lunes, 24 de marzo de 2025

Las tres preguntas de Jesús a Pedro.

Las tres preguntas de Jesús a Pedro 

Los Apóstoles han vuelto al punto de partida, a su antigua profesión, a sus palabras de siempre: Yo voy a pescar, nosotros también vamos; y luego noches de trabajo, barcos vacíos, caras decepcionadas. 

La última aparición de Jesús se narra en el contexto de la normalidad cotidiana. Dentro de ella, en el círculo de las acciones cotidianas, también a nosotros se nos da la posibilidad de encontrar a Aquel que habita la vida y las personas, no los recintos sagrados. 

Jesús regresa a quienes lo han abandonado y, en lugar de pedirles que se arrodillen ante él, se arrodilla ante las brasas, como una madre que prepara la comida para su familia. Es su estilo: ternura, humildad, cuidado. Amigos, os llamo, no sirvientes. 

Y es muy bonito que Jesús te pida: ¡trae algo del pescado que has pescado! Y el pez de Jesús y el tuyo terminan juntos y ya no puedes distinguirlos. En este clima de amistad y sencillez, sentados alrededor de un pequeño fuego, se desarrolla el maravilloso diálogo entre Jesús y Pedro. 

Jesús, maestro de la humanidad, usa el lenguaje sencillo del amor, preguntas que han resonado en la tierra infinitas veces, bajo todos los cielos, en las bocas de todos los amantes que no se cansan de saber: ¿me amas? 

Extrema sencillez de palabras que nunca son suficientes, porque la vida tiene hambre de ellas; de preguntas y respuestas que hasta un niño entiende porque eso es lo que su madre le dice todos los días. 

El lenguaje de lo sagrado se convierte en el lenguaje de las raíces profundas de la vida. La verdadera religión nunca está separada de la vida. 

Sigamos con las tres preguntas, siempre las mismas, siempre diferentes: Pedro, ¿me amas más que a nadie? Pedro responde con otro verbo, el más humilde, de amistad y de cariño: Te quiero. Incluso en su segunda respuesta, Pedro mantiene el perfil bajo de quien conoce bien el corazón del hombre: Soy tu amigo. 

En la tercera pregunta sucede algo extraordinario. Jesús hace suya la palabra de Pedro, se abaja, se acerca a él, lo alcanza allí donde está: Simón, ¿me quieres? 

Dame cariño, si el amor es demasiado; amistad, si el amor te asusta. Pedro, ¿eres mi amigo? Y eso me bastará, porque tu deseo de amor ya es amor. 

Jesús aminora su paso al nuestro, la medida de Pedro se hace más importante que él mismo: el verdadero amor pone a tú delante del yo. 

Pedro siente que las lágrimas le suben a la garganta: ve a Dios como un mendigo de amor, un Dios de migajas, que necesita tan poco… un corazón auténtico, sincero. 

El último día estoy seguro que, aunque haya traicionado mil veces, el Señor me preguntará mil veces sólo esto: ¿Me amas? Y lo único que tengo que hacer es responder mil veces, sólo esto: te quiero. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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