Un tiempo de transfiguración eclesial
La referencia bíblica del segundo Domingo de Cuaresma es la Transfiguración. En un tiempo en el que hay tantas críticas e incomprensiones hacia el camino sinodal, donde la esperanza deja paso al miedo de cuestionar la autoridad de la Iglesia, su prestigio, su Tradición, donde se pide morir para poder resucitar… estamos invitados a dejarnos guiar por Jesús para purificar estos miedos y angustias eclesiales.
Hay al menos tres nodos de purificación-liberación personal pero también de liberación pastoral, asumiendo la sinodalidad como paradigma: retirarse, transfigurar, descender de nuevo.
1.- Retirarse de la mediocridad y de la vanidad
El primer paso es el desapego, no en la dirección que queremos tomar, sino siguiéndole a Él, al Cristo liberador. El primer paso es perder el control, escapar de la tentación de gestionar y ordenar todo según las necesidades.
Es el gesto que Jesús está invitado a realizar también al inicio de su misión, como hemos escuchado el primer domingo de Cuaresma. Fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado. Entrar en contacto con las tres pulsiones humanas internas que, si no se conocen y se doman, pueden llevarnos a hacer el mal que no querríamos hacer -pensemos en los abusos cometidos por personas iluminadas y carismáticas-: la energía del goce, de la posesión, de poder. . Las mismas que Adán y Eva tuvieron que manejar dramáticamente -el fruto del árbol era bueno para comer, deseable a la vista y precioso para el éxito-.
La tentación pastoral de querer transformar inmediatamente las piedras en pan, para obtener resultados, para encontrar los números, la participación masiva, para ser reconocidos y visibles, para estar presentes en todas partes. Desprenderse, renunciar, es experimentar el acto del amor creador en su poder cristalino. Simone Weil nos recuerda que “sólo poseemos las cosas a las que hemos renunciado”, por lo que estamos, según la filósofa, invitados a “desear en vano”, a separar la energía de su objeto, sin finalidad, para liberarla del apego. Como Dios que se retira de la creación para permitirnos amarla.
“El apego surge de una insuficiencia del sentido de la realidad”: nos apegamos porque pensamos que sin posesión esa cosa deja de existir más allá de nosotros. ¡Cuánto esfuerzo estamos poniendo en algunos aspectos! ¡Qué fuerte es el impulso infantil de tener todo inmediatamente, de no saber esperar, de no callar para permanecer tenso, para purificarme! Cuánto esfuerzo se necesita para permanecer en la realidad y no proyectar sobre ella deseos y apetitos no purificados. No por maldad ni por deseo de maldad, sino por miedo al vacío, a la muerte, a ser visto como eres, a dejar descubrir tus propias fragilidades. Hay un niño interior que tiene miedo y temor, que hace berrinches, agarra cosas, está impaciente.
Y tomó Jesús al niño, lo puso en medio de ellos, y tomándolo en sus brazos, dijo: El que recibe a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió. Puedo abrazar a ese niño temeroso que condiciona mi ser, que me lleva a depender del deseo de goce, de posesión y de poder… por miedo. No es casualidad que el gesto de Jesús sirva para calmar la discusión entre los discípulos que giraba en torno al tema del poder, de quién era el más grande... Puedo abrazarlo, acogerlo y decirle que no tenga miedo, puedo liberarlo e invitarle a iniciar este camino en el que alejarme de la mediocridad y de la vanidad de mi diálogo interno, así como a la Iglesia, de la mediocridad y de la vanidad de ciertas pretensiones y debates.
2.- Transfiguración personal y eclesial
El proceso de liberación personal y comunitario es capaz de permitirnos ver la belleza de Cristo y disfrutarla y contemplarla en lugar de comprenderla (tomarla, captarla, poseerla). Se entrega al misterio deslumbrante, que abre el corazón, la mente, la voluntad, que disuelve los miedos, que rompe cadenas. Hoy estamos llamados a una transfiguración personal y eclesial.
El camino de la esperanza nos invita a retirarnos para discernir, para recuperar el vínculo con la realidad en su sentido más profundo, más espiritual, más encarnado. Para sacar de esta escucha la belleza que brota no de los análisis socio-antropológicos, sino de Él mismo. A los tres discípulos se les da la gracia de verlo en su gloria, resplandeciente de una luz sobrenatural, que no venía de fuera, sino que irradiaba de Sí mismo. Una belleza superior a cualquier esfuerzo. Para comprender mejor la voluntad de Dios y nuestra misión al servicio de su Reino.
