En el principio era la belleza
En el principio era la belleza. La belleza de una vida virtuosa, pacífica y armoniosa.
Sí, es útil recordar que en el principio no existía el mal, el vicio, el pecado,... La virtud no nació como una especie de remedio al vicio, sino todo lo contrario. Así como el mal, en todas sus formas, no tiene la última palabra, tampoco tuvo la primera palabra.
Todo lo que Dios creó es bello y bueno, lleno de sabiduría y amor. En el primer capítulo del libro del Génesis, la frase «Dios vio que era bueno» se repite seis veces, para concluir, la séptima vez, después de la creación del hombre y de la mujer: «Dios vio todo lo que había hecho, y he aquí que era muy bueno» (Gn 1,31). El hombre y la mujer, creados a imagen y semejanza de Dios, brillaban con una belleza incontaminada. Sólo más tarde, con el pecado original y el pecado personal, esta belleza quedó oscurecida.
¿Es posible volver a brillar con belleza? ¡Ciertamente! Cristo, «el más hermoso de los hijos de los hombres» (Sal 44,3), con su Encarnación, su Pasión, Muerte y Resurrección, nos regaló esta gracia.
Sin embargo, también debemos aprender a cuidar nuestro corazón y nutrirlo con la Palabra de Dios y la oración. Pero ¿cómo guardar el corazón? Primero, estando atentos a nuestros pensamientos, sentimientos y deseos. Es de ellos de donde surge entonces nuestro comportamiento. Nuestros pensamientos, de hecho, están en el origen de nuestras palabras y acciones. Custodiar el corazón significa, pues, cultivar pensamientos sanos, rumiar la Palabra de Dios, dejarse evangelizar por ella y rechazar, en cambio, los malos pensamientos.
Una manera de discernir si un pensamiento es bueno, y por tanto si viene de Dios o no, es considerar el efecto que produce en nosotros: los pensamientos que vienen de Dios traen paz, mientras que los que vienen del antiguo adversario traen inquietud.
Los Padres del Desierto decían: A cada pensamiento que viene a tu mente, pregunta: “¿Eres uno de nosotros o vienes del enemigo?” Y no podrá evitar confesártelo. Además, recomendaban confesar los malos pensamientos como remedio. Porque en la medida en que uno oculta sus pensamientos, éstos se multiplican y ganan fuerza. Así como una serpiente sale de su guarida e inmediatamente huye, así también los malos pensamientos, una vez revelados, desaparecen rápidamente.
Dejémonos fascinar una y otra vez por la bella vida del Evangelio, escuchando y siguiendo con renovado entusiasmo al Señor Jesús, el Maestro que nos conduce hacia la plena realización de nuestra humanidad.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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