El clericalismo como estructura de pecado
En mi opinión, hay dos pasos a seguir después de que el clericalismo haya sido finalmente aclarado por el Papa Francisco. Lo digo entre paréntesis: hay quien señala que el Papa Benedicto XVI utilizó el término sólo una vez durante su pontificado mientras que el Papa Francisco lo ha utilizado en muchas y diversas ocasiones.
El primer paso es ampliar el significado del término y entender que el clericalismo no es reducible al mero «pecado» de un individuo que abusa de su autoridad, sino que tiene una dimensión estructural: el clericalismo a lo largo de los siglos se ha convertido en un sistema y ha condicionado la doctrina, las normas canónicas, la liturgia e incluso la espiritualidad.
Es necesario, por tanto, tener una visión sistémica: el clericalismo como pecado de las estructuras eclesiales. De hecho, y como decía en su momento el Papa Francisco en su Carta al Pueblo de Dios del 20 de agosto de 2018: 'cada vez que hemos intentado suplantar, silenciar, ignorar, reducir a pequeñas élites al Pueblo de Dios hemos construido comunidades, programas, opciones teológicas, espiritualidades y estructuras sin raíces, sin memoria, sin rostro, sin cuerpo, en definitiva sin vida'. Las estructuras deterioradas por el clericalismo deben ser reformadas para evitar que fomenten más clericalismo.
El segundo paso es difundir la conciencia y la percepción del clericalismo en las Iglesias Locales. Es evidente que esta conciencia es muy escasa. No es un tema que se incluya en la agenda de las diócesis y parroquias. Y si no se ponen en marcha iniciativas, la percepción del clericalismo no se producirá o se producirá de manera distorsionada y deficiente.
Obispos y párrocos deben, por tanto, hacerse cargo del grave problema y comenzar a hacer un examen crítico y autocrítico. Esto significa someter a escrutinio la gestión de la autoridad eclesial e identificar los aspectos críticos de una «actitud, como el clericalismo, que no sólo anula la personalidad de los cristianos, sino que también tiende a menospreciar e infravalorar la gracia bautismal que el Espíritu Santo ha puesto en el corazón de nuestro pueblo» (Papa Francisco op.cit). Sólo así el «santo Pueblo de Dios» dejará de ser discriminado y tiranizado (el clericalismo es «arrogancia y tiranía» decía el Papa Francisco el 12 de diciembre de 2016). Y se empezarán a remover los obstáculos para la reforma eclesial.
Hay reflexiones oportunas sobre las causas y el contexto clericalista en el que maduran los abusos de poder, los abusos de conciencia y los abusos sexuales. La autoridad, en efecto, puede ejercerse y vivirse de modo que haga crecer a las personas y promueva así proyectos y programas acordes con la misión evangélica y los valores cristianos, o siguiendo y realizando los propios intereses en detrimento de su finalidad original.
Una acentuación excesiva y distorsionada del sacerdocio ministerial, que difiere esencialmente, y no sólo en grado, del sacerdocio común de los fieles, corre el riesgo de traducirse en función y ejercicio de poder del ministro ordenado, presbítero o sacerdote, sobre los laicos.
Del mismo modo que una visión instrumental de la ordenación ministerial, que acaba subrayando de nuevo la especial configuración del presbítero/sacerdote con Cristo, puede inducir a una actitud de separación y superioridad (que más o menos inconscientemente tenderá luego a compensar un sentimiento de inferioridad).
Las personas que han sido víctimas de abusos por parte de un clérigo o religioso son testigos del proceso de mistificación que subyace al abuso de poder, de conciencia y de sexualidad: lo que se perpetró contra ellas fue a menudo motivado y justificado como expresión de la función presbiteral/sacerdotal, como expresión incluso de un amor privilegiado que procede directamente de Dios o del propio Jesús.
El presbítero/sacerdote colocado en un pedestal, ya sea por una visión teológica distorsionada o por una forma de sumisión y veneración extremas por parte de los fieles, se encuentra en una posición inexpugnable. Sería hora de que estas y otras reflexiones similares empezaran a circular por nuestras comunidades… también de nuestras Iglesias Locales.
P.
Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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