Lenguaje y teo-logía
“El lenguaje tradicional de la Iglesia se ha vuelto extraño para los occidentales del tercer milenio. Es un lenguaje para afiliados, entendido sólo por un remanente en rápida decadencia de creyentes que todavía están familiarizados con las imágenes del pasado”.
El jesuita belga Roger Lenaers está profundamente convencido de esta necesidad de cambio, no tanto para abandonar la fe y la espiritualidad, sino para traducir el mensaje cristiano a un lenguaje que la humanidad de hoy pueda comprender y en el que pueda reconocerse.
Esta fue la misión de toda una vida para Roger Lenaers, profundamente convencido de que la fe no es algo estático y que, si bien cambiar todavía requiere esfuerzo y ciertamente no es indoloro, es algo extremadamente necesario para continuar “traduciendo” el mensaje del Nazareno al mundo de hoy.
Cuando aborda el tema del “lenguaje/lenguaje”, el jesuita Roger Leaners comienza su razonamiento mirando los significados que se le pueden asociar: desde las palabras hasta las formas en que se agrupan para expresar ideas y conceptos; desde las numerosas señales y convenciones de la comunicación no verbal hasta el rico y complejo lenguaje del cuerpo humano; abarcar todo lo que ayude al hombre a transmitir pensamientos, imágenes, emociones. El lenguaje humano, tan rico y variado, es algo que puede ir más allá de la simple descripción de la realidad y convertirse en un excelente medio para que el ser humano se exprese, emerja de su verdadero yo, construya su identidad.
Para Roger Lenaers, la pregunta central no tiene tanto que ver con los mecanismos de la comunicación humana y su evolución, sino más bien con el por qué los humanos sentimos este llamado imparable a comunicarnos y compartir. Esta necesidad ancestral, siempre presente en la vida del hombre y en sus expresiones espirituales o religiosas, se puede resumir en pocas palabras decisivas: establecer conexiones/relaciones con el otro-que-yo, ser confirmados/tranquilizados en nuestras creencias, dar una identidad a nosotros mismos, a nuestros pensamientos y al grupo humano en el que estamos insertos.
El problema hoy es que este sistema de comunicación e identidad ha entrado en una grave crisis en todo Occidente y las palabras/fórmulas/expresiones “vestigiales” que han quedado son a menudo insignificantes para nosotros y para nuestra existencia.
No es casualidad que Roger Lenaers afirme que, desde un punto de vista religioso pero no sólo, «un sistema de comunicación comprendido por todos durante más de mil años se ha transformado de repente, sin migraciones de Estados ni invasiones bárbaras, en una lengua extranjera, en una lengua muerta».
Otro punto importante, a menudo ignorado o malinterpretado por los cristianos conservadores, es que el lenguaje está condicionado por su inextricablemente vinculado al tiempo: esto es cierto para todas sus expresiones, ya sean sagradas o profanas.
De hecho, cualquier lenguaje religioso es incomprensible para la posmodernidad porque está vinculado a realidades, imaginarios y conceptos que se remontan a tiempos arcaicos, premodernos y precientíficos.
La posmodernidad, con su visión más consciente, más amplia, más orientada hacia la pluralidad y la relatividad/provisionalidad de las verdades y los resultados, no puede sino encontrar dificultades para relacionarse con un lenguaje antiguo y estático, un idioma que también pretende ser eterno/definitivo y, por tanto, inmutable.
Así pues, el problema que Roger Lenaers identifica, a partir de su razonamiento teológico y de su actividad pastoral de una vida transcurrida en contacto con la gente, consiste en un lenguaje religioso defendido con vehemencia por las teologías "de corte" y por las jerarquías religiosas de todas las Iglesias, que es hoy un elemento extraño a la vida y a la realidad actual en Occidente.
Reflexionando sobre sus escritos se puede señalar cómo el autor pretende releer el catolicismo, y el cristianismo mismo, a partir de un problema fundamental: la necesidad de pasar "de la heteronomía a la teonomía, entendida como ‘reconciliación entre la autonomía del ser humano y la fe en Dios’". Con ello, el jesuita belga crea deliberadamente obras cuyo lenguaje es accesible incluso para los neófitos y presenta textos sencillos sin anotaciones engorrosas.
