viernes, 21 de febrero de 2025

La oración del corazón y el corazón de la oración.

La oración del corazón y el corazón de la oración

En esta etapa de mi vida me sorprendo musitando a menudo “Señor, Tú sabes que te quiero”. 

Después de todo, ¿por qué no podría aplicar estas palabras a mi Señor? ¿Quién de nosotros no conoce la expresión de ternura que brota del corazón de quien ama y se dirige al amado diciéndole o incluso llamándole así: “Te quiero amor mío”? 

Quiero inspirarme en esta expresión para pensar en la oración del corazón. Consiste en invocar incesantemente el Nombre divino de Jesucristo con los labios, la mente y el corazón, imaginando su presencia constante, en toda ocupación, en todo lugar, en todo momento, incluso en el sueño. 

La oración del corazón puede expresarse con estas palabras: «¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador!», como solían hacer los monjes rusos, pero también puede expresarse con otras palabras, por ejemplo repitiendo con cada latido de nuestro corazón, con cada respiración que hacemos: «¡Jesús, te quiero!». 

Quien se acostumbra a esta invocación recibe de ella un gran consuelo, y siente la necesidad de recitar esta oración una y otra vez, hasta el punto de que ya no puede prescindir de ella, y fluye espontáneamente en la persona orante. 

Poco importan las palabras que utilicemos, lo que importa es que no repitamos las fórmulas sin corazón, es decir, mecánicamente, sino que estemos en ello con todo nuestro ser. 

Amamos a Dios con todas nuestras fuerzas, con nuestra voluntad, con nuestros sentimientos, pero también con nuestra debilidad, con nuestra escasez, en definitiva, tal como somos. Jesús nos acoge en nuestra pobreza y verdad. 

Creo que esos brazos que Jesús abrió de par en par en la Cruz no los cerrará sino en torno a nosotros, para rodearnos en un dulce, cálido y delicioso abrazo de amor. 

A menudo me paro a pensar en el Paraíso, a imaginar cómo será y me pregunto: pero si la tierra es tan bella (pensemos en la belleza de una aurora, de una puesta de sol, de una cascada, de la sonrisa de un niño, de una mirada enamorada, de…) y sólo vivimos unos años en esta tierra, ¿qué habrá en el Paraíso? 

La Belleza que contemplaremos en el Paraíso será Dios mismo, su sonrisa hará brillar el cielo y nos llenará de una alegría indecible. 

Cuando entonces empiezo a imaginar el momento en que el Padre abrirá sus labios para decir y con su voz suave, cálida y vibrante llenará todo el Reino de los Cielos de melodía celestial... ¡bienvenido, hijo mío, ven, entra en casa, siéntate a la mesa, me pondré a servirte! 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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