Habéis oído que se dijo, pero Yo os digo...
Todos los que han comentado el Evangelio de las Bienaventuranzas han tratado siempre, de todas las maneras y por todos los medios, de explicar el importante y estimulante discurso de Jesús; y de hecho encontramos algunos comentarios preciosos que nos ayudan a descubrir todos los aspectos –incluso los más escondidos- de éste que es un verdadero himno de santidad. Pero entonces nos surge naturalmente la pregunta de por qué es siempre tan difícil poner en práctica en nuestra vida el contenido de esta enseñanza de Jesús.
La respuesta a esta pregunta quizá resida en el hecho de que, a pesar de los excelentes comentarios, seguimos leyendo las Bienaventuranzas con nuestro modo de ver las cosas y no con el de Dios. De este modo, nos comportamos como si hubiéramos leído cada una de estas frases al revés, de modo que se nos escapa el sentido correcto y, en consecuencia, la propuesta que percibimos de estas palabras resulta demasiado dura y, por tanto, inaceptable.
De hecho, si pensamos que el discurso de Jesús afirma que es una bienaventuranza ser pobre, o estar llorando y sufriendo, o tener hambre de justicia, no estamos comprendiendo el sentido correcto de sus palabras y, por tanto, las rechazamos porque las consideramos contrarias a nuestra idea de un Dios bueno.
Si, en cambio, logramos entender que las bienaventuranzas son las que se enuncian en la segunda parte de cada frase –poseer el reino de los cielos, ser consolados, alcanzar misericordia, estar satisfechos de la justicia–, entonces nuestro modo de comprender se trastocará completamente y todo asumirá un significado diverso y aceptable.
Ya no se trata de la lógica, habitual para nosotros, que se basa en la creencia de que se obtiene una recompensa de Dios gracias a las buenas obras realizadas, sino que se confirma que las palabras de Jesús se pronuncian en la lógica del amor, dentro del cual todas las cosas humanas, incluso las más miserables y degradantes, pueden ser redimidas y elevadas, si se viven por amor.
Jesús, por tanto, asegura a sus seguidores que pueden ser felices, es decir, tener la bienaventuranza que viene de poseer el Reino de Dios, de ser consolados, de obtener misericordia y de estar satisfechos con la justicia, incluso si en su experiencia humana hay situaciones en las que hay llanto, pobreza, sufrimiento, rechazo y falta de justicia. Lo crucial, sin embargo, es que el objetivo de sus acciones no sea simplemente disfrutar de la vida, poseer y acumular riquezas, vivir cómodamente, buscando la comprensión y la justicia de los demás, sino más bien ponerse en juego y entregarse a los demás, en una lógica cuyo único principio de referencia es el amor.
Así pues, a la luz de estas observaciones podemos intentar preguntarnos de nuevo por qué es siempre tan difícil aceptar estas bienaventuranzas propuestas por Jesús, aunque es evidente que, invertida la lógica de la interpretación, los objetivos que Él nos propone con este discurso son verdaderamente muy importantes.
La respuesta está en el hecho de que la mayoría de nosotros vivimos nuestras vidas a un nivel mucho más bajo que el de las bienaventuranzas. En este nivel todo se compara y se mide en función de objetivos mucho más limitados, con los que ahora hemos aprendido a conformarnos, sin esperar más. Son el bienestar, el poder, la riqueza, la justicia de las leyes humanas, la salud, y las utilizamos hábilmente como pantallas para ocultarnos a nosotros mismos la miseria de nuestras limitaciones humanas de las que nos avergonzamos profundamente.
Jesús, con este discurso, en cambio nos propone un salto de calidad para vivir en una dimensión superior, en la que ser hijos de Dios, es decir, pertenecer a su reino, la justicia, la mansedumbre, el consuelo y el perdón pueden convertirse en objetivos concretos de una vida nueva que sea capaz de aceptar, - porque los redime con el amor - todas esas limitaciones humanas que tanto nos mortifican.
La tarea concreta del seguidor de Jesús, a la luz de las Bienaventuranzas, no es la de convertirse en “buenas personas”,…, sino la de vivir su vida como experiencia de una realidad superior, hecha de cosas maravillosas que constituyen precisamente la propuesta de bienaventuranza de Dios que brota de su ser amor por nosotros.
En conclusión, la enseñanza que Jesús propone con este Evangelio, también a nosotros, personas del tercer milenio que queremos ser sus seguidores, es tratar de razonar y pensar como Él:
Procuremos buscar nuestra mayor felicidad en el Reino de Dios, es decir, en ser sus hijos y herederos, y así descubriremos que ninguna pobreza nos asustará más, porque sabremos distinguir lo superfluo de lo esencial;
Tratemos de convertirnos en personas verdaderamente amables, para que ya no tengamos que inventar formas de defendernos de los agresores;
Procuremos practicar siempre la justicia del perdón hacia todos, para que ya no sintamos la necesidad de escribir leyes imperfectas que no hacen justicia a nadie;
Tratemos de comprometernos cada día a compartir el sufrimiento de los demás, para no tener más miedo del propio sufrimiento;
Procuremos ser siempre misericordiosos y estar dispuestos a perdonar a todos, así seremos siempre objeto de la inmensa misericordia de Dios.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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