jueves, 27 de febrero de 2025

Miércoles de ceniza.

Miércoles de ceniza 

Ha vuelto el tiempo de Cuaresma, cuarenta días que los cristianos podemos vivir como un «tiempo especial», un tiempo propicio, un tiempo de retorno al Señor. 

San Benito, en su Regla, escribe que toda la vida del monje debe ser una gran Cuaresma: es decir, toda la vida debe estar comprometida con la conversión, pero en realidad, tanto para los monjes como para los cristianos comunes, sigue siendo casi imposible vivir constantemente en el ejercicio de esta tensión espiritual. 

La conversión nunca es un acontecimiento que sucede de una vez por todas, sino que es un dinamismo que debemos renovar en cada edad, en cada estación, cada día de nuestra existencia. Sí, porque aflojamos nuestras fuerzas, nos cansamos, somos presa de la confusión y de la conciencia de nuestra debilidad, estamos habitados por impulsos que nos hacen caer y contradecir nuestro camino hacia el Señor. No somos capaces de vivir siempre una existencia pascual: la inconstancia, la costumbre, la rutina nos lo impiden. 

He aquí pues el tiempo propicio de la Cuaresma, tiempo de «ejercicios cristianos», tiempo en el que intensificamos ciertas acciones y retomamos algunas actitudes que, repetidas con particular atención y fuerza, nos permiten desarrollar, confirmar y aumentar nuestras respuestas a las exigencias del seguimiento cristiano. 

Es cierto que la Cuaresma es, o más bien debería ser, vivida por los cristianos, pero sigo convencido de que lo que es auténticamente cristiano es también auténticamente humano y, por tanto, concierne a todos los seres humanos, independientemente de su fe. 

Esta constatación puede parecer extraña a muchos, pero en realidad, precisamente porque también los no creyentes tienen una vida interior, son capaces de una vida humanizadora y la buscan, el tiempo de Cuaresma puede decirles algo también a ellos. 

A veces me sorprende cómo la gente se interesa y casi quiere participar en el Ramadán musulmán, mientras que no les interesa e incluso les molesta la mera mención de la Cuaresma cristiana. 

¿Depende quizás, también en este caso, de la incapacidad de los cristianos de comunicar el significado de su experiencia de fe? 

Sin embargo, las instancias que presiden la Cuaresma están al servicio del hombre, son una ayuda para que el hombre pueda hacer de su propia vida una obra de arte. No pocas veces he meditado sobre la Cuaresma, destacando ante todo las necesidades de la oración y del ayuno, pero ahora quisiera detenerme en otros «ejercicios», empezando por el de volver a lo esencial de la vida humana: se trata de redescubrir la libertad a través del desapego de muchas cosas que no son necesarias sino que resultan engorrosas para nuestra vida, como la hiedra que asfixia las plantas o los líquenes que desmoronan las rocas. 

La Cuaresma puede ser un tiempo subversivo en el que simplificar la vida: en una sociedad como la nuestra, en la que prevalece el culto al yo, descentralizarse en las relaciones cotidianas con los demás y con las cosas, quitarse las máscaras, romper la costra que cierra nuestro corazón es un ejercicio de humanización al que nadie debe rechazar. 

En esto también hay un ejercicio de autenticidad, de verdad sobre uno mismo. Vivimos en una sociedad donde lo que cuenta es lo que se ve, lo que aparece, una sociedad que se fija más en los objetivos a perseguir que en el estilo y los medios utilizados para alcanzarlos. 

Se hace entonces necesario plantearnos una pregunta: ¿por qué hacemos determinadas cosas, especialmente por qué realizamos acciones consideradas buenas? ¿Ser visto, conseguir consenso, recibir aplausos? Para nosotros los cristianos, las palabras de Jesús resuenan a menudo durante la Cuaresma: “Vuestro Padre ve en lo secreto… No seáis como los que hacen alarde de su piedad… No imitéis a los hipócritas… No exijáis a los demás lo que no hacéis… No impongáis a los demás cargas que no podáis levantar con un dedo…”. 

¿Pero no se aplican estas advertencias a todo el mundo? ¿No son estas palabras ricas en enseñanza y sabiduría humana? 

Sí, el tiempo de Cuaresma y sus «prácticas» no levantan un muro entre cristianos y no cristianos, sino que podrían ofrecer más bien una invitación a emprender una dirección común: conozco alguna familia en la que sólo uno de los cónyuges es creyente y cristiano practicante pero en las que ambos deciden realizar juntos durante la Cuaresma algunos «ejercicios» en vista de la autenticidad de las relaciones, de la simplificación de la vida, de la actitud hacia los demás… 

Esta convergencia puede contribuir también a una humanización personal y familiar, aportando un gran bien a todos: es necesario coraje, ciertamente, pero los creyentes - seguros de que Dios ve en el secreto de los corazones - nos atrevemos a ofrecer a los no creyentes la posibilidad de que recorramos juntos los caminos de un humanismo de autenticidad para una mejor calidad de vida. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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