El perdón es sacramento: el perdón como medida del amor
A perdonar sólo se aprende en la vida cuando a nuestra
vez hemos necesitado que nos perdonen mucho (Jacinto Benavente)
Detente
Amar es como engendrar. Perdonar es como resucitar a quien ha perdido la vida. Dios, que perdona, borra el pecado, quita la muerte del corazón del hombre y le devuelve la vida. Por tanto, cuando un hombre perdona, hace algo parecido a lo que hace Dios: elimina la división, repara las relaciones rotas. Lo que estaba muerto entre nosotros renace.
Por eso puede decirse que perdonar es dar vida. Y sentimos la vida dada cuando experimentamos la alegría de haber perdonado y la no menos intensa alegría de sentirnos perdonados. El corazón se alegra, porque siente un don inmerecido, inesperado, que le ha sido dado.
Jesús anuncia una novedad, una profecía. Es otra alternativa. La profecía, de hecho, no es un extravagante conocimiento previo de un futuro que nadie conoce. Sino, simplemente, la maravillosa novedad de la «Buena Nueva»: Dios está en medio de nosotros, el Reino de Dios ha comenzado.
Jesús no se limita a repetir lo que todos dicen, a confirmar certezas conocidas, sino que tiene la ambición de anunciar una novedad inesperada. El Evangelio de Juan hace decir a Jesús la conocida frase: el discípulo está en el mundo, pero no es del mundo. Por tanto, es necesaria una «distinción» que marca una alternativa, una diferencia, una novedad.
Cuando todos exigen venganza, el cristiano perdona; cuando todos piden, el cristiano da. Si somos cristianos no podemos decir: todos roban, así que yo también robo; todos se vengan, así que yo también me vengo... Tenemos que decidir si queremos ser discípulos del Señor o paganos...
¿Todos roban? Vosotros, en cambio: «A quien te quite la capa, no le niegues la túnica». ¿Todos se vengan? Vosotros sois discípulos del Señor que muere inocente y por amor: haced como él: 'Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, rezad por los que os maltratan...'.
El cristiano es el mensajero de un mundo «distinto», «otro» que «este mundo», una utopía bella y consoladora. Se ha dicho, de forma sanamente provocadora: si todos pusieran la otra mejilla nadie golpearía, si todos amaran a sus enemigos, no habría enemigos.
La verdadera medida del amor es la desproporción. Si el amor no exagera, no es verdadero amor.
Los últimos tiempos, los inaugurados por Jesús, son los tiempos de la abundancia, de la fiesta, del derroche. El amor de Dios está hecho así y el amor del hombre debe imitar el amor de Dios.
Reflexiona
El Evangelio vuelve a presentarnos a Jesús con palabras difíciles de asimilar. Hoy las preguntas que Jesús hace en el Evangelio de Lucas nos desplazan del sentido común a la lógica del Evangelio del Reino.
Este Evangelio es uno de los más famosos y está en el «ADN» de todos los cristianos, pero, sin embargo, nos cuesta mucho afrontar esta serie de invitaciones de comportamiento en las que parecemos salir perdedores en la mayoría de los casos.
Jesús no está enunciando una serie de preceptos válidos para todos, sino que se dirige a los que le escuchan, a los que tienen el corazón abierto y el deseo de seguirle. El hecho de sentirse interpelado al leer este pasaje ya es un pequeño paso para convertirnos en discípulos y testigos de Dios.
La parte central del pasaje no necesita mucha explicación: Jesús es claro y directo, no deja nada entre líneas.
Uno se puede centrar en cómo intento poner en práctica estas sugerencias en la vida cotidiana. Pensando en pequeños gestos concretos, aparentemente sencillos, pero capaces de romper el mecanismo de acción y reacción.
Por ejemplo, cuando alguien me enfada, aunque no siempre lo consigo, intento parar un momento, guardar silencio, calmarme y luego, con paciencia, «poner la otra mejilla», buscando un diálogo constructivo en lugar de dejarme llevar por el impulso de responder con ira.
Habiendo recibido una orientación tan desafiante, es elocuente la descripción que Jesús hace del Padre. A pesar de nuestras dificultades y de nuestra incapacidad para vivir plenamente según sus mandamientos, Dios nos ama tal como somos. Más aún, es benevolente incluso con los ingratos y malvados, anulando toda lógica humana y ofreciéndonos siempre la oportunidad de volver a empezar.
