viernes, 28 de febrero de 2025

Tiempo para la música sacra en Cuaresma.

Tiempo de música sacra en Cuaresma

Tal vez los ángeles, cuando quieren alabar a Dios, tocan música de Bach, pero no estoy del todo seguro; estoy seguro, sin embargo, de que cuando están entre ellos tocan Mozart y entonces el Señor también encuentra particular deleite en escucharlos”. Son palabras de Karl Barth, extraídas de su opúsculo de 1956, escritas con motivo del segundo centenario del nacimiento de Mozart. 

La música nace de un corazón que ama, de un corazón capaz de amar y que a menudo lleva también consigo algunas heridas. Por eso lo musicalizado y cantado puede ser expresión de la luz que brota tanto del amor como del dolor. 

Por lo que respecta a la música sacra, se dirige principalmente al Tú divino, capaz tanto de hacerse presente junto a cada hombre como de hacerle experimentar su silencio, revelándose así como el «Dios escondido», pero siempre fiel. 

El silencio divino que introduce la música sacra es el espacio de nuestra libertad, porque en la dolorosa ambigüedad del silencio de Dios el hombre está solo ante sus opciones, completamente libre respecto de Dios que se retira. Silencio fecundo, pues, el de Dios, que revela una paternidad no paternalista: en el acto mismo de su retirada introduce a cada hijo en la libertad, como si se tratara de un segundo acto generativo. 

Permíteme que abra un paréntesis. 

Es interesante la relación entre liturgia, verdad y belleza. El Papa Francisco dice en Evangelii gaudium: «La Iglesia evangeliza y es evangelizada mediante la belleza de la liturgia, que es también celebración de la actividad evangelizadora y fuente de un renovado impulso a la entrega de sí» (EG 24). 

En otras palabras, la via pulchritudinis es el modo en que la Verdad, que es Cristo mismo, se hace presente a través de signos sensibles y acontecimientos de belleza, donde los signos expresan la concreción con la que la verdad llega a la criatura, y el acontecimiento narra el acontecer de este encuentro, no por medio del esfuerzo humano sino por medio de la gracia. 

En virtud de esta concreción y de esta dinámica de encuentro, la liturgia se sirve de todos los sentidos de los fieles, precisamente para hacerlos partícipes de la grandeza y belleza del Misterio. 

Los sentidos constituyen las puertas a través de las cuales el hombre es alcanzado por lo divino y a su vez entra en comunicación con el Señor vivo. Y la puerta entrada son los cinco sentidos, como el lugar donde Dios capta a cada una de sus criaturas: el oído, para acoger la Palabra; tocar, realizar gestos sacramentales y obras de caridad; el gusto, de nutrirse del pan eucarístico; el sentido del olfato, para saborear el perfume, evocado por el olor del crisma; vista, contemplar los gestos que se realizan en la liturgia. 

Y puesto que Jesús es “la” Verdad, ésta no puede ser alcanzada mediante el esfuerzo espiritual, moral o intelectual, sino que es capaz de llegar a todo hombre y mujer, hasta donde él se encuentra. Y es el Espíritu Santo quien realiza este dinamismo a través de los sentidos, de modo que gracias a su acción el toque divino nos alcanza y nos transforma en la escucha de la Palabra de Dios y de los cantos, en la vista que, educada por la fe, sabe leer el lenguaje de los signos y de los gestos, en el tacto que nos pone en relación con el sancta, en el gusto que saborea el pan eucarístico como alimento de vida eterna, en el olfato que a través del perfume de los signos se abre al perfume de Cristo. 

Esta acción divina genera en la criatura un inmenso asombro, como escribe el Papa Francisco en su Carta Apostólica Desiderio desideriovi sobre la formación litúrgica del Pueblo de Dios: «La belleza, como la verdad, generan siempre asombro y, cuando se refieren al misterio de Dios, conducen a la adoración» (n. 25). 

