Las bienaventuranzas: una parábola de Dios y de su Reino
“El Sermón del Monte me llegó directo al corazón”. Era el invierno entre 1888 y 1889 y Gandhi estudiaba Derecho en Londres, y entró en contacto con las páginas del Evangelio de Mateo (capítulos 5-7) que contienen este grandioso discurso de Jesús expuesto por el evangelista en una montaña tal vez más simbólica que topográfica, un probable guiño al Sinaí desde cuya cima había descendido la voz divina para Israel en la marcha desde Egipto hacia la tierra prometida de la libertad.
No en vano Lutero, que había dedicado varios sermones al Sermón de Wittenberg, publicados en 1532, no dudó -forzando el latín- en definir al Jesús del Monte como Mosissimus Moses, en la práctica Moisés elevado a la enésima potencia. Detrás del Reformador había ya una vasta producción de comentarios exegéticos sobre aquel texto de las Bienaventuranzas, a partir de aquel arquetipo ideal que era el De sermone Domini in monte de San Agustín.
Un itinerario que llegó hasta Benedicto XVI: en su Jesús de Nazaret -primer volumen publicado en 2007- dedicó más de cien páginas a ese discurso, clasificándolo como «la Torá del Mesías... completamente nueva, diversa, pero que de este modo lleva a cumplimiento la Torá de Moisés».
Gandhi, sin embargo, después de haber exaltado la fuerza espiritual de aquellas páginas que le habían hecho enamorarse» de Jesús, no dudó en añadir: «En Occidente este mensaje fundamental ha sufrido diversas deformaciones... Mucho de lo que se considera cristianismo es una negación del Sermón de la Montaña». Basta con recorrer ese apasionante portal de entrada que son las llamadas “Bienaventuranzas” (5,1-12) para confirmar la anotación del Mahatma.
El mismo Lutero anticipó la convicción del canciller Otto Bismarck, afirmando la irreconciliabilidad de ese dictado evangélico con la práctica política.
Precisamente por su carga “utópica” en el más alto sentido del término, los llamamientos que han resonado en esa montaña se han visto desgarrados a lo largo de los siglos en un conflicto de múltiples interpretaciones.
Para algunos son un código de leyes nuevo y exigente; para otros son un guía espiritual para los elegidos, capaz de escalar los altos senderos del misticismo. Para el célebre teólogo y filántropo Albert Schweitzer son una propuesta de vida para el tiempo “intermedio” de la historia en el que estamos inmersos antes de que llegue la meta final de la escatología, cuando “Dios será todo en todos”, como dice san Pablo. Para muchos, esos llamamientos revelan, en cambio, la actitud radical que Jesús postula de su discípulo, del verdadero cristiano, que lo es no sólo obedeciendo a unas reglas sino que lo es en la constante totalidad de su ser, mente, alma, corazón...
¿Cómo podemos encontrar nuestro camino a través de este delta hermenéutico altamente ramificado y diverso? El camino principal es siempre el de retomar el texto de las Bienaventuranzas en una lectura atenta que tiene en cuenta, naturalmente, los diversos focos puestos sobre las palabras de Jesús por una tradición secular, pero que busca escuchar ante todo el sonido primordial, el tenor subyacente de su mensaje.
Una interpretación o un comentario puede ser centrípeto, es decir, es necesario remontar a la matriz evangélica original, pero no para un análisis exegético de los versículos en que se distribuye actualmente las Bienaventuranzas, sino más bien para identificar sus cuestiones candentes: los destinatarios, el contexto sociohistórico, el contrapunto con la ley mosaica, la íntima estructura temática de un discurso tan bello como enigmático…
Solamente así podemos llegar a la radicalidad del espíritu y de la intuición de unas palabras, las de las Bienaventuranzas, en el conjunto del resto del Sermón de la Montaña, que tienen dos focos: la gracia divina y la ética humana. Y una única dinámica: el amor. Lo que distingue la radicalidad del ethos de Jesús de un rigorismo moral y de un heroísmo sobrehumano se ve en su relación con la compasión y la misericordia, con la que los discípulos deben imitar la perfección de su Padre celestial.
Otra interpretación, u otro comentario, puede ser centrífugo si llevamos el centro textual de las Bienaventuranzas, y del Sermón de la Montaña, hasta nuestros días a través de una serie de “concretizaciones” a modo de ejemplos. Las palabras de Jesús, entonces, florecen en toda su paradójica actualidad, partiendo de esa cumbre que son las Bienaventuranzas…hasta convertirse en "sal de la tierra y luz del mundo", pasando por la práctica de una justicia "superior" y menos legalista en ámbitos delicados como el amor al enemigo, el matrimonio, las relaciones interpersonales y sociales, el juzgar, la "regla de oro" de hacer al prójimo lo que se hace a uno mismo, hasta elevarse de nuevo hasta Dios con la oración del "Padre Nuestro"…
La riqueza sapiencial de las Bienaventuranzas no desactiva su potencial disruptivo sino que lo injerta y lo concreta en el tejido cotidiano individual, personal, social e incluso político,…, como un arte de la vida bienaventurada, dichosa, feliz… De tal manera que esa sabiduría no preserve la vida concreta y real del fuego del Reino según la famosa frase de Jesús: «Fuego vine a encender en la tierra, ¡y cómo quisiera que ya estuviera encendido!». (Lucas 12.49). Las Bienaventuranzas nacen de una sabiduría que otros consideran locura y necedad.
Esta sabiduría evangélica de Jesús y de su Reino emerge
en la intersección entre la "ortodoxia", es decir, el
mensaje/confesión de fe, y la "ortopraxis", la reflexión existencial
y moral, la ética de la responsabilidad. El Sermón de la Montaña en general, y las
Bienaventuranzas en particular, han ejercido más tensión y sembrado más
malestar en la Iglesia que cualquier otro texto bíblico o religioso. Este texto
ha sido considerado la espina en el costado del cristianismo por ser el texto
más provocador de la vida y del mensaje de Jesús.
Precisamente quien no haya leído el Sermón de la Montaña, y sus Bienaventuranzas, no es capaz de saber lo que es el cristianismo y su novedad alternativa.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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