Al final del pasaje leemos que se nos dará «una buena medida, apretada, llena y rebosante». Son palabras de gran consuelo. Sabiendo que debemos esforzarnos cada día por vivir según la lógica de las bienaventuranzas de Jesús - de su Buena Noticia y de su Reino -, podemos recordar la gran misericordia de Dios para con cada uno de nosotros. No debemos dejarnos abatir por nuestra fragilidad o nuestra incapacidad para vivir de acuerdo con ella, sino confiar en la abundancia de su misericordia.
Y es que Dios se muestra misericordioso y consolador. Y
eso es lo que nos otorga mucha esperanza en nuestra limitación.
Medita
El domingo pasado, Jesús proyectó en el cielo de Galilea un sueño y un terremoto: bienaventurados vosotros los pobres, ay de vosotros los ricos.
Hoy despliega un rosario de verbos explosivos. Amar es el primero; y luego hacer el bien, bendecir, rezar.
Y pensamos: encaja. Pero lo que llama la atención, los cuatro clavos de la crucifixión, es la lista de destinatarios. ¿A quién debemos amar? Ama a tus enemigos, a los infames, a los calumniadores, a los que te apuñalan por la espalda.
A los que no son queridos.
Entonces Jesús me mira a los ojos y se dirige a mí: pon la otra mejilla, da hasta tu camisa, no pidas de vuelta. Y te obliga a ir en busca de aquellos a los que preferirías perder.
Este Evangelio corre el riesgo de ser una tortura, un martirio. Nos pide cosas imposibles, incluso: ¡Sé como Dios!
Nadie podrá vivir así, ni siquiera los mejores entre nosotros. Pero los verbos imposibles de Jesús describen la acción de Dios.
Porque: sed también vosotros misericordiosos como el Padre.
Y luego: como queráis que los hombres os hagan a vosotros, hacédselo a ellos.
Un salto mortal que parece ilógico: vuelve a tu corazón, mídete por lo que deseas, pon tus labios en la fuente de tu corazón.
Sabes que el corazón es bueno. Que tu deseo es bueno. Todos necesitamos desesperadamente que nos abracen y nos perdonen.
Todos anhelamos que alguien nos bendiga, un hogar donde sentirnos a gusto, y poder contar con el manto de un amigo.
Esto se lo daré a los demás.
Lo que desees para ti, dáselo al otro. De lo contrario, os destrozaréis mutuamente por un puñado de euros, por un trozo de tierra, por petróleo, por una plaza de aparcamiento, por…
El único camino hacia el sueño de cielos nuevos y tierra nueva es que Abel se convierta en el cuidador de Caín, la víctima del maltratador. Abel y Caín forjan juntos las puertas del Reino.
Perdonad:
«El perdón rompe con los círculos viciosos,
rompe las compulsiones de repetir en otros lo que has
sufrido,
rompe las cadenas de la culpa y la venganza,
rompe las simetrías del odio» (Hanna Arendt).
Sí, soy un ángel imperfecto.
Por eso el Evangelio propone una estrategia. Un primer paso siempre es posible, para todos: el Evangelio está lleno de comienzos, desborda la teología de la semilla germinada.
Sólo hace falta el valor de dar un primer paso. Como Dios. Como el corazón. Sabed que sois buenos.
Estos grandes verbos de fuego -amar, dar, perdonar- comienzan en un susurro, en la penumbra, en el susurro de una voz que tiene los colores del alba.
«Sé el cambio que quieres ver en el mundo» (Gandhi). Cambia algo de ti mismo, pero en la alta medida de la vida.
«El débil no puede perdonar, el perdón es un atributo de los fuertes» (Gandhi).
Ora
El perdón es un don abundante, algo difícil y sobrehumano que nos esforzamos por conseguir cada día, sin esperar ningún reconocimiento. Señor, a ti nos encomendamos, sostennos.
Aquellos que perdonan son los sanadores de la humanidad. En lugar de devolver la ofensa o el daño, en lugar de soñar con la venganza o la revancha, detienen el mal dentro de sí mismos.
Perdonar es el acto más poderoso que el hombre puede realizar. El acontecimiento que podría aumentar la brutalidad del mundo, puede en cambio servir al crecimiento del amor.
El ofendido que perdona transforma su propia ofensa.
El perdón cura, donde está, la herida que desfigura el rostro de la humanidad desde su origen: la violencia.
El hombre que perdona se asemeja a Jesús y hace presente a Dios.
Señor, que siempre nos perdonas, enséñanos a perdonar. Y enséñanos, también, a no ofender.
Señor, que siempre nos perdonas, haz que usemos el mismo criterio hacia quienes son nuestros enemigos, no porque nos sintamos mejores, sino porque Tú eres así con nosotros.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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