La belleza de la que hablo aquí, sin embargo, no depende del gusto subjetivo de la persona individual, y menos aún de su reconocimiento (aunque este último sea fundamental para la actitud de asombro de la que hablo) sino que está inscrita en las cosas, dotada de una fuerza objetiva y capaz tanto de expresar la armonía que la distingue, como de llevarnos mucho más allá de lo mundano. 

Cristo es aquella belleza y aquella verdad capaz de ofrecer, especialmente en el acontecimiento litúrgico, una vida verdaderamente renovada. 

La belleza de Jesús tiene también el poder de desenmascarar toda falsa belleza, ya que Él mismo, el más bello entre los hijos de los hombres, se dio y se reveló sub contraria specie, es decir, a través de la belleza de un amor crucificado: luz que brota del dolor ofrecido por amor: este “amor loco” de Dios es el rostro de la belleza, la única que puede ayudar a los habitantes del tiempo a “transgredir” verdaderamente la muerte y a “redimir” con la caridad el fragmento herido por el mal: es el amor humilde y generoso, recibido de lo alto, la belleza que salva. 

Hasta aquí mi paréntesis. 

Las formas más altas de la música están a menudo marcadas por los rasgos estilísticos de la nostalgia: incluso músicas como el jazz, emblemáticas de la modernidad vinculada al "sueño americano", nacieron de la nostalgia de un mundo lejano, el de los esclavos americanos, que recordaban una libertad ancestral perdida, como la de los emigrantes, que tradujeron el recuerdo de los afectos y los vínculos de su tierra natal en melodías conmovedoras. 

Diferentes formas musicales nacieron de una situación vital similar, que encontró en la música pacificación, descanso y consuelo. Se podría decir que la música, sobre todo en sus formas más elevadas, es una especie de cifra de la autotrascendencia humana en busca de la pacificación plena y definitiva, que sólo puede darse mediante el misterio de un Dios totalmente otro y al mismo tiempo totalmente cercano. 

En este sentido, resulta esclarecedora la anécdota de Karl Barth, voz significativa de la teología del siglo XX, con la que he comenzado esta reflexión: los ángeles en el Cielo tocan Bach ante Dios, pero cuando están solos tocan Mozart y el Padre Eterno va detrás de la puerta a escucharlos. 

Lo importante de la anécdota es que hasta Dios anhela y añora la belleza expresada por la mejor música humana. 

Así, el médico leproso Albert Schweitzer, que también fue un gran músico, escribió un libro titulado Johannes Sebastian Bach, le Musicien-poète (1905), en el que demostró que las cantatas de Bach tienen siempre una estructura trinitaria, que recuerda la fe de la Iglesia, expresando en ésta la profunda nostalgia del Dios que es amor en la relación del Amado, el Amante y el Amor personal que los une... 

Si todo esto corresponde a la realidad, es comprensible también cómo el amor puede ser reconocido como la fuerza inspiradora y sustentadora de la música... expresión de la necesidad humana de autotrascendencia, de ese deseo de ir más allá de los límites y de la inexorable fugacidad de la vida, que anima en cada uno de nosotros, mendigos del cielo, la lucha diaria contra la muerte en favor de la vida. 

Por eso, casi todo texto escrito para ser musicado se dirige a un tú, pronombre de la relación dual, en la que uno se pone en juego hacia el otro tanto en la escucha como en la ofrenda. 

En la música sacra, este Tú es el Tú divino, el totalmente Otro, pero totalmente cercano y próximo. Por eso la música sacra es la voz de la experiencia más profunda y hermosa que un creyente puede tener en su vida, la de sentirse amado por siempre y para siempre por un Amor infinito... 

Vale la pena destacar también en los textos vinculados a la música sacra el uso del futuro, en el continuo retorno de verbos que expresan apertura al futuro: se podría decir que quien experimenta la autotrascendencia llega finalmente al Tú capital, originario, primordial abriendo su vida a una perspectiva de esperanza y sintiendo en su corazón que la última palabra no será la de la muerte, sino la del Amor victorioso sobre la muerte. 

