viernes, 14 de febrero de 2025

Indulgencia.

Indulgencia

La palabra más central de todas, sobre el significado que, históricamente, ha tenido el Jubileo. 

Compuesto por la partícula “in” que significa “ir hacia” y “dulgencia” que podría provenir del latín “dulcis” (dulce) o de la raíz indoeuropea “dhalgh”, que indicaría el “tener que dar” de alguien que es indulgente. En ambos casos, ¿qué debería “dar” la Iglesia a los fieles? Sería dulce cumplir con el propio deber de abrir a los fieles el «tesoro de la Iglesia», es decir, la suma de toda la fe en Dios y el amor a Él, vividos por Cristo y, secundariamente, por María y los santos que nos precedieron. 

Desde la antigüedad, la Iglesia ha creído que este “tesoro” reúne a todos los creyentes en un único “cuerpo místico” (la “comunión de los santos”), en cuyo seno también acabaría sustentando la vida cristiana de todos aquellos que creen y aman a Dios, pero no viven el grado de perfección (aún no son santos). 

En la Edad Media se empezó a pensar que este "tesoro" podía ser considerado un recurso espiritual a disposición de todos los fieles para la remisión parcial o total de las penas temporales debidas a los pecados, a condición de que realizaran acciones y tuvieran disposiciones internas, establecidas por la Iglesia, necesarias para "explotar" este tesoro. Esto permitiría a uno “ganar” indulgencia, para sí mismo o para los demás. 

Hasta el siglo V, para los Padres de la Iglesia el término “indulgencia” era intercambiable con el de “misericordia”. Por eso, en la antigüedad se ponía el acento en la relación de fe y de amor con Dios, como respuesta a la misericordia divina, que “constituía” este “tesoro”. 

Pero en la Edad Media el acento se desplaza hacia la “explotación” de la misma, inclinándose hacia una concepción jurídico-económica de la relación con Dios. Se corre el riesgo de dar a entender que Cristo (y con él María y todos los santos) ha acumulado “puntos” de salvación, que luego puede distribuir entre quienes los “ganen”, para sí mismos o para otros. 

En esta visión predomina la idea de una justicia divina de tipo “distributiva”, es decir, que Dios da a cada persona según lo que ha hecho. Pero como Cristo ha ganado todos los puntos de salvación posibles, entonces podemos esperar mejorar nuestro “ranking”, o el de nuestros seres queridos fallecidos, aprovechando sus puntos. 

Aunque esta idea todavía perdura entre muchos creyentes, no corresponde a la idea de justicia divina que Jesús nos reveló, que no es distributiva, sino gratuita. Bastaría leer la parábola del buen padre (Lc 15,11-32), de los trabajadores de la viña (Mt 20,1-16), del fariseo y del publicano (Lc 18,9-14), del pecador perdonado (Lc 7,36-50), del buen ladrón (Lc 23,39-43), más todos los textos del ámbito paulino (Rm 3,21-24; 4,4-5; Ef 2,8-9; Tit 3,5-7; Flp 3,9). 

Por tanto, es necesario modificar tanto este lenguaje (economicista) como esta manera de pensar la indulgencia (justicialista). 

Si la indulgencia permite la cancelación parcial o total de las penas del pecado, consiste simplemente en permitir que el Espíritu Santo convierta nuestros corazones, de modo que esos “residuos del pecado” (las penas) desaparezcan. En la lógica de la justicia divina gratuita, el crecimiento en el amor y en la fe ya es capaz de anular el castigo del pecado, sin necesidad de ulteriores “pagos”, porque ese crecimiento se da precisamente por la eliminación o restricción de esos “residuos del pecado”. 

El Jubileo es una ocasión en la que la Iglesia nos recuerda y nos llama a dejarnos enamorar más de Dios, a alejar de nosotros la idea de una justicia distributiva divina y sustituirla por la experiencia de ser justificados gratuitamente por la fe. 

En ese momento nuestras obras se vuelven capaces de traducir verdaderamente la fe y el amor, porque son consecuencia de nuestra adhesión a Cristo. 

Y es que la realización de los “actos” previstos por el jubileo (peregrinaciones, rezo de oraciones, atención a los pobres, visitas a los lugares sagrados, etc.) se convierte entonces no en la causa, sino en el efecto concreto del aumento de la fe y del amor que la indulgencia produce, permitiéndonos la certeza de su realización, es decir, del aumento de nuestra conversión a Cristo. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF


No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿De verdad será posible una buena política?

¿De verdad será posible una buena política?   La comunicación, a cualquier nivel y desde cualquier ámbito político actual, convierte cualqui...