Las pequeñas esperanzas que hacen grande la esperanza
Con el deseo de que nunca te falte la esperanza, de que captes en tu presente tu futuro. Quien espera es rico de mañana. Sé, pues, ya hoy tu mañana.
La esperanza es una condición intermedia e intersticial. Es un estado "intermedio", como el hueco o la grieta entre las baldosas del suelo, o el canal que separa (y une) dos tierras, porque la esperanza se sitúa entre un momento negativo del que se desearía salir y otro positivo en el que se desearía entrar. La esperanza, expectativa de una condición mejor, vinculada por tanto al tiempo y al deseo, comparte con la expectativa la proyección hacia el futuro. Se diferencia, sin embargo, de la expectativa porque el futuro al que se dirige es (se espera) mejor, pero también es vago e incierto y descansa sobre diversos grados y matices de inseguridad. La expectativa, en cambio, está relacionada con un fenómeno del que sabemos que va a ocurrir.
Desde la ventana de mi habitación pienso en la figura de la esperanza (spes) ahora que la mañana comienza a despertar. Los acontecimientos ciertos uno los espera (y puede que incluso esos no sucedan); los inciertos, uno sólo puede esperarlos, extendiendo hacia ellos los brazos de la mente, pues la esperanza es esa expectativa de lo mejor que se dilata en el tiempo y se renueva cada día. Y del mismo modo que se puede decorar la espera escuchando música, leyendo o escribiendo, también se debería poder, en cierto sentido, decorar la esperanza adornándola y casi envolviéndola con pensamientos cálidos y afectivos que animen y orienten el futuro en la dirección deseada.
La esperanza se insinúa en todas las manifestaciones humanas, incluidos los sueños, a menudo anticipaciones o realizaciones oníricas de situaciones deseadas, como encuentros con personas fallecidas, hallazgos de objetos perdidos, consecución de objetivos. La esperanza es un sentimiento democrático, de todos y para todos; es la diosa que permanece para sostener la vida cuando todos los demás dioses le han dado la espalda. La esperanza no me equivale a la resignación. Vivir no es resignarse.
La esperanza no es sinónimo de ilusión. La verdadera esperanza sabe que no tiene certezas, pero también sabe que el camino se hace al andar. La esperanza sabe que la salvación por metamorfosis, aunque improbable, no es imposible. En primer lugar, la esperanza y la metamorfosis deben adentrarse en el mundo de la experiencia desde la base, potenciando con confianza los movimientos cotidianos, sencillos, elementales, porque la verdadera invención consiste en dar a las cosas cotidianas un sentido desconocido: un ritmo básico, una luz cruzando una calle oscura de invierno, un mapa geográfico, ese rostro que embriaga, ese sonido lejano con sabor melancólico, ese olor a mar o a lago, a ríos... Son pequeños fragmentos recurrentes de divinidad, que saben animarse con esa chispa que presenta las muchas trascendencias posibles. Se hace visible cada día, ayudándonos a responder a la pregunta: ¿por qué cultivar la expectación a pesar de la decepción inevitable, al menos parcial, de tantos acontecimientos? Lleva tiempo alcanzar la inocencia del día. Lleva tiempo alcanzar la sencillez de un idioma. Se necesita tiempo para aprender y aún más tiempo para reírse de lo que se acaba de aprender. Reírse tanto del propio conocimiento como de la propia ignorancia. Reír con la primavera en los ojos. Reír con la infancia en la voz. Reír con la cotidianidad del cada día.
La expectativa es algo que, a pesar de nuestra fragilidad constitutiva y de estar arrojados al mundo, nos habita instintivamente como la esperanza, como la ilusión que sabe proceder a menudo desvanecida, pero nunca extinguida. Puede ser una espera interminable, circular, que sabe desear constantemente incluso sin la presencia del objeto, a veces interceptado en sueños. Puede parecer frustrante y, en definitiva, inútil; puede parecer la máxima expresión de un sacrificio estéril. Pero no es así como siento e interpreto la espera: la siento en cambio como la suspensión sonora entre dos notas, la pausa cantada entre dos sonidos, la percepción desnuda de habitar poéticamente el mundo en la ausencia-presencia del infinito. Se trata de acoger una disposición que sabe sorprendernos allí donde se manifiesta la brecha entre lo ideal y lo real. Es, pues, una expectativa en movimiento, un deseo de deseo.
La espera es sólo espera de sí misma, del mismo modo que el deseo es deseo del deseo; la espera, en sí misma, es sólo espera. Podríamos decir que siempre soy yo quien espera aunque no sea lo esperado lo que llegue. Espero por mí porque espero desde mí, desde mis deseos, mis ansiedades, mis expectativas. Pero lo que recibo no es siempre idéntico a lo esperado. Cada día es la hora de la esperanza y trato de meditar sobre las historias heroicas que probablemente nunca llegarán a suceder pero que sin embargo me sirven para alentar la vida de cada día.
Cada día tiene su propia esperanza. Hay una esperanza de que algo pueda suceder, aunque en realidad no suceda nada. Hay una esperanza construida por el pensamiento dominado por el deseo que se repite constantemente hacia algo que aún no existe, o que tal vez ya existe atrapado en el aburrimiento que impulsa hacia algo nuevo, inédito: un despertar. Existe la espera de la vida porque, aunque todos los seres humanos deben morir, los seres humanos no nacen para morir, sino para empezar.
Existe la esperanza de la muerte como expectativa extática del "tiempo último", el tiempo escatológico, un tiempo cósmico que va más allá de nuestra experiencia en la tierra. Hay una esperanza poética y creativa que puede sorprendernos y asombrarnos por su misterio y belleza.
La mía tiene que ver, también, con el despertarme de cada día y, mirando por la ventana, contemplar cómo quietamente las luces del alba van venciendo las tinieblas de la oscura noche. Una parábola de las pequeñas y de las grandes esperanzas.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
No hay comentarios:
Publicar un comentario