Detrás de la música sacra, inspirándolo y motivándolo, está la fe y su gran fuerza, inseparable de la esperanza… 

Escuchar la música sacra con fe significa vivir la autotrascendencia entregándose a Dios, y de este modo significa superar la prisión del ahora y el miedo al silencio final, que es la muerte… 

Quien cree nunca está solo, en la vida, como en la muerte. En el Cántico de las Criaturas hay una estrofa dedicada a nuestra hermana muerte: San Francisco de Asís la escribió hacia el final de su vida, mientras sentía acercarse el fin. 

Es un texto de extraordinaria belleza, porque las palabras que lo componen están pagadas con la vida de un hombre, que está recibiendo el don del encuentro definitivo con el Señor amado. En el recuerdo de lo que Jesús hizo por nosotros, San Francisco de Asís encuentra luz sobre todo: el Cántico lleva a la palabra el movimiento de trascendencia y de nostalgia, propios de toda vida humana. 

La auténtica creatividad musical se expresa de la manera más alta, porque la música sacra se convierte en la voz de la angustiante espera que llevamos dentro, de la nostalgia de lo totalmente Otro… 

La música sacra es la que canta la belleza de las criaturas y la sed que ellas encienden en nosotros de ver el Rostro del Amado. Es una forma humilde, alta y bella de expresar la nostalgia profunda de cada corazón que ama creyendo y espera amando, incluso más allá de cualquier medida de esperanza. 

En esta perspectiva, incluso la pasión y la muerte aparecen como una "hermana" y el umbral final se ofrece como puerta de la vida. 

Llegados a este punto te invito y propongo que, durante la Cuaresma, reserves un tiempo para escuchar música sacra… cada día… cada semana… Hay muchas y diferentes páginas de música sacra. Tú tendrás seguramente tus preferidas, es decir, aquellas que, por la razón que sea, más te alcanzan, te llenan, te… 

Yo te propongo al menos dos piezas de un mismo compositor: Johann Sebastian Bach. Y son, como seguramente ya habrás adivinado: la Pasión según San Mateo (BWV 244) y la Pasión según San Juan (BWV 245). 

No, no quiero polemizar con Karl Barth pero “para Bach, la música era religión, componerla era su credo, tocarla era una función religiosa”. Así resume Leonard Bernstein la importancia de la fe en las composiciones de Johann Sebastian Bach. Todo el repertorio de Bach se caracteriza, explícita o implícitamente, por este gran sentido del Misterio y por esta gloria continua a Dios. 

Su primer libreto para órgano se titula “Para gloria del Dios supremo, para enseñanza de los demás”, como lo son muchas de sus partituras que llevan este encabezamiento: S. D. G. Soli Deo Gloria. Una dedicatoria que expresa toda la amplitud espiritual del hombre creyente y compositor Bach. 

Más allá de las reflexiones de los estudiosos de las Pasiones, Bach realiza un trabajo de profundización de lo que la Palabra de los Evangelios afirma, y ​​refuerza, con medios musicales, lo que la Palabra quiere expresar. 

La naturaleza extraordinaria de la música, tanto en su inventiva melódica como en la estructura de su forma y armonía, recuerda la fuerza inquebrantable y la unidad de la fe cristiana, especialmente cuando se enfrenta al tema de la muerte. 

Lo Divino permanece en la historia y se convierte en la última palabra sobre todas las distorsiones de la vida. 

La Pasión según San Mateo (BWV 244): https://www.youtube.com/watch?v=SLdr09l01NA 

La Pasión según San Juan (BWV 245): https://www.youtube.com/watch?app=desktop&v=1tm27tmfEAY&t=63s

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

1 comentario:

  1. Gracias Josebapor la profundidad de tu reflexión, por el consejo que nos das y por facilitarnos el enlace para escuchar las músicas que pueden ayudarnos en la reflexión en esta Cuaresma.

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