Roger Lenaers destaca cómo los tres grandes monoteísmos, desde el judaísmo hasta el cristianismo pasando por el Islam, siguen, a pesar de algunas especificidades, lógicas subyacentes y teologías que son sustancialmente idénticas en algunos puntos fundamentales. De hecho, en la base de estos grandes sistemas hay un axioma, elegido y reforzado a lo largo del tiempo para mantener vivas todas las superestructuras de poder y de control social esenciales para la supervivencia de las religiones históricas, que Roger Lenaers define como una visión heterónoma.
Que el cristianismo sigue una lógica heterónoma lo atestigua el universo de representaciones tradicionales que siempre han representado la realidad como escindida: un mundo real (creado) que está conectado a un mundo de otro mundo y es moldeado por él. Un reino celestial concreto, casi “físico”, con sus propias leyes y dinámicas. Una manera de representar la realidad de la tierra y del universo que ha continuado en la humanidad durante milenios, desde las Escrituras y los mitos del pasado hasta la teología, los dogmas y los concilios de nuestras iglesias de hoy.
Este axioma indiscutible, el de los múltiples mundos visibles e invisibles conectados entre sí, contribuye a hacer del cristianismo, y de las instituciones que lo proponen, algo ya no creíble, una evasión de la realidad, un mito del pasado ante el cual uno permanece indiferente.
En el vocabulario teológico-filosófico occidental, la heteronomía se refiere a la condición en la que un individuo, o un grupo/sociedad, dirige su vida según normas externas, en lugar de seguir su propia voluntad o razón.
De lo cual se desprende que, siguiendo esta lógica típica de los fundamentalismos religiosos actuales, el hombre nunca alcanzará la libertad y la autonomía, sino que seguirá siendo un ser temeroso, esclavo y constantemente dependiente. Este concepto es diametralmente opuesto a la lógica de la autonomía, que empuja al hombre a actuar según su propia voluntad y razón.
Roger Lenaers también se pregunta si es este cambio de perspectiva, que afirmó la muerte del “Dios” del teísmo, lo que ha generado el ateísmo contemporáneo. La respuesta del autor abarca toda la complejidad de la cuestión al afirmar en resumen que, en Occidente, las Iglesias cristianas han hecho todo lo posible para combatir este anhelo humano de crecimiento y evolución, condenando la autonomía de pensamiento, obstaculizando el desarrollo de la libertad individual y casi siempre poniéndose del lado contrario al progreso del género humano.
La desafortunada batalla católica contra el llamado Modernismo fue un claro ejemplo de ello: la Iglesia condenó sin apelación y persiguió a quienes proponían el diálogo, condenándose así a la insignificancia y relegando al cristianismo a los “áticos de la Historia”, junto a otras mitologías del pasado.
Roger Lenaers nos habla así de una «visión teonómica» y nos damos cuenta inmediatamente de que, aunque «Dios» y su mundo sean borrados, el Misterio sin nombre sigue vivo, no en un mundo exterior y lejano, sino dentro de nuestro mundo y de nosotros mismos. Y concluye afirmando que «Esta conciliación de autonomía y fe en Dios se llama «teonomía».
Quien piensa teonómicamente reconoce en Dios (en griego: theós) la dimensión más profunda de todas las cosas y, por tanto, también la ley interna (del griego: nomós) del cosmos y de la humanidad.
En este pensamiento teónomo sólo hay un mundo: el nuestro. Pero este mundo es sagrado porque es la constante autorrevelación del misterio sagrado que llamamos “Dios”. En esta nueva perspectiva, incluso el concepto de “salvación”, la experiencia de Jesús de Nazaret y nuestro ser comunidad en salida cambian decisivamente.
Desde esta perspectiva se puede explicar cómo la humanidad actual, que ha asimilado el pensamiento científico y tiene una nueva visión de sí misma, del cosmos, de "Dios", ya no puede aceptar acríticamente las formulaciones del pasado basadas en creencias mágicas y en el pensamiento heterónomo.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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