La importancia del cuerpo en la curación y sanación de Jesús de Nazaret
La Jornada Mundial del Enfermo, que la Iglesia celebra cada año el 11 de febrero, puede ser una oportunidad para volver a entender la relación con nuestro físico. Uno de los primeros signos que los Evangelios proponen para proclamar la venida del Mesías esperado es el de la curación física de los enfermos. Se narra que cuando Juan el Bautista envía a algunos de sus discípulos a preguntar a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?». En ese mismo momento Jesús curó a muchos de enfermedades, dolencias y espíritus malignos, y dio la vista a muchos ciegos. Entonces les dio esta respuesta: «Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos recobran la vista, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia la buena nueva a los pobres» (cf. Lc 7,18-23).
La realización de la capacidad de aportar a la humanidad una salvación que toca la vida en todas sus dimensiones se convierte para Juan el Bautista en la prueba de la identificación real de aquél que había de venir con la persona y el ministerio de Jesús de Nazaret. Las curaciones físicas son el signo de una relación con Dios en Jesucristo. Por eso los relatos evangélicos relacionan estrechamente la fe con el signo de la curación o sanación. La fe es siempre la protagonista de todos los “signos” de curación o sanación de Jesús: «Vete, tu fe te ha salvado» (Mc 5,34; 10,52 y otros). Es más: a menudo la curación de una persona del mal (recuérdese que tanto la enfermedad corporal como la presencia del demonio son expresiones del mal en la mentalidad antigua) sirve para capacitar a esa persona para el servicio. Un bello ejemplo es el de la suegra de Pedro que, curada por Jesús, comenzó a servir (cf. Mc 1,29-31).
Y es que la persona curada corporalmente por Jesús puede volver a tener relaciones sanadas con Dios (como los leprosos curados que pueden presentarse en el Templo en Mc 1,40-45, o el paralítico de nacimiento que puede, curado por el nombre de Jesús, entrar en el Templo a la hora de la oración en Hch 3,8); y también puede volver a tener relaciones reconciliadas con los demás (en Mc 5 se presentan: el endemoniado que, liberado, puede ir y «proclamar a los de tu casa lo que el Señor ha hecho contigo y la misericordia que ha tenido contigo» y la mujer que ha estado sangrando durante doce años que, por fin, puede relacionarse en paz con los demás).
¿Qué consideraciones se desprenden de tal perspectiva evangélica?
La primera es la que lleva a afirmar que Jesús no vino sólo para centrar la atención en los aspectos espirituales o aspectos morales de la vida humana. La totalidad de la salvación traída por Jesús incluye también el bienestar del hombre y de la mujer, abarcando todo el ámbito de las relaciones y todo el ámbito de lo físico. No se puede no se pueden reducir las afirmaciones del Nuevo Testamento a una serie de indicaciones morales sobre estilos de vida o a una continua referencia a la desvalorización de la corporeidad, mucho menos ni siquiera a ver continuamente el cuerpo y todas sus dimensiones bajo la égida del mal y del pecado. En el corazón de la acción de Jesús está la recuperación de la unidad del ser humano. El ser humano dañado, amputado de una parte de sí mismo, está llamado a reencontrarse a sí mismo, redescubriendo la belleza de su plenitud, sanando las heridas infligidas por la vida o por el mal. Jesús, en su ministerio, quiere devolver al enfermo la familiaridad con el universo que le rodea.
Una segunda consideración, complementaria a la primera, es que el bienestar interior y exterior que el Evangelio propone como signo pleno de salvación permite no hacer del cuerpo un absoluto. De hecho, la otra corriente de la cultura occidental tiende a ser la que idolatra la salud y una determinada belleza física como criterios fundacionales de la propia identidad y de la convivencia civil. El florecimiento de la industria de la salud en nuestras sociedades occidentales (gimnasios, productos químicos de belleza, moda, etc.) surge de la demanda inducida por tal visión del cuerpo. Desde esta perspectiva, la conexión entre la corporalidad y los demás valores salvíficos presentados por Jesús permite no absolutizar la vida entendida sólo como vida del cuerpo. Pero esto, también, incluso frente a tanta presión por parte de mucha gente, incluso en la Iglesia, para defender a toda costa la vida física y biológica.
La Jornada Mundial del Enfermo nos vuelve a brindar la oportunidad de contemplar, admirando y agradeciendo, los muchos aspectos de la curación y sanación que practicaba Jesús.
Por ejemplo, a través de la parábola, de la metáfora, de la anécdota, del símil e incluso del enigma como herramienta de cambio. Tantas veces, las parábolas constituyen un recorrido terapéutico en el que los oyentes están invitados a entrar. No pretenden en primer término “educar”, sino más bien sanar nuestras representaciones internas. Lo que importa es que estas expresiones contienen un significado profundo, gracias al cual pueden, de vez en cuando, en las diversas situaciones de nuestra vida, ejercer una eficacia inesperada. ¿No habrá de proponerse la Iglesia el volver a "pensar en imágenes" para ser también colaboradora de salud, es decir, de salvación?
Por ejemplo, la actitud de Jesús en la que siempre se expresa y se concreta una positividad en la comprensión de lo humano, ya que siempre esconde una fuente de bien –a menudo inconsciente– desde la que es posible un reinicio, una conversión, una alternativa. En cada uno de nosotros hay fuerzas de autocuración. A través de su palabra y su contacto, Jesús pone a la persona en relación con su fuente interior, con sus recursos profundos, de los que puede beber en abundancia. Jesús confía en las energías autocurativas presentes en el ser humano. La fe de Jesús fortalece la confianza del enfermo en sí mismo. Pero su fe no puede reemplazar la suya. También el enfermo debe estar dispuesto a creer en sí mismo y, además, a creer que es Dios quien obra el signo de la curación.
Con los relatos de sanación o curación Jesús intentaba comunicar a sus oyentes una nueva imagen de Dios, así como una visión diferente de sí mismos. De hecho, las concepciones falsas de Dios y una autoimagen errónea influyen negativamente en la manera de comprender y conducir la propia existencia. Sólo cuando el ser humano está dispuesto a cambiar su patrón de vida, a revisar ciertos puntos de vista, entonces también los síntomas corporales pueden curarse.
Incluso en la enfermedad podemos ser capaces de descubrir la perla: nuestro «yo». Es decir, aquella imagen sagrada y aquella semejanza divina que es el precioso núcleo de nuestra identidad personal: criatura e hijo. Una imagen y semejanza tantas veces descubierta incluso en las heridas de nuestra vida. Tantas veces la herida seguirá existiendo, pero ya no dolerá porque ha sido encontrada, mirada, tocada y abrazada por la compasión y misericordia de la Vida.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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