lunes, 24 de marzo de 2025

Elogio de la paciencia.

Elogio de la paciencia 

¡Paciencia! Uno piensa inmediatamente en la figura emblemática de Job, en su extraordinario desafío a Dios, en sus reacciones ante el mal tolerable, en su rebelión contra el mal insoportable, en las respuestas y sorpresas de Dios. Sugerencia y desorientación de paciencia, impaciencia y esperanza... 

La actitud paciente es una bola de lana que se va desarrollando en el tiempo, muy distinta de la terquedad o la tenacidad que designan la obstinación en no ceder y en aguantar. 

Y, sin embargo, no se trata de una rendición, ni de una claudicación, ni de una abdicación, sino de un «acuerdo con la realidad», para gestionar sus conflictos en una coexistencia pacífica y siendo conscientes de las dificultades y de los límites que ella comporta. 

No es una resignación triste ni estoica, porque afronta deliberadamente el sufrimiento, la injusticia, el abandono. 

Sostenida por la esperanza y nutrida por la empatía social, acepta el riesgo de centrarse en los demás y en sus actitudes alternativas, incluso si no las comparte. No es casualidad que para Aristóteles y Santo Tomás de Aquino sea el núcleo duro de la fortaleza. 

No hay paciencia hacia los demás si no se experimenta primero en la aceptación de uno mismo y de la propia finitud. 

La paciencia es la lealtad a uno mismo al reconocer los propios límites, sin esperar demasiado ni rendirse demasiado rápido, y al mismo tiempo comprometiendo plenamente todas las propias energías; es soportar sufrimientos, enfermedades, desgracias, desilusiones dolorosas, fracasos e incluso reveses inmerecidos. No se trata de resignarse al dolor ni de enmascarar el sufrimiento con panaceas hipócritas, sino de encontrar el coraje para afrontar la vida y el camino del perdón que sana reconciliando. 

La paciencia hacia los demás es esencial para las madres y los padres, para los profesores, los educadores y para cualquier persona que desempeña un papel social, especialmente en las relaciones con los más débiles, los más enfermos o los ancianos. Aquellos que no lo tienen o no quieren adquirirlo deberían cambiar de trabajo. 

Pero cada una de nuestras relaciones interpersonales y sociales, como el amor y la amistad, lleva el sello de la paciencia, porque la convivencia y el entrelazamiento de las relaciones sociales conllevan inevitablemente problemas, incomprensiones, conflictos, porque cada uno tiene derecho a sus errores y debilidades y al mismo tiempo necesita de la atención del otro, de su disposición a aceptarlo, a dedicarle tiempo, a compartir sus problemas y sufrimientos. 

No hay crecimiento y maduración mutuos sin paciencia mutua, especialmente ante una persona hostil o antagónica, hacia la que sólo una actitud empática hace posible la comprensión y la aceptación, libre de condenas prejuiciosas. 

¿Podemos ser pacientes hoy? Realmente creo que sí, siempre que tengamos en cuenta por un lado las actitudes incompatibles (resentimiento, envidia, indiferencia, despreocupación, presunta superioridad...). Por otro lado, la enorme presión de la carrera por el éxito y la competencia a la que cada uno de nosotros está sometido. La prisa juega sobre todo un papel decisivo: si el tiempo es oro, si no tengo tiempo para pensar en mí y en los demás, nunca podré experimentar la ardiente virtud de la paciencia. 

En nuestra vida espiritual podemos experimentar una mirada que nos precede y se posa sobre nosotros, nos acoge con nuestras sombras y nos da la confianza de que nuestras cargas son llevadas con paciencia. Esta misma confianza nos educa y nos anima a llevar las cargas de los demás. 

El camino puede ser también el del «esfuerzo» de la paciencia. E camino evangélico no es tanto obra de habilidad, sino de la misericordia, es decir, del arte de la relación personal de los hijos de Dios. En esta lógica, incluso el verbo “soportar” ya no asume el significado de una carga que hay que aguantan, sino de mantenerse erguido, firme, resistiendo valientemente el impacto. Y al final, el mismo Padre celestial resulta ser el campeón de la resistencia, dispensando compasión y misericordia en lugar de castigo, una característica intrínseca de la identidad divina a la par de la paciencia, la fidelidad y la justicia. 

Es necesario un largo trabajo interior para llegar a la paciencia. La impaciencia es el signo de una emocionalidad no regulada, no procesada, que destruye las relaciones. Necesitamos releernos con la verdad, para poder reconocer nuestra impaciencia y nuestras contradicciones para poder dar pasos hacia el crecimiento. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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