jueves, 27 de febrero de 2025

Emaús: una conversión sinodal.

Emaús: una conversión sinodal 

¿Cuál es la lección más importante que podemos extraer del pasaje de los discípulos de Emaús? Probablemente todos dirían que se refiere a la convicción de que el Resucitado camina con nosotros, y de que la experiencia del encuentro con el Resucitado es posible y se ofrece a todos. 

¡Fantástico! Empatizamos con aquellos discípulos, y es legítimo y reconfortante creer que los dos de Emaús nos representan, creer que cada uno de nosotros puede ponerse en su lugar. 

Pero, ¿cómo es posible experimentar al Resucitado? Como en el caso de los dos discípulos, esto sucede a condición de que cambiemos nuestra mirada: accediendo a una manera diferente de mirar los «hechos», y que la narración de los mismos, dada por cierta y evidente, sea en realidad una narración, fruto de nuestros marcos de referencia. 

Una cuestión de mirada 

Así es: los discípulos reconocieron al Resucitado cuando su mirada cambió, cuando sus ojos se abrieron. 

En cierto modo, se podría decir que el pasaje clave es precisamente la conversión de la mirada, ver las cosas desde otro punto de vista. 

Intentemos, pues, y por ejemplo durante esta Cuaresma, captar la lección del pasaje, es decir, el cambio de perspectiva y de mirada que nos invita a hacer: ésta es la experiencia que nos permite reconocer al Viviente, la promesa ofrecida a quienes aceptan la perspectiva de la fe («se les abrieron los ojos»). 

Hagamos, durante esta Cuaresma, este ejercicio con respecto a las figuras presentes. Como sabemos, en el pasaje sólo se nombra a uno de los dos discípulos, Cleofás, un hombre. Normalmente, por efecto o inercia de la tradición eclesiástica, o más aún de los condicionamientos mentales y culturales de los que inevitablemente estamos imbuidos, tendemos a imaginar que el otro discípulo es también un hombre. 

Algunos Padres de la Iglesia llegaron incluso a especular con la posibilidad de que se tratara del propio evangelista Lucas. Creían que sólo un testigo directo podría haber relatado el acontecimiento con tanto detalle, pasando por alto el hecho de que no se trataba de una crónica, sino de una narración, fruto de la fe de las primeras comunidades cristianas. 

No dos sino uno 

Hoy más que nunca se necesita una disposición de ánimo, una postura espiritual que sepa acoger el cambio. ¿Y si nosotros también intentáramos mirar con otros ojos, rompiendo esquemas preconfeccionados o heredados, yendo más allá de la inercia de las expectativas? 

¿Por qué no pensar, por ejemplo, que la otra persona es una mujer? 

Más allá de la cuestión de género, ya importante en sí misma, lo que cambia es el destinatario. En efecto, pasamos de una perspectiva individual a otra comunitaria y sinodal. 

Si los discípulos son la pareja hombre-mujer, los interlocutores del Resucitado no son dos discípulos, sino una pareja, la pareja humana. La experiencia del encuentro con el Resucitado se convierte en este sentido en una experiencia de pareja y como pareja. 

Pero si se trata de una pareja, entonces podemos decir que la fracción del pan es la celebración del amor, el signo del vínculo y de la alianza. Y el amor no se ve -'desapareció en sus ojos'- sino que se vive: 'regresaron solícitos a Jerusalén'. 

Sólo rompiendo los marcos que condicionan y encorsetan el anuncio podremos encontrar y proclamar al Resucitado en el mundo de hoy. Solamente proponiendo nuevos tejidos, nuevas narraciones y parábolas evangélicas -que hablen de nuestras vidas y a nuestras vidas, la de las situaciones cotidianas- es como podemos esperar abrir los ojos y hacer que se abran, haciéndonos prójimos. 

Porque lo más importante no es hablar a la gente de Dios, sino hablar a la gente de su vida con los ojos de Dios. 

Ver el mundo con otros ojos ya significa haberlo cambiado. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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