Nueva santidad para tiempos nuevos
Vivimos en una época de grandes dificultades, sufrimiento y desorientación: conflictos, tensiones, violencia, pobreza a escala global. Pero también agresividad generalizada, individualismo, narcisismo y un marcado egoísmo a escala personal.
Sin embargo, para aquellos que tienen un poco de conocimiento de los arcos de la historia, estos siempre han sido, por desgracia, fenómenos presentes en el tiempo humano. Tal vez hemos tenido la ilusión de que ciertos fenómenos -guerras, pandemias,…- ya no concernían a la porción del mundo que habitamos.
Pero bastaba tener una mirada un poco más allá del propio “jardín” para darse cuenta de que en las distintas regiones del mundo la gente seguía luchando, muriendo a causa de enfermedades generalizadas y de una pobreza creciente. Bastaba entender que estar en el mundo significa también ser responsables, de algún modo, de nuestro habitar el camino de la humanidad.
La época en que vivimos es también una época de cambios: tecnológicos, científicos, demográficos, comunicativos... Los paradigmas básicos de la vida están cambiando, es difícil mantener el rumbo. La web se ha convertido en parte esencial de nuestra vida diaria, cargando el desarrollo de nuestros días con recursos, peligros y obstáculos. Con demasiada frecuencia, la verdad y la falsedad parecen tener el mismo peso y consideración.
El nuestro es también un tiempo de cambios antropológicos, pero también espirituales y eclesiales. Y abordamos estos cambios con miedos y preocupaciones, con esperanzas e ideas. Pero también entre tensiones que dividen a quienes quieren preservar un mundo pasado, acosados por miedos que quizá ni siquiera pueden admitir ante sí mismos, y a quienes presionan apresuradamente, a veces con buenas intuiciones que sin embargo no captan los hechos reales de las experiencias de las personas.
En este fresco, entre luces y sombras, entre la fe en el Espíritu que guía misteriosamente la historia más allá del pecado del hombre y el mal que no cesa, siento particularmente querida una página de Simone Weil, extraída de una carta escrita el 15 de mayo. 26, 1942 al Padre Perrin -carta recogida luego, con otros textos, en esa joya única que es “A la espera de Dios”-. Esto es lo que escribió Simone Weil:
“Hoy no basta ser santos, necesitamos la santidad que exige el momento actual, una santidad nueva, también inédita. […] Un nuevo tipo de santidad es algo disruptivo, es una invención. Considerándolo todo, y manteniendo cada cosa en su lugar, es más o menos análogo a una nueva revelación del universo y del destino humano. Se trata de sacar a la luz una gran porción de verdad y de belleza que hasta ahora ha estado oculta por una gruesa capa de polvo. Se necesita más genio del que necesitó Arquímedes para inventar la mecánica y la física. Una nueva santidad es una invención más prodigiosa. Sólo una especie de impiedad puede obligar a los amigos de Dios a renunciar a obtener el genio, pues para recibirlo en superabundancia basta pedirlo a su Padre en nombre de Cristo”.
Se necesita un nuevo tipo de santidad para nuestro tiempo; se necesitan nuevos paradigmas de vida cristiana intensa. Se necesita sobre todo “genio”, sacar a la luz lo que todavía está oculto por el polvo y los miedos. Atreverse a recorrer caminos nuevos, siguiendo altas medidas de bien, con profecía y valentía, con riesgo y con confianza: éstas son –nos dice Simone Weil– las vocaciones contemporáneas, los caminos a recorrer para dejar espacio a las preguntas y escuchar las respuestas con las que tejer el diálogo con Dios. Y así continúa la carta:
“El mundo necesita santos geniales como una ciudad afectada por una plaga necesita médicos. Donde hay necesidad, hay obligación”.
Es necesario realmente pedir y utilizar el «genio», para no asfixiarnos, inertes e inútiles, insípidos y aburridos, en los márgenes del camino de la historia. Debemos preguntarnos por el «genio» para volver a ser elocuentes y comprensibles para el hombre de hoy, pero también para poder comprender y escuchar, leer y actuar. Debemos ampliar los límites de nuestra mirada, aprender a sufrir y regocijarnos nuevamente con la humanidad de nuestro mundo deshilachado y herido:
“Vivimos en tiempos sin precedentes, y en la situación actual la universalidad, que antes podría haber sido implícita, debe ser plenamente explícita. Debe permear el lenguaje y toda la manera de ser”.
La universalidad, escribió poco antes Simone Weil, debe entenderse como «un amor que llena por igual todo el universo». Se trata de una forma alta, absoluta, “en pura pérdida”, como habría dicho Charles de Foucauld, que puede permear el lenguaje y la manera de ser, es decir, toda nuestra existencia. Llenar el universo, partiendo de donde estás, cultivando –a pesar de todo, para todos, dentro de los límites que tenemos– miradas de pura pérdida.
Al iniciar esta Cuaresma, éste puede ser un buen deseo y un oportuno viático: sentir la necesidad de nuevas formas de vivir la vida cristiana, en el tiempo y en el lugar que nos ha sido dado.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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