De hecho, nuestros enfoques dialécticos en la pastoral no cuestionan las formas sino que se limitan a situarse en un plano de redistribución del poder…, como un mero cambio e intercambio reaccionario. La transfiguración como fábula mística va más allá de la dialéctica, subvierte, desestabiliza, no es redistributiva, es lúdica, revolucionaria. Nos muestra un Sueño Misionero que Dios nos invita a vivir en este tiempo y dondequiera que estemos, arraigados en la Tradición de la Iglesia (“Junto a Jesús transfigurado, aparecen Moisés y Elías”) y abiertos a lo nuevo. La tradición es fuente de inspiración para buscar nuevos caminos, evitando las tentaciones opuestas del inmovilismo y la experimentación improvisada.
El amor, nos recuerda siempre Simone Weil, «no es consuelo sino luz», la luz que irradia el monte Tabor, que no quiere tranquilizar ni calmar domesticando la realidad. De lo contrario, continuaremos contándonos nuestras historias, escapando de la realidad y permaneciendo en la ideología de cierta teología. La luz libera, porque nos muestra la realidad tal como es. No amamos el sufrimiento, el dolor, el cansancio porque sean útiles sino que los amamos porque son.
La transfiguración es una mirada libre, liberada. Siento cuánto me duele, con que timidez enciendo esta luz interior, inmediatamente siento el impulso de soplarla, y si me resisto mi respiración se bloquea, mi pecho se contrae. A veces lloro. Caigo de bruces al suelo por miedo. La tentación regresiva de hacer las maletas y renunciar a todo es fuerte. Cuando ves que el último bote salvavidas se hunde... El último que apague la luz… Es una imagen deprimente, una señal de escape más que de redención. Quizás también debamos caer... Cancelar todo punto de fuga para permanecer cara a cara con el misterio, el abismo incomprensible, esquivo. ¿Es esta debacle total una gracia, una bendición?
3.- Descender… para convertirnos en artesano de esperanza y de sinodalidad
“Jesús se acercó, los tocó y les dijo: ‘Levantaos y no tengáis miedo’”. Se nos invita a descender a la llanura y, a través de la gracia experimentada en este camino de purificación, convertirnos en artesanos de esperanza y sinodalidad en la vida ordinaria de nuestras comunidades. De hecho, la Cuaresma está orientada a la Pascua: el “retiro” no es un fin en sí mismo, sino que nos prepara a vivir la Pasión y la Cruz con fe, esperanza y amor, para llegar a la resurrección.
Estamos llamados, como nos invita el camino del Jubileo de la Esperanza, a descender de nuevo a las obras artesanalmente abiertas, laboratorios de esperanza, de resurrección, en el mundo en que vivimos. Liberar al mundo de proyecciones ideológicas, de paradigmas/modelos eclesiales que ya no son coherentes con los datos existenciales y capaces de salvaguardar la vida. No lo haremos con actos de fuerza sino con la espera paciente de la semilla, que, inspirada por el calor de la transfiguración experimentada, sabe extenderse y enraizarse en la realidad para florecer y florecer y dar fruto. Porque toda verdad sólo es tal si está encarnada.
Se nos pide pues un proceso de liberación personal y eclesial. Un ayuno de las fuerzas del poder, del disfrute y de la posesión para liberarnos del yugo mortal del miedo, de la propia herida interior. Y como nos recuerda Isaías poco antes de la Cuaresma, debemos practicar una ascesis/entrenamiento en la misericordia: la caridad, gesto gratuito y no utilitario, libera, purifica. Un ayuno de un deseo vacío y vano para sí mismo y para la Iglesia:
¿No
es más bien el ayuno que yo escogí, desatar las ligaduras de impiedad, soltar
las cargas de opresión, y dejar ir libres a los quebrantados, y que rompáis
todo yugo? ¿No es que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes
albergues en casa; que cuando veas al desnudo, lo cubras, y no te escondas de
tu hermano? Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu salvación se dejará
ver pronto; e irá tu justicia delante de ti, y la gloria del Señor será tu
retaguardia. Entonces invocarás, y te oirá el Señor; clamarás, y dirá él:
Heme aquí. Si quitares de en medio de ti el yugo, el dedo amenazador, y el
hablar vanidad; y si dieres tu pan al hambriento, y saciares al alma
afligida, en las tinieblas nacerá tu luz, y tu oscuridad será como el mediodía (Is
58,6-10).
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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