La fuerza transformadora de las bienaventuranzas
La página de las Bienaventuranzas, texto evangélico de Mateo y de Lucas, presenta ante todo la mirada de Jesús, una mirada que no sólo ve lo invisible, sino que ve de modo diverso lo que ven los demás. Su mirada, que encuentra elocuencia en las Bienaventuranzas, rehabilita condiciones consideradas indignas, humillantes, marcadas por una vergonzosa debilidad, en la sociedad de la época. Tanto lo humano como lo divino son vistos por Jesús con una mirada particular, que invierte las miradas habituales sobre el hombre y sobre Dios.
Pablo dirá, después de haber experimentado la ceguera que lo hará capaz de ver, después de haber reconocido que la luz que lo guiaba no era otra cosa que tinieblas y que su mirada estaba teñida por el celo maligno: “Dios ha elegido lo necio del mundo para avergonzar a los sabios; Dios ha escogido lo débil del mundo para avergonzar a lo fuerte. Lo vil del mundo, lo despreciado y lo que no es, lo escogió Dios para deshacer lo que es” (1 Co 1,27-28). La lógica de la cruz, de la muerte y de la resurrección, todavía invisible a los ojos de la mayoría, ya está presente en las palabras y en la vida de Jesús y emerge en las Bienaventuranzas.
Lucas sitúa las Bienaventuranzas hacia el inicio del ministerio de Jesús. Y, sin embargo, estas palabras parecen más propias de una fase tardía de la vida de un hombre, porque son fruto de una larga maduración, de un trabajo interior fatigoso y sobre todo profundo. Pero Lucas las sitúa al principio, casi como para convertirlas en una especie de discurso programático. En todo caso, son fruto de un trabajo interior, de reflexión, de observación de lo humano, de lectura de sí mismo, de comprensión de Dios, de un ejercicio de traducción práctica de la figura de Dios aprendida de las Escrituras, de un ejercicio de conexión entre la voluntad de Dios que surge de la meditación de las Escrituras y la vida cotidiana de las personas, de los pescadores y amas de casa que aparecerán en sus parábolas, de los viñadores y agricultores que formarán parte de sus narraciones de Dios, de los enfermos físicos y mentales hacia los que mostrará una actitud que no se inventa en el momento sino que nace de una larga maduración.
Sus palabras muestran también que tuvieron una gestación larga y oculta, una gestación que ni siquiera la escritura evangélica hace visible, o más bien sólo permite adivinar porque no nos dice nada o casi nada sobre lo que Jesús hizo y vivió antes de su ministerio público. Al situar las Bienaventuranzas hacia el inicio de la actividad pública de Jesús, Lucas nos sugiere la formación de la humanidad de este hombre en el tiempo anterior a los acontecimientos mencionados en las narraciones evangélicas.
Jesús habla como sabio, enseña, habla como maestro. Las Bienaventuranzas son ante todo una enseñanza. La enseñanza es transmisión de vida y nace de una experiencia. Jesús comunica a sus discípulos lo vivido, donde vivido no significa simplemente sucedido, sino elaborado, revivido interiormente, meditado y puesto delante de Dios. La experiencia no es verdaderamente tal si no se revive en el corazón, en la mente, en el alma.
No basta llorar o ser perseguido para ser bendecido. Para decir que los pobres o los mansos o los perseguidos son “bienaventurados” y añadir la motivación “porque”, es necesario haber vivido no sólo externamente, sino también internamente. El hombre no vive de hechos sino de historia, no vive de noticias sino de narraciones. Decir “bienaventurado” y añadir “porque” implica un trabajo interior y espiritual que ha forjado una competencia, un conocimiento y una sabiduría. Ha forjado un hombre libre, que sabe sacar algo positivo incluso de situaciones de lágrimas, dolor y cansancio.
Enseñar es indicar un camino a seguir, a recorrer. Así las Bienaventuranzas son una invitación y un estímulo: vosotros pobres, vosotros hambrientos, vosotros que lloráis, vosotros odiados y perseguidos…, vosotros misericordiosos, mansos, pacíficos,…, vosotros… no os desaniméis, sino caminad, continuad vuestro camino, id adelante, tened la mirada fija en la meta, dejaos atraer por lo que está delante de vosotros y no os dejéis detener por lo que está detrás, caminad confiando en estas palabras de Jesús que abren un horizonte de vida. Este camino de la felicidad es el camino hacia lo esencial, hacia la sencillez.
El Hermano Roger de Taizé expresaba bien el carácter específico de este camino de las Bienaventuranzas: “Lo que hace feliz una existencia es avanzar hacia la sencillez: la sencillez de nuestro corazón y la de nuestra vida. Para que una vida sea bella no es necesario poseer capacidades extraordinarias o grandes posibilidades: el humilde don de la propia persona hace feliz”.
