martes, 11 de febrero de 2025

¿Cómo se estructura la religión cristiana que brota del Evangelio?

¿Cómo se estructura la religión cristiana que brota del Evangelio? 

Sí, creo que el pecado de las religiones suele ser el de absolutizar los rituales, los mediadores y la «reverencia» hacia la trascendencia. Una afirmación perentoria, que puede parecer incluso borde, pero que me parece bastante inevitable. Y trato de explicarme. 

Porque, si la religión tiene como sentido profundo el de intentar poner en contacto al hombre y la trascendencia, estamos en el orden de los medios, no de los fines. En particular, de medios que, para cuando se alcance el fin, estarán superados. 

Toda construcción religiosa predice, de hecho, que cuando el hombre y la trascendencia estén finalmente reunidos, como esa religión imagina que deberían estarlo, los medios que produjeron ese contacto ya no serán necesarios. El ejemplo más evidente son los textos sagrados: cuando el hombre y lo divino estén cara a cara, uno dentro del otro, ya no habrá necesidad de leer en un libro las verdades que tal religión considera así. 

Y lo mismo puede decirse de todos los ritos de celebración, las prácticas espirituales, las observancias éticas, la organización jerárquica de las personas. En otras palabras, debemos ser conscientes de que las religiones están trabajando para desaparecer, para dejar paso a la relación directa, total y estable entre el hombre y la trascendencia. 

¿Es el cristianismo una excepción? Sinceramente, no lo creo. Muchos textos bíblicos, especialmente el Nuevo Testamento, indican claramente que lo que hoy tiene sentido en la vida y la práctica religiosas está destinado a ceder el paso a una condición de relación con Dios, de tal modo que ésta no es en absoluto necesaria. 

En el Reino de Dios ya no celebraremos la Eucaristía, porque nuestra vida misma, nuestro ser mismo, será para siempre una Eucaristía realizada. Y lo mismo vale para los demás sacramentos. En el Reino de los Cielos ya no habrá Papa, ni obispos, ni clero, porque su función será reabsorbida y sustituida en el dominio, la guía y la mediación directa e infalible que Dios mismo implementará en las personas. En el Reino de los Cielos ya no será necesario que nadie distinga lo verdadero de lo falso, porque lo absoluto del Ser ya no dejará dudas, en nadie, sobre su verdad. Y así se podría seguir. 

Sin embargo, prefiero sacar una consecuencia de ello. Como religión, si el cristianismo no es una excepción, también trabaja para desaparecer. Trabaja, es decir, para que su relación directa con Dios le permita superar lo que hoy separa a las distintas religiones, y que a menudo se toma como instrumento absoluto para definir su propia identidad. 

Si incluso el cristianismo trabaja para desaparecer, el hecho de ser católico, ortodoxo o incluso islámico es un hecho que pide ser superado, no ser confirmado y mantenido a toda costa, para reafirmarnos en lo que somos. En este sentido, el Papa Francisco tiene mucha razón al decir que Dios no es católico. Es decir, no es encerrable en las formas expresivas, relacionales y veraces que el catolicismo ha construido. Dios es mucho más que católico, sin negar que lo que el catolicismo indica sobre él sea correcto. 

Pero hay otra consecuencia que, en mi opinión, invita a ello. Si todas las religiones trabajan para desaparecer, incluido el cristianismo, hay que reconocer que la verdad absoluta, la perfección, no puede identificarse con una de ellas. 

La pretensión cristiana de ser la religión verdadera, si se experimenta como un instrumento de autoafirmación, se asemeja perfectamente a la del islam, el budismo, el hinduismo o lo que sea. Esta misma pretensión demuestra que el cristianismo no es mejor que otras religiones, si nos detenemos en este punto de vista. 

Si el cristianismo tiene una verdadera «diferencia» en el plano de las religiones, estriba en el hecho de que Cristo murió y resucitó por todos los seres humanos, y por tanto su mismo gesto debe ser la figura, el estilo, también de la Iglesia, nacida de esa misma Pascua. «No consideró el ser igual a Dios como algo a lo que aferrarse celosamente» -dice Flp 2, 6- “sino que se despojó de sí mismo, tomando forma de siervo”. 

La identidad de la religión cristiana es, por tanto, una identidad que hay que contemplar y acoger en la obra de la reunión de todos los seres, y no conservarla, como si de un patrimonio se tratara, en el temor de perderla aferrándose celosamente a ella. 

Cada vez que olvidamos esto, vaciamos el vaciamiento que Cristo hizo de sí mismo, haciendo inútil e insultante su cruz. 

Los instrumentos de la religión son ciertamente necesarios hoy, mientras caminemos en la fe, pero nunca podemos hacer de ellos sustitutos de Dios, de ese Dios que se gasta y se vacía para recuperar a todo hombre para sí. 

Son necesarios, tanto en cuanto, porque son el camino para recuperar ese rastro de pecado, del que ellas mismas proceden, y poder redimirlo, es decir, reconducirlo a Dios. Pero sería absurdo intentar permanecer celosamente apegados al temor de Dios, al ritualismo y al poder de la mediación humana. Significaría permanecer apegado a los efectos del pecado y no querer superarlos. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

No hay comentarios:

Publicar un comentario

La acogida es vida que sostiene la vida.

La acogida es vida que sostiene la vida « La casa de Abraham estaba abierta a todos los seres humanos, a los viajeros y a los repatriados, y...