII sabía que había un plan de Hitler para que fuera arrestado durante la ocupación nazi, y por eso a finales de 1943 había dejado una carta de renuncia para que, en caso de que ocurriera, fuera Eugenio Pacelli y no el Papa Pío XII quien fuera arrestado.
Más parecido es el caso de Pablo VI. En la carta, manuscrita y dirigida al Decano del Colegio Cardenalicio, el Papa Pablo VI declaraba que dimitiría en caso de «enfermedad, que se presume incurable, o de larga duración, que nos impida ejercer suficientemente las funciones de nuestro ministerio apostólico, o en el caso de que otro grave y prolongado impedimento lo sea también». El Papa Pablo VI dejaba al Decano, a los Cardenales Jefes de Departamento y al Vicario de Roma, la «facultad de aceptar y hacer operativa esta renuncia nuestra, que sólo el bien superior de la santa Iglesia nos sugiere».
El texto fue publicado en un libro - “La barca de Pablo” - de monseñor Leonardo Sapienza sobre el Papa Pablo VI, y el propio Papa Francisco escribió en él: «Leo con asombro las cartas de Pablo VI, que me parecen un humilde y profético testimonio de amor a Cristo y a su Iglesia; y una prueba más de la santidad de este gran Papa. Lo que le importa son las necesidades de la Iglesia y del mundo. Y un Papa impedido por una grave enfermedad no podría ejercer su ministerio apostólico con suficiente eficacia».
En definitiva, el Papa Francisco, como el Papa Pablo VI, prevé la posibilidad de renunciar en el caso de que una enfermedad repentina le impida en ese momento decidir «en plena libertad» y «conciencia», como hizo Benedicto XVI cuando eligió en su lugar.
De hecho, y cuando se reunió con los jesuitas en la República Democrática del Congo a principios de 2023, el Papa Francisco confirmó que había escrito su carta de renuncia «dos meses después de su elección», pero dejó clara una cosa que nunca había dicho antes: «Esto, sin embargo, no significa en absoluto que la renuncia de los papas deba convertirse, digamos, en una “moda”, en algo normal. Benedicto tuvo el valor de hacerlo porque no tenía ganas de seguir a causa de su salud. Esto no está en mi agenda por el momento. Creo que el ministerio del Papa es ad vitam. Piensa que el ministerio de los grandes patriarcas es siempre vitalicio. Y la tradición histórica es importante». Puede haber excepciones, en fin, pero la línea la dictan los patriarcas: “Si en cambio hacemos caso a los chismes, ¡pues habría que cambiar de Papa cada seis meses!”.
Hacia el final del Evangelio de San Juan, 21 1-19, Jesús y Pedro mantienen uno de los diálogos más fascinantes de toda la literatura.
Tres preguntas las de Jesús, como en la noche de las traiciones, alrededor del fuego en el patio de Caifás cuando Pedro, la Roca, tuvo miedo del pequeño y frágil siervo. Y de Pedro tres declaraciones de amor, a la orillas del lago de Tiberíades, para devolverle aquella confianza que no reside en las propias capacidades y fuerzas sino en Aquel que me amó y se entregó por mí (Gálatas 2, 20).
Jesús no reprocha, no acusa, no pide explicaciones, no chantajea emocionalmente. A Él no le interesa juzgar ni siquiera absolver, para Él ningún hombre es su pecado, cada uno vale tanto como vale su corazón: Pedro, ¿me amas ahora?
La santidad de Pedro no consiste en no haber traicionado nunca, sino en renovar cada día su amistad con Cristo. A cada día le basta con el afán de la profecía de que cada día caminemos detrás del Maestro. Hay cosas que solamente se entienden más tarde, en su momento, en el tiempo oportuno (Juna 13, 6ss).
Las tres preguntas de Jesús son siempre diferentes, es Él quien escucha a Pedro.
La primera pregunta: ¿Me amas más que a nadie? Y Pedro responde diciendo sí y no al mismo tiempo. No se mide con los demás, pero ni siquiera se queda en los términos exactos de la pregunta: de hecho, mientras Jesús usa un verbo raro, el del ágape, el verbo sublime del amor absoluto, Pedro responde con el verbo humilde y cotidiano, el de la amistad y del cariño: te amo.
Y aquí está la segunda pregunta: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Jesús comprendió la lucha de Pedro y pide menos: ya no compararse con los demás, pero permanece la petición del amor absoluto. Pedro vuelve a responder que sí, pero lo hace como si no hubiera entendido bien, usando siempre su verbo, el más tranquilizador, tan humano, tan nuestro: soy tu amigo, lo sabes, te quiero. No se atreve a hablar de amor, se aferra a la amistad, al cariño.
En la tercera pregunta, es Jesús quien cambia el verbo, rebaja esa exigencia a la que Pedro no consigue responder, se acerca a su corazón incierto, acepta sus límites y adopta su verbo: Pedro, ¿me amas? Pide cariño si el amor es demasiado; la amistad al menos, si el amor da miedo; Sólo un poquito de bien.
Jesús demuestra su amor rebajando tres veces las exigencias del amor, aminorando el paso a la medida del discípulo, hasta que las exigencias de Pedro, su medida de afecto, el ritmo de su corazón llegan a ser más importantes que las propias exigencias de Jesús. La humildad de Dios. Sólo así el amor es verdadero.
Y Pedro sabe que el último día, aunque se haya equivocado mil veces, el Señor le preguntará mil veces sólo esto: ¿Me amas? Y lo único que tiene que hacer es responder mil veces: te amo.
Hubo un momento en el que la Iglesia oró por Pedro encarcelado (Hechos 12, 5-7). El mismo Jesús oró por Pedro para que su fe no decayese (Lucas 22, 32ss).
Por eso, los que somos acompañados, confirmados y fortalecidos por la fe de Pedro, oramos ahora por ti, Francisco, en tu convalecencia hospitalaria.
Muchas veces habrás rezado, Francisco, esta oración. Ahora nosotros la rezamos contigo “Tomad, Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad. Todo mi haber y mi poseer; vos me lo disteis a vos, Señor, lo torno; todo es vuestro; disponed a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta”.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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