Enseñar también es prometedora. Se trata de proponer un futuro, de ofrecer las condiciones ahora para lo que podría ser verdad mañana. Las Bienaventuranzas, como promesa de felicidad, son una invitación a la belleza, a trabajar la propia vida hasta convertirla en una obra maestra. Pero más aún que la felicidad, el hombre necesita sentido, y las Bienaventuranzas, como promesa, atestiguan que se puede encontrar sentido incluso en lo absurdo del dolor, que se puede vivir el mundo incluso en lo invivible de la persecución, de la violencia sufrida, de las situaciones de guerra y no de paz.
Revelaciones de la vida de Jesús, las Bienaventuranzas se convierten en revelaciones de la vida posible para nosotros si encontramos raíces en la humanidad de Jesús. Entonces comprendemos que incluso la persecución y la aflicción, la ausencia de paz y la falta de justicia, el dolor y el sufrimiento, son situaciones que pueden abrirnos a la bienaventuranza enseñándonos a hacer la paz, a mostrar misericordia, a vivir en la mansedumbre.
Las Bienaventuranzas nos enseñan que también en la realidad hay una enseñanza, nos enseñan a aprender de la realidad misma, incluso de las realidades dolorosas y amargas, como lo hizo muchas veces el mismo Jesús, el hombre de las parábolas.
La autoridad de la enseñanza de Jesús no es un conocimiento abstracto, sino la comunicación de una experiencia, no es una enseñanza sobre Dios, sino una revelación de algo del misterio de Dios, no es un hablar extrínseco al hombre, sino la indicación de un camino que puede ser seguido por el hombre.
Las Bienaventuranzas son una palabra que resume quién es Jesús mismo (Jesús es el hombre de las Bienaventuranzas; la primera clave de lectura de las Bienaventuranzas es cristológica), pero son también una palabra que revela quién es Dios (Jesús se expresa con extrema autoridad sobre Dios: afirma que el Reino de los Cielos, es decir Dios, pertenece a los pobres, hambrientos, a los que lloran, a los odiados y perseguidos…, Jesús dice que los limpios de corazón verán a Dios, que los pacificadores serán llamados hijos de Dios, que los…).
Y finalmente, las Bienaventuranzas revelan también el camino hacia una humanidad humanizada, una humanidad capaz de narrar a Dios: pobreza, mansedumbre, misericordia, pureza de corazón, pacificación, búsqueda de la justicia, compasión,…, hasta asumir e integrar incluso la persecución y el sufrimiento por amor a la justicia. En estas palabras, en las que Jesús proclama bienaventurados a los compasivos, mansos, misericordiosos,…, está la sabiduría de quien sabe que no basta realizar un acto de compasión, de mansedumbre o de misericordia, sino que es necesario perseverar en la humildad y en la mansedumbre, habitar la compasión y la misericordia, hacer propias y habitar permanentemente estas realidades para conocer su bienaventuranza.
Es necesario amar y permanecer fieles, incluso obstinadamente, a estas palabras, y al espíritu que las inspira, aunque parezcan perdedoras, desperdiciadas, improductivas, estériles. Detrás de las Bienaventuranzas está la experiencia de quien ha llegado a comprender que estas realidades son suficientes en sí mismas, tienen valor en sí mismas, independientemente de lo que cambien en los demás y en la realidad. En esto reside su poder transformador: nos enseñan a ser misericordiosos, mansos, pobres, humildes, compasivos,…, incluso a asumir la aflicción y la persecución como momentos de seguimiento de Jesús. Las Bienaventuranzas nos recuerdan que el único poder que tenemos no es el de cambiar a los demás, sino a nosotros mismos.
San Francisco de Asís llegó a decir: “Predica siempre el Evangelio, y si es necesario, también con palabras”. Quien evangeliza es quien vive en primera persona el Evangelio. La pureza de corazón y la pobreza, la mansedumbre y la misericordia,…, son fuentes de bienaventuranza porque transforman a quienes las viven y perseveran en ellas.
Las palabras de las Bienaventuranzas sólo pueden ser dichas por aquellos que conocen esta obra profunda porque la han realizado. Quizás por eso las Bienaventuranzas nos parecen a menudo tan bellas y tan inalcanzables, tan altas y tan lejanas, porque a menudo somos ajenos al espíritu que las ha engendrado.
Las Bienaventuranzas son fruto de la purificación de la mirada del corazón, capaz de ver incluso las situaciones absolutamente dolorosas y angustiosas de la vida ya no sólo como realidades que hay que evitar o temer, sino como oportunidad de humanización y de vida evangélica. Nacen del silencio y del sufrimiento, de la lucha interior y de la soledad. Las Bienaventuranzas son palabras cuyo poder se esconde en su verdad inagotable: verdad experimentada por el mismo Jesús, que vivió dentro de sí lo que ahora puede proclamar como autorizado y verdadero para todo ser humano.
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