Al final todos seremos juzgados por el amor
En la orilla del lago, una de las preguntas más elevadas y exigentes de toda la Biblia: “Pedro, ¿me amas?”
La humanidad del Resucitado es conmovedora: implora amor, amor humano. Él puede irse si le aseguran que es amado. Él no pregunta: Pedro, ¿entendiste mi anuncio? ¿Entiendes el significado de la cruz? Dice: Dejo todo al amor, y no a proyectos de ningún tipo. Ahora debo irme y os dejo con una pregunta: ¿Os he inspirado amor?
En realidad las preguntas de Jesús son tres, cada vez diferentes, como tres etapas por las que se acerca paso a paso a Pedro, a su medida, a su frágil entusiasmo.
Primera pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?» Jesús utiliza el verbo ágape, el verbo del gran amor, del amor más grande posible, de la confrontación victoriosa sobre todo y sobre todos.
Pedro no responde con precisión, evita tanto la comparación con los otros como el verbo de Jesús: adopta el humilde término de amistad, philéo. No se atreve a decir que ama, y, mucho menos aún, que ama más que los demás, un velo de sombra sobre sus palabras: ¡ciertamente, Señor, tú sabes que te amo, soy tu amigo!
Segunda pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» Las comparaciones con los demás ya no importan, cada uno tiene su propia medida. ¿Pero existe el amor, el verdadero amor para mí? Y Pedro responde apoyándose una vez más en nuestra humilde palabra, la más tranquilizadora, la más humana, la más cercana, la que conocemos bien. Se aferra a la amistad y dice: Señor, yo soy tu amigo, ¡lo sabes!
Tercera pregunta: Jesús reduce aún más sus exigencias y se acerca al corazón de Pedro. El Creador se hace a imagen de la criatura y comienza a usar nuestros verbos: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? ¿Eres mi amigo?» Afecto al menos, si el amor es demasiado. Amistad al menos, si el amor te asusta. "Pedro, ¿puedo recibir un poco de cariño de tu parte?"
Jesús demuestra su amor rebajando cada vez sus expectativas, olvidando el brillo del ágape, poniéndose a la altura de su criatura: el verdadero amor pone antes el tú que el yo, se pone a los pies del amado.
Pedro siente que las lágrimas le suben a la garganta: ve a Dios como un mendigo de amor, un Dios de migajas, que necesita tan poco, con la sinceridad de su corazón.
Cuando Jesús pregunta a Pedro, me pregunta a mí.
Y el tema es el amor. No es perfección lo que busca en mí sino autenticidad.
En la tarde de la vida seremos juzgados sobre el amor (San Juan de la Cruz). Y cuando esto se abra al día sin ocaso, el Señor volverá a preguntarnos sólo: ¿me amas?
Y aunque lo haya traicionado mil veces, mil veces me preguntará: ¿me amas? Y lo único que tengo que hacer es responder, una y mil veces: sí, te amo. Y lloraremos juntos de alegría.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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