lunes, 24 de febrero de 2025

Redescubriendo el laicado.

Redescubriendo el laicado 

Durante muchos siglos en la Iglesia Católica esa porción del Pueblo de Dios llamada laicos fue definida de manera exclusivamente negativa

De hecho, los laicos no pertenecen a órdenes sagradas ni a comunidades de vida consagrada y, por tanto, el hecho de no ser ni ministros ordenados ni religiosos identifica desde hace tiempo a buena parte de los fieles cristiano-católicos. 

El Concilio Vaticano II fue más allá de esta definición negativa al registrar que los laicos, mediante el sacramento del bautismo, participan del oficio sacerdotal, real y profético de Cristo y, por tanto, son protagonistas de pleno derecho de la misión de la Iglesia a través de una característica singular reportada en el número 31 de Lumen Gentium: "A los laicos les corresponde por vocación buscar el reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios". 

La inmersión en el mundo que exige la naturaleza secular de los laicos hace que éstos consagren todo a Dios desde dentro, como la levadura. Como surge del Concilio Vaticano II, la identidad de los laicos está estrechamente vinculada a su misión, destinada a generar frutos en la familia, en el trabajo, en la vida social, política, económica, educativa y cultural: «los laicos, como adoradores en todo lugar que actúan santamente, consagran el mundo mismo a Dios» (Lumen Gentium, 34). 

El llamado a cumplir deberes terrenales con la guía del espíritu evangélico hace de los laicos ciudadanos de la tierra y del cielo. Fieles a ambas ciudadanías, no pueden ignorar las realidades temporales, pero tampoco pueden disociar el cielo de la tierra

El carácter secular, pues, empuja a los laicos a moverse con discernimiento y responsabilidad en el mundo para encontrar soluciones a los problemas de la sociedad y del hombre. Soluciones que los pastores no pueden aportar. En este esfuerzo el Concilio Vaticano II legitima diferentes puntos de vista en el plano social, político, cultural, económico y pedagógico siempre que estén orientados a la búsqueda del bien común y conscientes de la imposibilidad de exigir el favor exclusivo de la Iglesia. 

De esto deducimos que para los laicos todo lo que constituye la realidad temporal tiene un valor que debe ser concretado ante Dios: «en todas partes y en todas las cosas deben buscar la justicia del reino de Dios» (Apostolicam Actuositatem, 7)

Además, el Concilio Vaticano II destaca la importancia tanto del apostolado asociado, muy significativo en cuanto al valor social y cultural del mensaje cristiano, como de la formación permanente que, además de las cuestiones teológicas y espirituales, está invitada a acompañar al creyente en temas como la paternidad, la sociabilidad, las adicciones, la sexualidad, etc. 

El Papa Francisco, hijo de la eclesiología del Concilio Vaticano II, en su enseñanza insiste en que el Pueblo de Dios camina en la historia incluso antes de especificar carismas y llamadas particulares. En Evangelii Gaudium subraya la necesidad de convertirse en una Iglesia en salida, formada por discípulos misioneros capaces de tomar la iniciativa y salir a buscar a los lejanos y excluidos. 

Para ello, es urgente establecer un estado de misión permanente, accesible a todos en términos de lenguaje, estilo, horarios y ausencia –o casi- de organización burocrático-administrativa. En este plan, los laicos con su naturaleza secular son los primeros llamados a anunciar y vivir el mensaje del Evangelio en todas partes. Es una Iglesia extrovertida que ofrece al mundo un estilo de fraternidad. Esto último requiere un compromiso concreto en las ciudades y los barrios. Un compromiso que, impulsado por el valor social y político del amor, forma parte –como recuerda Laudato si’– de la espiritualidad de todo creyente, especialmente si es laico. 

También en un momento en el que la Iglesia se enfrenta a una crisis relacionada tanto con los números -las parroquias y los grupos se vacían, los seminarios y las comunidades religiosas no son tan atractivos como antes, las facultades teológicas conocen un descenso de las inscripciones…- como con la dificultad de anunciar y transmitir la fe en el clima cultural actual, es necesario retomar, rearticular y reactualizar una reflexión sobre el laicado. 

Para ello no podemos ignorar las adquisiciones del Concilio Vaticano II, que no pueden ni deben seguir siendo conocimientos y saberes teóricos, sino más bien una práctica de vida y de historia encaminada a renovar las comunidades creyentes, las parroquias y los grupos eclesiales. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF


No hay comentarios:

Publicar un comentario

María, Virgen y Madre de la espera.

María, Virgen y Madre de la espera   Si buscamos un motivo ejemplar que pueda inspirar nuestros pasos y dar agilidad al ritmo de nuestro cam...